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La selección: la guerra contra el dolor

El dolor es algo consustancial a nuestra naturaleza; debemos convivir con él. ¡Ay, si el cerebro no nos alertara con esa descarga de sensaciones desagradables de que algo no marcha bien! Pero, afortunadamente, cada vez contamos con más herramientas para amortiguarlo y hasta enmudecerlo cuando se convierte en una tortura. De hecho, el campo de investigación sobre (y contra) el dolor es hoy uno de los más estimulantes de las ciencias de la salud, y en The Conversation damos puntual cuenta de sus avances.

Por ejemplo, hace poco se puso en circulación el concepto, aún en debate, de dolor nociplástico, que no tiene origen en un daño en los tejidos ni en una alteración del sistema nervioso. Es el que padecerían los pacientes de fibromialgia y el síndrome de fatiga crónica. Identificarlo puede ayudar a tratar adecuadamente esta elusiva variedad de sufrimiento, cuyos damnificados se cuentan por centenares de millones en todo el mundo. En ello confían Rocío de la Vega de Carranza, de la Universidad de Málaga, y Guillermo Ceniza Bordallo, de la Universidad Complutense de Madrid.

Desde el frente de la farmacología llegan novedades tan alucinantes como el uso del veneno del pez globo (las ponzoñas animales son un filón terapéutico) para manejar el dolor asociado al cáncer. Su carne está considerada en Asia un manjar, pero esta especie marina también fabrica una sustancia tóxica –la tetrodotoxina– que puede matar al comensal si no se inactiva adecuadamente. En la Universidad de Granada, nos explicaba Miguel Ángel Huerta Martínez, están desentrañando sus prometedoras cualidades analgésicas.

En lo que se refiere a los tratamientos, otra preocupación actual es encontrar nuevas vías que minimicen el uso de fármacos como los opiáceos, tristemente de actualidad por la dramática crisis de adicciones que está viviendo Estados Unidos. Guadalupe Rivero Calera y Aitziber Mendiguren Ordorica, de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea, nos pusieron al día sobre las complejas investigaciones con sustancias que evitan los “daños colaterales” de los compuestos antiinflamatorios y opioides.

Lo ideal, en todo caso, sería poder recurrir a alternativas no farmacológicas. Algunas, contaron nuestros expertos, han demostrado efectividad en ciertas circunstancias: la realidad virtual, cuyos entornos fantásticos o bucólicos ayudan a desenfocar a la mente de las molestias; las terapias psicológicas, útiles cuando, por ejemplo, padecemos un dolor de espalda recalcitrante; el contacto piel con piel o la lactancia materna si se trata de calmar el dolor de los recién nacidos

Sin salirnos del ámbito infantil, una reciente investigación revelaba que poner una nana de Mozart tenía efectos analgésicos medibles en un grupo de bebés a los que se practicó una punción de talón. Nieves Fuentes Sánchez, psicóloga de la Universidad de Castilla-La Mancha, recalcaba que la ciencia ya había demostrado reiteradamente el efecto de la música sobre ciertos aspectos psicológicos (emocionales, atencionales, cognitivos…), lo que prueba su potencial terapéutico.

“Cuando la música te alcanza, no sientes dolor”, parece que dijo Bob Marley. Y si sigue doliendo, nadie nos podrá quitar el placer de escucharla.

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