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Invertir en la salud mental de las personas refugiadas nos ayudará a crecer como sociedad

Cada 20 de junio se conmemora el Día Mundial de las Personas Refugiadas. De acuerdo con el último informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR), en torno a 108,4 millones de personas se encuentran desplazadas forzosamente en todo el planeta, y las cifras aumentan año tras año.

Con frecuencia, la motivación para dejar una vida atrás es escapar de la violencia: las persecuciones por motivos identitarios, las guerras y la violación de derechos humanos se constituyen como los principales factores de daño psicológico que tienen que afrontar los supervivientes.

Ante esta realidad, la Convención de Ginebra establece que la acogida a las personas refugiadas no es una cuestión arbitraria dependiente de los estados, sino un derecho de los individuos para sobrevivir cuando el estado de origen o de residencia no garantiza la integridad de los afectados.

Víctimas del síndrome de Ulises

Vale la pena recordar que la migración forzada no consiste en un simple recorrido lineal desde el punto “A” al “B”, sino que implica un proceso circular en el que los afectados atraviesan diferentes fases, exponiéndose con frecuencia al riesgo de sufrir violencia. Esto aumenta la probabilidad de experimentar daño psicológico.

Sumado a lo anterior, el llamado “síndrome de Ulises” plantea la pérdida y el duelo como elementos intrínsecos a todo proceso migratorio sin necesidad de establecer un diagnóstico. Este síndrome reconoce que el sufrimiento se agrava en función de la vulnerabilidad de quien migra. Y por sus propias características, las personas refugiadas son las más vulnerables.

Tres fases de daño acumulativo

En suma, puede existir sufrimiento psicológico sin necesidad de categorización clínica. Por estas razones, el estudio de la salud mental en los desplazados forzosos ha de contemplarse desde una perspectiva integral, compuesta por diferentes fases en las que se produce un daño acumulativo. Son las siguientes:

Campo de refugio de Idomeni en Grecia en 2016. Abraham Hernández, Author provided

En última instancia, resulta esencial poner en marcha mecanismos de atención psicológica y psicosocial en el país de acogida. Es verdad que la mayoría de los supervivientes desarrollarán estrategias resilientes para hacer frente a las adversidades, pero delegar la responsabilidad de la recuperación en las víctimas, sin una intervención encuadrada en la agenda política de los estados, es un error.

Porque invertir en la salud mental de las personas que solicitan asilo, ofrecerles la posibilidad de recibir educación y el acceso a un empleo digno garantizarán la convivencia intercultural y una integración comunitaria.

Aunque diferentes redes de trabajo operan en esta dirección, necesitamos que la ciudadanía comprenda la realidad de esas necesidades para avanzar como sociedades resilientes y acogedoras. Solo así progresaremos en el desarrollo de la empatía y en la consideración más básica del reconocimiento de unos y otros como miembros de un mismo grupo social y de pertenencia: el de seres humanos.

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