Por regla general, a los jefes no les gusta que les lleven la contraria pero muchas veces no tienen ni la información ni los conocimientos específicos y se beneficiarían de oír más y hablar menos.
Existe una larga tradición del pensamiento que acepta positivamente que los políticos mientan a los gobernados. Por suerte, actualmente la mentira del político puede ser penalizada por sus votantes.