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¿Postverdad o sensología? El sentido de sentir

Se dice que vivimos en la era de la posverdad y de las noticias falsas, y que estamos continuamente comunicando y recibiendo pseudo noticias, informaciones y opiniones que aceptamos sin contrastar. Asumimos pertenecer a esta época de posverdad, pero: ¿nos hemos parado a pensar qué significa la verdad y qué sentido tiene lo que comunicamos?

Tenemos prisa por vivir y no queremos detenernos a pensar lo que vivimos. No solo carecemos de interés por juzgar lo existente sin barandillas, sino que nos da pereza elaborar juicios. Preferimos las consignas y las frases hechas o rehechas.

El sociólogo Zygmunt Bauman lo atribuía a que vivíamos en una sociedad líquida en la que todo lo sólido –incluido el amor– que nos cohesionaba se había diluido, se premiaba la flexibilidad del compromiso y, sobre todo, la liquidez.

Algunos analistas hablan de nuestro tiempo como el de la información líquida a través de las actuales tecnologías de la información, fundamentalmente Internet, y de su influencia en la formación de la opinión pública. No obstante, ahora que se nos exhorta insistentemente al carpe diem, parece que se haya detenido incluso ese fluir, y se haya coagulado el tiempo y el sentir en un momentismo vacío de sentido.

Cuando mandan las emociones

Dominan los discursos que tienden a alejarse de la verdad y de la objetividad para dirigirse a las emociones, como si estas fueran meros recursos retóricos o alteraciones contrarias a la razón y al logos que, como nos recordó Heráclito, es común a todos.

¿Se sigue de ello que la emoción es lo particular y relativo en oposición al logos? Este dualismo ha sido rebatido por los estudios sobre la inteligencia sentiente y sensible, así como por la neurociencia y la inteligencia emocional.

Paralelamente a la sustitución de la búsqueda de la verdad por la posverdad, el inteligir y el razonar parecen haber sido reemplazados por el sentir. Sin embargo, apenas nos preguntamos ni por su significado ni por su sentido, y mucho menos por su verdad. Si nos detenemos a hacerlo, observamos que, al huir de lo común para refugiarnos en lo que parecía individualizarnos, nos hemos encontrado con una nivelación del sentir que lo anega en la oscuridad.

Sentimiento o sensología

Evidentemente, sentir no es estar informado, aunque, si es formativa y verdadera, la información puede contribuir a ensanchar nuestra experiencia y nuestra sensibilidad. No parece que este sea el caso en nuestro tiempo de posverdad en el que se rinde culto al sentir inmediato sin un reverso de profundidades.

Esta reducción nos ha llevado a la época del sentir falso, a la denominada era de la sensología, a la absolutización de lo ya sentido, sin acrecentarlo con juicios, pensamientos, anticipaciones de sentidos o sin verdad. En suma, la era actual sigue siendo heredera de la tradicional dicotomía entre pensar y sentir.

Por el contrario, desde la fenomenología del sentir continuamos preguntándonos por la verdad o falsedad de lo que sentimos.

Después de tantos siglos separando el sentir del pensar, hemos comprendido que la coexistencia de ambos es un fenómeno complejo. Es necesario cultivar la inteligencia tanto como los sentimientos, porque la empatía, la solidaridad o la compasión han demostrado ser al menos tan importantes como los conocimientos matemáticos.

Razón y sensibilidad

Husserl, fundador de la fenomenología y matemático de formación, hablaba de la “razón sumergida en sensibilidad” e incluso de una “sensibilidad secundaria que nacía de una producción de la razón.

Consideraba las sensaciones localizadas, particularmente las sensaciones dobles (por ejemplo, la mano que estrecha la otra mano), como la fuente del sentir y como "una especie de reflexión” corporal, distinta de la intelectual, ya que no convierte eso a lo que se dirige en objeto, sino que lo experimenta como sujeto y objeto.

Esto es lo que ocurre cuando siento el teclado y, a la vez, las yemas de mis dedos tocándolo. La doble faz de nuestras sensaciones pone de manifiesto que “sentir” no es un poder subjetivo de convertir lo otro en objeto.

Por su parte, sentirse no es captarse como un objeto más, sino desarrollar un sentimiento de sí, como decía Hegel, un sentido del sentimiento y, con él, una comprensión de nuestro ser sentiente y sensible. Su verdad no se halla ni en su interior ni en lo exterior, ni en lo propio ni en lo ajeno, sino en su intersección.

Somos seres cuya interioridad no es nada sin exterioridad, seres que se piensan y se sienten pensando y sintiendo, en sus relaciones y en una vida en común, llena de realidades y de posibilidades.

Falta de interioridad y desafección

La infodemia y la ingente cantidad de estímulos no revierten en la interioridad y, por tanto, no fomentan esa interrelación. Amenazan con anestesiar el sentir e insensibilizarnos sumiéndonos en la indiferencia y en la desafección, porque su pluralidad carece de negatividad, de intervalos en los que detenernos a pensar, de huecos que permitan las articulaciones entre datos inconexos e incluso abiertamente falsos. Conocer la verdad no siempre es algo placentero; tampoco lo es siempre sentir, pero eso no justifica ni la mentira, ni el falso sentir, ni su anestesia.

Reparemos en que este término comparte la raíz de aisthesis, cuyo significado originario no solo es el de estética, sino todo lo relacionado con la sensación y el sentir, la sensibilidad y la sensualidad. La razón no solo está llamada a ser la educadora o cultivadora de la aisthesis, sino que, también a la inversa, es posible reactivar la razón por la aisthesis para corregir su reducción e instrumentalización actuales.

María Zambrano también defendía este doble movimiento como generador de una verdad que no solo fuera pensada sino fundamentalmente sentida:

“El sentir, pues, nos constituye más que ninguna otra de las funciones psíquicas, diríase que las demás las tenemos, mientras que el sentir lo somos. Y así, el signo supremo de veracidad, de verdad viva ha sido siempre el sentir; la fuente última de legitimidad de cuanto el hombre dice, hace o piensa”.

Sentir es, para esta filósofa, “pensar con el corazón”; y la verdad viva, “razón poética”.

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