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Resiliencia, un término muy repetido que no siempre se usa correctamente

Hay palabras que caen en olvido y se extinguen y otras que, de forma progresiva, conectan con una nueva la realidad y empiezan a ser usadas incorporando nuevos matices y dimensiones. Este es el caso de la palabra “resiliencia”, que suma más 685 millones de resultados en el buscador de Google en español y en inglés (resilience).

Resiliencia procede del verbo en latín resilio, cuyo significado es “saltar hacia atrás, rebotar”. Se incorporó a la lengua inglesa a través del francés en el siglo XVII. Desde el siglo XIX hasta la actualidad, el término se utiliza en física para describir la capacidad de materiales para resistir un impacto sin llegar a romperse.

A partir de 1950, irrumpe en la psicología, consolidándose en los estudios de N. Garmezy en 1971 y M. Rutter en 1979 sobre la capacidad de menores de afrontar situaciones traumáticas. Y tras la pandemia de la covid-19 ha habido un repunte de investigaciones abordando la resiliencia psicológicapara hacer frente al estrés y/o regular las emociones.

C. S. Holling en 1973 fue pionero en introducir el concepto en ecología y medioambiente mediante el revelador artículo titulado Resilience and stability for ecological systems. En él expone dos visiones contrapuestas sobre el comportamiento de los ecosistemas: estados en equilibrio con pequeñas fluctuaciones afectados por cambios predecibles (estabilidad) frente a estados cambiantes de los ecosistemas capaces de recuperarse de eventos tanto predecibles como impredecibles (resiliencia).

A partir del XX, se empezó a emplear de forma generalizada en modelos de vida sostenible en el área de la sociología, integrándose en los años 2000 en el ámbito de las empresas y la economía, destacando su presencia en las normas ISO (International Organisation for Standardisation).

En el ámbito de la agricultura y la ganadería

En el área de la agricultura y ganadería, la resiliencia integra un enfoque dinámico en la gestión de las explotaciones y sistemas agrarios que deben de encontrar un equilibrio entre ser eficientes en el presente e invertir para adaptarse a futuras situaciones, cambios e incertidumbres que pongan en peligro la continuidad de su actividad. En esta línea, el concepto de resiliencia también se está aplicando a muchos otros sistemas como el sanitario o educativo.

Por último, en la presente década el término se ha incorporado con fuerza en las estrategias y programas políticos a todos los niveles de gobernanza. En España se aprobó en 2020 el “Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia”. Del mismo modo, instituciones, organismos y foros internacionales como la Unión Europea y el G20 están trabajando para desarrollar estrategias y principios con el fin de aumentar la resiliencia de los países para mantener el bienestar social y ambiental.

La resiliencia ante los conflictos políticos

En las sociedades complejas e interconectadas actuales, las consecuencias de las amenazas globales como el terrorismo, el cambio climático, las pandemias o las crisis financieras, los conflictos políticos son más inmediatos y patentes. Esta situación aumenta tanto la sensación de vulnerabilidad debido a la incertidumbre, como la sensación de falta de control por parte de individuos y sociedades.

Este es uno de los motivos por los que la resiliencia es un término de gran actualidad. Sin embargo, su significado sigue siendo vago para parte de la población. La definición concreta depende de la disciplina, y por ello ha recibido críticas por ser un concepto demasiado ambiguo e impreciso, llegando a tildarla en ciertas discusiones de irrelevante.

No obstante, existen una serie de características comunes que trascienden las disciplinas en las que se usa: la resiliencia es la capacidad de materiales, individuos o sistemas de responder a eventos y perturbaciones de distinta naturaleza, tales como el cambio climático, desastres naturales, crisis económicas o conflictos.

Indicadores para monitorizarla

Otra de las críticas que recibe el término es que a medida que aumenta la complejidad del sistema, aumenta exponencialmente la dificultad de encontrar indicadores para monitorizar y acciones y estrategias para mejorar la resiliencia. Además, en muchos casos cuando hablamos de sistemas, las soluciones son dependientes del contexto.

Con todo y con eso, en la última década la ciencia está realizando notables avances en la medición tanto de la resiliencia objetiva mediante indicadores cualitativos o cuantitativos medibles y contrastables, como de la resiliencia subjetiva que se refiere al estudio de la percepción de individuos, comunidades, organizaciones o naciones sobre su propia resiliencia frente a cambios o perturbaciones de distinto tipo y alcance.

La visión dinámica que propone la resiliencia no está exenta de riesgos, y uno de los principales, que ha sido fuertemente criticado, es que su aceptación como característica deseable puede fomentar la tolerancia política y social a los desastres y sus impactos en lugar de abordar las causas subyacentes.

No es un escenario deseable que haya un giro premeditado de cargar sobre los individuos y sociedades el deber de adaptarse a los retos y perturbaciones, asumiendo que estas son inevitables, centrando los esfuerzos en paliar los efectos en lugar actuar sobre las causas. Un ejemplo de esta situación ocurrió durante el periodo en el que Donald Trump fue presidente de Estados Unidos, cuando en las páginas web del gobierno estadounidense se sustituyó el término cambio climático por la palabra resiliencia.

Tenemos ante nosotros dos retos para limitar y disminuir las controversias y aumentar el potencial del estudio y fomento de la resiliencia. Por un lado, que cada profesional en su disciplina aborde con rigor y precisión su análisis utilizando la mejor ciencia disponible. Pero también que los políticos y todos aquellos individuos e instituciones que usen el término definan con solidez a que se refieren y delimiten las fronteras de sistema que analizan y el marco temporal.

Por lo tanto, toda iniciativa sobre resiliencia debe responder a tres preguntas: ¿resiliencia de qué o quién?, ¿resiliencia frente a qué? y ¿resiliencia para qué y para cuándo? Trabajar en mejorar la resiliencia a nivel individual, comunitario y global desde todas las disciplinas es netamente positivo, pero hagámoslo con responsabilidad y coherencia.

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