Según los datos recogidos, el poderoso rayo Amaterasu procede de un espacio cósmico donde no hay nada, el Vacío Local, un área desierta del espacio en el borde la Vía Láctea.
No hubo en Atapuerca truenos, ni rayos, ni centellas las noches del verano de 1054, sino un fenómeno celeste digno del mejor Shakespeare, que alumbró la muerte de un rey a manos de su hermano.
Los datos decían que el centro de la Vía Láctea es una fábrica de estrellas jóvenes, pero estaban perdidas. Con una auténtica labor de detectives, hemos logrado localizarlas.
Gaia, la misión de la Agencia Espacial Europea que cartografía la Vía Láctea, publica los espectros de 200 millones de estrellas de nuestra galaxia. Los espectros son las huellas dactilares de las estrellas.
Hemos descubierto un coloso azul viajando a enorme velocidad, escondido tras una muralla de gas y polvo interestelar, astronómicamente, en el jardín de nuestra casa, la Vía Láctea.
Catedrático Paleontología. Centro Mixto ISCIII-UCM de Evolución y Comportamiento Humanos. Director científico del Museo de la Evolución Humana, Universidad Complutense de Madrid
Astronomía observacional, alta resolución angular, infrarrojo, centro de la Vïa Láctea, agujeros negros masivos, Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC)
Catedrático de Astrofísica, Instituto de Física de Partículas y del Cosmos IPARCOS, Universidad Complutense de Madrid, Universidad Complutense de Madrid