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Compartir datos de investigación en un mundo poscoronavirus requiere respetar la propiedad intelectual

La pandemia causada por el coronavirus SARS-CoV-2 ha cambiado el mundo en que vivimos. Hemos tenido que adaptarnos rápidamente a una sociedad parcialmente confinada, donde los tiempos de reacción han adquirido una importancia notable. En el caso de la ciencia, la necesidad de desarrollar vacunas que permitieran una inmunización global e inmediata ha supuesto un hito. Este ha estado marcado, en parte, por la colaboración científica.

Desde hace algunos años se puso de manifiesto la importancia de compartir los datos de investigación. Este esfuerzo, llamémosle filantrópico, permitiría dinamizar la ciencia y, por tanto, obtener resultados más rápidamente y con un menor coste, a la vez que aumentaría la transparencia y la reproducibilidad científica.

En líneas generales, el uso compartido de datos ha tenido defensores y detractores, argumentando estos últimos que compartir sus datos de investigación podría suponer una amenaza para su ventaja competitiva sobre otros grupos. En todo caso, es necesaria una labor pedagógica al respecto, ya que existe un desconocimiento general sobre el tema por parte de los propios grupos de investigación, que unido a la falta de reconocimiento científico desde las agencias evaluadoras dificultan su práctica.

El programa marco de investigación de la Comisión Europea Horizonte 2020 ya especificaba que cualquier acción investigadora financiada por la Unión Europea (UE) está sujeta a poner a disposición del público general todos aquellos datos derivados del estudio. Asimismo, durante la pasada década surgieron iniciativas, tales como OpenAIRE, y repositorios como Zenodo, que trataban de impulsar el intercambio de datos de investigación en la UE. Pese a ello, hay que contar con la voluntad de los equipos investigadores, para asegurarse de que los conjuntos de datos compartidos cumplan los principios FAIR (Findable, Accessible, Interoperable, Reusable).

Y llegó el SARS-CoV-2

Fue el pasado mes de marzo de 2020 cuando el mundo entero comprendió que estábamos ante una amenaza real, la pandemia, un tiempo en el que conservar la ventaja competitiva pasó a un segundo plano y lo único que importaba era una respuesta eficaz en un tiempo récord.

En el caso de las investigaciones sobre SARS-CoV-2, el número de trabajos publicados durante los primeros meses de 2020, tanto epidemiológicos como genéticos o clínicos, aumentó exponencialmente debido a esta emergencia de salud internacional, si bien el intercambio de datos tuvo un ligero incremento, en ningún caso comparable al número de publicaciones.

Tras la vertiginosa carrera por desarrollar vacunas eficaces por parte de laboratorios privados, con importantes aportes económicos provenientes de las esferas pública y privada, comenzó su producción y distribución a finales del año 2020. Al tratarse de una pandemia de alcance global, la exigencia de inmediatez debida a las graves consecuencias que el virus tenía sobre la salud pública generó una serie de problemas logísticos: no había suficientes vacunas para todo el mundo.

Los retrasos, dificultades en las plantas de producción, etc. llevaron a las autoridades públicas a cuestionarse la idoneidad de una suspensión temporal de patentes para que cualquier laboratorio pudiera fabricar nuevas vacunas y poder aumentar de esta manera el alcance de las mismas. Es decir, algo así como compartir datos de investigación pero de manera forzada, con el problema que genera el atentado contra la propiedad intelectual de las fórmulas y las repercusiones económicas que tendría sobre las farmacéuticas.

Se cumplían, por tanto, las profecías que los investigadores vaticinaban con respecto a la amenaza de compartir sus datos, a pesar de que los propios laboratorios también se hubieran beneficiado de esta práctica.

Un sistema eficiente que necesita protocolos

Así pues, entre las lecciones aprendidas en tiempos de pandemia, podemos concluir que el uso compartido de datos de investigación se ha revelado como un mecanismo eficiente, aunque no habitual, para la difusión de la ciencia, permitiendo optimizar recursos y acortar plazos, pero que es necesario implementar mediante la creación de estándares y protocolos de comunicación científica que fomenten la calidad de los datos de investigación.

Actualmente, Horizonte Europa 2021-2027 y España a través del Plan Estatal de Investigación Científica, Técnica y de Innovación 2021-2023 refuerzan este compromiso de Ciencia Abierta, con la necesidad de que los datos de investigación cumplan los principios FAIR y se compartan conforme al protocolo “tan abierto como sea posible y tan cerrado como sea necesario”.

En un mundo poscoronavirus el uso compartido de datos debe ser objeto de debate. Una suspensión de patentes, aun temporal, puede tener consecuencias en una futura implicación de la iniciativa privada en el desarrollo de vacunas, a sabiendas de que los gobiernos pueden apropiarse de los resultados en cualquier momento.

Compartir datos de investigación puede ser un aliado ante los futuros desafíos de la ciencia, pero la colaboración público-privada, tan necesaria, debe pasar por un respeto absoluto a la propiedad intelectual de los resultados de investigación para evitar que futuras situaciones de crisis perjudiquen los cimientos del movimiento de ciencia abierta.

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