En todos los eslabones de la cadena alimentaria, desde los productores a los consumidores, se generan residuos alimentarios. La mala planificación en restaurantes o una compra excesiva son algunas de las causas.
Una tasa aplicada a ciertos alimentos, como la carne, permitiría fomentar la disminución de su consumo y compensar las emisiones y otros efectos ambientales negativos de su producción.
Se ha empezado a considerar el factor social en la mitigación del calentamiento global. Es muy difícil lograr los objetivos climáticos sin una transformación profunda de nuestros hábitos alimentarios.
La legislación europea ha introducido en los últimos años mejoras en las condiciones de vida de las aves, cerdos y vacas destinadas a la producción de alimentos. Pero aún queda camino por recorrer.
El desperdicio de alimentos no solo genera grandes impactos sobre la seguridad alimentaria, sino también ambientales, debido al uso ineficiente de recursos naturales en su producción.
El reciente informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático pretende concienciarnos de las consecuencias que pueden tener para el futuro del planeta las pautas y hábitos de vida que hemos instaurado en nuestra sociedad.
La actual producción agropecuaria es insostenible, pero transitar hacia un modelo basado en la diversidad, la soberanía alimentaria y la simbiosis con la natura exige profundos cambios en la sociedad.
Varias creencias sobre la producción y el consumo de carne y lácteos enturbian el debate público sobre los beneficios para el clima de cambiar nuestros hábitos alimentarios.
Los alimentos saludables no son sólo los alimentos orgánicos y los llamados ‘superalimentos’. Y ni son más caros que la comida rápida ni llevan más tiempo de preparación.
Profesor e investigador en el Centro de Estudios e Investigación para la Gestión de Riesgos Agrarios y Ambientales, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)