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Fotograma de ‘La fuga de Segovia’. Filmin

‘La fuga de Segovia’: el fin (deseado) de ETA que (no) pudo ser

El 6 de noviembre de 1981 se estrenaba en cines de todo el país La fuga de Segovia (1981), la segunda película de Imanol Uribe, un joven director vasco, por aquel entonces, nacido por accidente en El Salvador, que regresaba a un territorio que le haría convertirse en el director de ETA por antonomasia, aunque no fuera exactamente así. Al menos, ha sido el que más veces ha retratado en su filmografía a la banda terrorista.

Su primer filme, rodado en 1979, había sido el documental El proceso de Burgos, cuya encendida polémica marcaría su estreno aquel año en el Festival de cine de San Sebastián, sufriendo graves amenazas. Dos años más tarde, rodaría la mencionada película, a la que seguirían La muerte de Mikel (1984), Días contados (1990) y Lejos del mar (2015).

Para conmemorar este pequeño hito de la filmografía vasca hace cuarenta años (La fuga de Segovia fue la primera película subvencionada por el Gobierno vasco), la Asociación de Productores Vascos organizó en octubre de 2021 una exposición con fotografías de su rodaje en el centro cultural Ernest Lluch de San Sebastián.

Además, coincidió con la concesión a Uribe del Mikeldi de Honor, en el Festival Cinebi de Bilbao.

La fuga de 1976

La historia que contaba La fuga de Segovia se inspiraba en el libro del productor Ángel Amigo, que formó parte de la verídica fuga cinco años antes, en 1976. En la película, un antiguo activista de ETA, exiliado en San Juan de Luz, le cuenta a un periodista la serie de vicisitudes que él y otros presos de la banda terrorista protagonizaron en 1976: una masiva fuga de la cárcel de Segovia. Los presos excavaron un túnel (en realidad, dos, pero el primero fue descubierto) que les permitió huir de la prisión en dirección a la frontera francesa. Sin embargo, no lograrían su propósito, siendo detenidos por la Guardia Civil.

Según revelarían sus protagonistas y el mismo director en diferentes entrevistas, el rodaje estuvo lleno de vicisitudes, incluso se vio afectado por el 23-F. Pero cuando pudo ver la luz y se estrenó, el recibimiento fue máximo, logrando superar en recaudación, en Euskadi, a Superman y La guerra de las galaxias. No era de extrañar, ya que anunciaba un tiempo de esperanza, de deseo de poner fin a la violencia.

Fotograma de La fuga de Segovia. RTVE

Tal y como describe en la obra de referencia Santiago de Pablo, Creadores de sombras, la historia del cine sobre la banda terrorista ha venido marcada por varios periodos: unos iniciales, en los que las películas que lo abordaban presentaban la existencia de ETA dentro de un marco favorable, ecléctico o ambiguo, pero que, desde luego, ignoraron casi por completo la figura de las víctimas; y otro posterior en el que poco a poco han ido cobrando una mayor carga ética hasta que se han convertido en las verdaderas protagonistas. El ejemplo más claro es la emotiva y muy recomendable película Maixabel (2021), de Icíar Bollaín.

El cine, y ETA, en los 70

Claro que en la década de los 70 y 80 el contexto era muy diferente en España. Con una ETA operativa y un proceso democratizador en ciernes, el gran deseo era que se pudiera poner fin al terrorismo.

Cartel promocional de El proceso de Burgos. FilmAffinity

El primer gran hito de la filmografía sería el documental El proceso de Burgos que, en la actualidad, sigue siendo un documento testimonial de época de primera mano. El juicio-farsa orquestado por el franquismo, en 1970, quería servir de escarmiento y mostrar que el régimen iba a ser implacable contra sus enemigos. Pero le explotó en las manos al recibir una contundente condena internacional.

En diciembre de 1979 se acababa de aprobar el Estatuto de Guernica y la película se estrenó en enero de 1980. La realización mostraba el rostro de muchos antiguos integrantes de ETA, pero también una nueva realidad. Casi todos los que habían sido acusados en Burgos no pertenecían ya a la banda. Pese a todo, ETA seguía asesinando con furia.

La escisión de ETA

Pero si El proceso de Burgos miraba al pasado antifranquista, y aludía indirectamente a un nuevo presente, La fuga de Segovia no solo iba a ser una película de fugas al estilo de Hollywood, sino que implicaría algo más.

Aquí es necesario hacer un inciso. A pesar de la imagen unitaria e inquebrantable con la que siempre se ha encarnado a ETA, lo cierto es que vivió varias y graves escisiones internas. Una, precisamente la que la rompería en dos en 1974 en la V Asamblea, sería la que constituiría ETApm (político-militar) y ETAm (militar).

Ambos grupos tomaron caminos distintos, aunque vinieron marcados por la misma dialéctica de las pistolas. Pero ETApm apostó por fortalecer la vía política sobre la militar (la terrorista). En 1977, con la llegada de la democracia, ETApm configuró su propio partido, Euskal Iraultzarako Alderdia (EIA), que entraría a formar parte de la coalición Euskadiko Ezkerra (EE). Sin embargo, en 1979 recrudeció su actividad terrorista hasta que Mario Onaindia y Juan María Bandrés le instaron a su abandono. Y ETApm acabaría por autodisolverse el 30 de septiembre de 1982.

No parecía casual que La fuga de Segovia se hubiese rodado un año antes, en el marco de una tregua en la que ETApm empezó a perfilar su final. No hay duda de que Uribe, que desconocía el desenlace que iba a tener el alto el fuego, apostaba de forma rotunda por homenajear a aquellos militantes (los de ETApm que protagonizaron la fuga) que lucharon contra la dictadura y les instaba a que abandonasen las armas.

Aunque el director no se adentraría a juzgar el terrorismo (como sí haría más críticamente en Días contados), sabría crear un ambiente propicio en el que ni los etarras aparecen como simples héroes ni los guardias civiles como perversos carceleros. Más que enemigos, los convierte en antagonistas que se respetaban.

Contada con firme pulso, anunciaba una paz deseada, y aunque la verdadera fuga no tuvo un final feliz para los afectados (uno moriría y la mayoría serían apresados), sí se abriría a un tiempo de esperanza que, por desgracia, no se cerró porque ETAm siguió matando. Quedaría claro ahí que bien podría haber seguido los pasos de ETApm y, entonces, la historia de su violencia habría sido, seguramente, otra muy distinta.

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