Fáciles de entender y capaces de arrastrar al lector y cuestionar al personaje. Así son las caricaturas políticas. Un termómetro de salud democrática y libertad de expresión, que en Venezuela marca mínimos.
Cada vez que hay una polémica con un cómico se vuelve al eterno debate sobre los límites del humor. Eterno porque lleva toda la vida con nosotros. ¿Cuál es la solución, entonces?