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Desafíos psicológicos en la adolescencia: ¿están las familias preparadas para afrontarlos?

En los últimos años se ha registrado un progresivo declive en la salud mental de los adolescentes de entre 10 y 19 años; los expertos advierten que la situación es alarmante.

En España, por ejemplo, en torno al 12-34 % de los menores experimenta ansiedad, el 6-20 % sufre depresión y el 20 % se produce autolesiones para aliviar su situación o autorregularse emocionalmente. Estos problemas afectan a su desarrollo, pero también pueden repercutir en la edad adulta.

Ser adolescente hoy

¿Cómo hemos llegado a este escenario? Sabemos que la adolescencia es ya de por sí una etapa vital en la que ocurren muchos cambios y en la que los riesgos y problemas se multiplican: conductas de riesgo, consumo de sustancias tóxicas, dificultad para calibrar las consecuencias de ciertas acciones…

Debido, en parte, a la omnipresencia de los dispositivos conectados, todos los riesgos “tradicionales” se han visto magnificados, aumentando su complejidad y peligrosidad.

Además, aparecen nuevos peligros relacionados con el mundo online: el ciberacoso, los juegos con mecánicas muy adictivas, el acceso fácil a las apuestas, a la pornografía o a sustancias tóxicas, la disponibilidad de contenidos no adecuados en redes sociales, etcétera.

Esta hiperconexión y una situación social en continuo cambio están produciendo un desajuste madurativo y una vulnerabilidad emocional en el menor, que experimenta sensación de vacío, soledad y frustración. Son emociones propias de la ansiedad, la depresión y las conductas de riesgo.

La familia, el principal asidero

Para paliar esta problemática, existen multitud de programas escolares y educativos orientados directamente a este sector de la población, hacia su formación y hacia la mejora de su situación. Sin embargo, conviene señalar que nos estamos dejando un factor importantísimo fuera de la ecuación: la familia.

La familia constituye el principal núcleo del menor. Es el agente socializador y educador por excelencia, donde se produce su desarrollo madurativo a nivel personal, psicológico y emocional. Por lo tanto, no podemos entender una actuación integral de prevención e intervención sin contar con este elemento tan importante.

No obstante, nos encontramos que los propios adultos señalan que muchas veces desconocen la existencia de estos riesgos, sus consecuencias sobre la salud mental de sus hijos y cómo actuar llegado el caso o cómo solicitar ayuda profesional.

Programas de formación y apoyo

Por ello, se requieren programas de intervención y formación orientados a padres y madres que les ayuden a mejorar su comprensión hacia las dificultades y los riesgos a los que está expuesto el menor; a fomentar su apoyo, a empatizar con sus necesidades y a ser capaces de detectar problemas de salud mental.

Por ejemplo, un ensayo clínico llevado a cabo en Nueva Zelanda introdujo un sistema de ayuda para padres a través de mensajes de texto. Obtuvieron resultados positivos en cuanto a la competencia percibida de los progenitores, mejora de comunicación con los hijos, reducción de estrés parental y obtención de conocimientos acerca de cómo buscar ayuda profesional.

Igualmente, el apoyo a los padres en su papel como agentes de salud mental es una estrategia que puede tener un impacto indirecto positivo sobre el propio adolescente. Cuando los padres y las madres saben cómo responder a esas situaciones de manera eficaz, los hijos también son capaces de establecer relaciones más positivas y mostrar un mayor ajuste en su vida.

Si el menor valora la actuación de sus progenitores, tendrá una mayor concienciación y aceptación del problema y se sentirá más cómodo en la búsqueda de asistencia profesional.

Poca participación

Sin embargo, y a pesar de contar con programas parentales eficaces, su puesta en marcha resulta todo un reto. Se calcula que la tasa de participación en este tipo de iniciativas ronda el 10 %. La incompatibilidad de horarios, el estigma que acompaña a temas relacionados con la salud mental, la falta de interés o el posible coste económico pueden explicar esa baja participación.

Adicionalmente, los padres y madres que acceden a estas formaciones suelen ser aquellos más concienciados. Y los que, quizás, “menos lo necesiten”.

En este sentido, necesitamos programas que, además de ser eficaces, se adapten a las necesidades y demandas de las familias: mayor disponibilidad horaria, formatos online, accesibilidad tanto desde zonas urbanas como rurales… Para ello, debemos de hacer uso de plataformas que nos permitan llegar a un mayor número de familias y tener un mayor alcance e impacto en la sociedad.

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