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Las mentiras de la posverdad

Un informe de la Universidad de Veles sostiene que en la posverdad se privilegian los hechos sobre las emociones y, por tanto, los medios de comunicación son, en un 67 %, los principales agentes desde donde opera este proceso. “Se trata de un fenómeno nuevo, indefectiblemente vinculado a las actuales Tecnologías de la Información y la Comunicación, cuyo fin es apelar a los hechos para incidir y convencer a la opinión pública de versiones desacertadas y/o inexactas sobre temas del ámbito político”.

El párrafo anterior es una definición deliberadamente errónea que copia la morfología, argot y estructura de los campos periodísticos y académicos con la intención de hacer precisiones que permitan aclarar algunas características de la posverdad:

  • No es reciente ni exclusiva de las actuales tecnologías.

  • No se restringe al ámbito político.

  • No privilegia los hechos sobre las emociones.

  • Ha erosionado la credibilidad de los medios de comunicación pero estos no son, ni de cerca, sus principales agentes operativos.

Además, tampoco existe la Universidad de Veles.

El texto forma parte del Libro de Veles, un polémico proyecto (2021) del fotógrafo Jonas Bendiksen, que busca abordar la desinformación desde la creatividad y la cultura visual.

El autor utilizó esa referencia para simular fuentes y datos de apariencia confiable que sirvieran de camuflaje a la posverdad.

Más de un lector incauto o desprevenido puede haber caído en la trampa de Bendiksen y no solo asumir como cierta su definición sino también suscribirla, compartirla y propagarla, siendo así multiplicador de falsedades y errores.

Esta es una muestra de la necesidad de entender el fenómeno de la posverdad, pues solo así seremos capaces de enfrentarlo con sentido crítico y acciones oportunas.

Una palabra nueva para un problema añejo

Posverdad fue elegida en 2016 palabra del año por el Diccionario Oxford, y, a finales de 2017, se incluyó en la actualización del Diccionario de la Lengua Española (DLE).

Pese a que es relativamente reciente su incorporación al habla común, este neologismo da nombre a un fenómeno que no es nuevo. El término remite a lo que, en la práctica, ha venido sucediendo desde tiempos remotos. Ciertamente, la precisión terminológica permite una mejor comprensión de esta palabra, equiparable, a grandes rasgos, con la mentira, cuyos orígenes resultan tan antiguos que se pierden de vista.

Aunque no se pueden considerar sinónimos exactos, la mentira es el paraguas de la posverdad.

La posverdad ya estaba ahí

Es un error asumir que la posverdad se vale exclusivamente de las tecnologías digitales de última generación. Sacar de contexto, manipular y alterar la información no pasa, necesariamente, por el filtro de las herramientas digitales. Aunque, ciertamente, estas han permitido sofisticar y acelerar los procesos, disminuir las imperfecciones y afinar los acabados para, de este modo, lograr mejores resultados.

Aunque parezca paradójico, en la era digital –en la que las tecnologías se actualizan y potencian a un ritmo avasallante– las emociones son el núcleo de la posverdad, causa y consecuencia de estrategias que apelan a deseos, creencias y reacciones. Pese a la abundancia de estímulos externos, sigue siendo esencial lo primario, lo interno, lo inasible.

En este sentido, las emociones desplazan a los hechos. Vale más lo que se siente, lo que se anhela, lo que se percibe, que lo que realmente es, lo que sucede. Esto trae como consecuencia que la posverdad busque reforzar creencias o sentimientos que generan círculos en los que se congregan intereses comunes y relaciones entre iguales. Por tanto, más que informarse, los individuos buscan ideologías cercanas que refuerzan su sistema de valores y aspiraciones. Distinguir entre información y opinión, y separar hechos y emociones, se torna complicado en el contexto de la posverdad. Se fabrican hechos a medida de las emociones. Se exaltan emociones para filtrar hechos.

No solo en política

Asumir que la posverdad sólo atañe a temas políticos es otra equivocación. Aunque en la arena política la opinión pública dirime tensiones y adopta posiciones, no es el ámbito exclusivo en el que transita la posverdad. La ciencia, la salud, la economía y hasta la farándula y el deporte son otras áreas en las que se mueve la posverdad.

A veces para distraer, otras para persuadir o posicionar tópicos alternos, sintonizados con ejes de poder. Así, por ejemplo, durante la pandemia de covid-19 se evidenciaron las amenazas y riesgos de la difusión de contenidos seudocientíficos, sin comprobaciones ni evidencias, basados en suposiciones y conspiraciones, que generaron confusión entre la ciudadanía.

La posverdad se aprovecha de la crisis de credibilidad de las instituciones. La idea de que los medios de comunicación son los principales agentes de la desinformación, desacredita al periodismo y ha logrado introducir términos que encierran confusión y contrasentido. Por ejemplo, fake news pero la noticia, para ser tal, debe existir, no puede ser falsa.

Por supuesto, que vale cuestionar a los medios de comunicación. El problema es aprovechar su crisis para señalarlos como los principales actores de un sistema en el que hay múltiples intereses y enmarañadas ramificaciones del poder (económico, político, militar…).

¿Después de qué?

Abundan los planteamientos teóricos y conceptuales que tratan de definir y caracterizar la sociedad actual. Hablamos de posmoderno, poshumano, posinternacional, posfotografía y un largo etcétera en el que las modas terminológicas se alternan con lo que en Italia se conoce como il senno di poi, es decir, la sabiduría del después. En este contexto, no es sencillo acudir a lo que antes era sólido, estable y acabado. Por eso el sociólogo polaco Zygmunt Bauman propuso la liquidez para acercarnos a una sociedad signada por el cambio y la inestabilidad.

Hemos intentado desmontar algunas imprecisiones sobre la posverdad acentuando ciertas diferencias.

  • La posverdad no es el sinónimo exacto de la mentira. Puede ser, más bien, un pariente cercano con una carga genética común e intereses más focalizados en influir en la opinión pública.

  • La posverdad no es exclusiva de un grupo social o generacional (ni Z, ni Milenial, ni X…) aunque, ciertamente, puede atrapar incautos entre los menos familiarizados con el uso de las tecnologías digitales: internet, aplicaciones y redes sociales.

Se fabrican hechos a medida

¿Se miente más ahora o es que los escándalos se difunden con mayor rapidez y alcance entre una audiencia activa que, a través de las redes, expresa sus opiniones, cuestiona y exige claridad? ¿Antes escaseaban las mentiras o se valoraba más la verdad? Otra pregunta pertinente es: ¿Han aumentado las catástrofes y los desastres naturales o es que ahora se nos informa más, y en tiempo real, de estos acontecimientos?

Tal vez, una posible respuesta se encuentre en el mayor alcance (impacto) y la mayor rapidez (inmediatez) con la que viajan los mensajes, lo que nos lleva a creer que todos esos fenómenos se han incrementado.

Habrá que seguir informando sobre estos temas, pero también compartir herramientas de verificación y formar ciudadanos atentos que duden, comprueben y apuesten por la información confiable. Otra forma de hacerle frente a la posverdad es desmontar las mentiras tejidas a su alrededor y simplificar lo complejo para hacerlo comprensible.

En síntesis, en la era de la posverdad hay:

Más emociones, menos hechos.

Más aspiraciones, menos evidencias.

Más suposiciones, menos certezas.

Más espectacularización, menos verificación.


Una versión de este artículo se publicó previamente en la revista Telos de la Fundación Telefónica.


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