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Por qué da más pereza leer poesía que narrativa en la escuela

Los principales géneros literarios (lírica, narrativa y teatro) han pervivido en nuestra historia moderna y parece que su futuro no presenta dudas en cuanto a su permanencia en los usos culturales y en los procesos que atañen a la formación de personas. Ahora bien, es inevitable plantearse cuál es el uso que se hace de cada uno de ellos y por qué se accede con más frecuencia a uno que a otro.

En principio, no existen factores para la diferenciación y las personas pueden hacer uso de cualquiera de ellos sin que exista una predisposición que conduzca a una preferencia. Sin embargo, como veremos más adelante, sí que existen condicionantes para que la pregunta ¿por qué puede dar más pereza leer poesía que narrativa en el ámbito educativo? tenga una respuesta.

¿Comprendo la poesía que leo o leo la poesía que comprendo?

Si atendemos a este juego de palabras o retruécano, vemos que en él existe alguna clave para ir explicando la posible preferencia de la narrativa sobre la lírica en el ámbito educativo. Así, aunque las palabras son las mismas, el sentido no lo es.

La poesía como contenedora de símbolos necesita de interpretación, de atribución de significados a esos signos y, por ello, la comprensión es un factor distintivo a la hora de aproximarse al género. En ocasiones, el hecho de no comprender una poesía supone el inicio de la construcción de un cliché que puede derivar en prejuicio y, a la postre, en rechazo.

Por ello, da la impresión de que comprender la poesía que se lee debe ser una de las metas educativas para evitar el desapego por esta manifestación literaria, y que tratar de ir más allá de una posible univocidad de significados puede restar miedo a tratar con todo tipo de poesía y hacer que no solo sea la poesía que se comprende, sino toda aquella que pueda estar al alcance de las personas.

Reivindicando su importancia

Reivindicar la importancia de la poesía tanto en el ámbito educativo como en la cotidianidad supone asumir que nuestra visión de la realidad y su correspondiente interpretación se hace mediante comparaciones y, por supuesto, de metáforas.

El hecho de nombrar las “perlas” que pueden suponer los dientes o la forma de algodón de las nubes es un hecho asumible en el día a día y nos revela hechos reales sin tener que profundizar en la explicación de esas comparaciones. Esa cercanía en el uso de la lengua tiene que reforzar nuestra aproximación a la poesía.

Si corremos “como liebres” u observamos cómo “llora el cielo”, no tenemos excusa para no leer textos poéticos, aunque sí es cierto que otros factores pueden influir en la no promoción de este disfrute.

La revolución tecnológica que se aproxima vertiginosamente a su denominación 5.0 conlleva una asociación de tecnología emergente y una necesidad de uso por parte de la población. Esta utilización afecta a los diferentes estratos sociales y a las diferentes edades.

En este sentido, en el mundo educativo, la cultura letrada se mantiene como pilar de la escuela pero contrasta con la modernidad líquida que imponen los usos sociales. De este modo, lo audiovisual propone una transmisión de información y conocimiento más rápida y accesible que las cuestiones que hacen prevalecer la cultura escrita presentada en textos o en su caso en textos adaptados a pantallas.

El reto educativo es intentar que los espacios de lectura sean atractivos y puedan compartir tiempos con los estímulos audiovisuales que, sin duda, rodean las vidas de los más pequeños y de los mayores. Si no se toma conciencia acerca de esta situación, a la posible dificultad ya previamente citada sobre la interpretación de metáforas y símbolos se le añadirá la falta de un espacio propio que permita la lectura de textos líricos.

Del ripio a la metafísica

La poesía nos ofrece mucha variedad para ser abordada, pero obviamente su selección debe ser cuidadosa para que no se produzcan desajustes tanto en su interpretación como en su recitación o lectura silenciosa.

Así, podemos comprobar extremos. El primero de ellos es el ripio, cuya definición de la RAE nos remite a lo superfluo manifestado en producciones como El tren de Holanda que pita más que anda o Vi un pajarillo en la rama de un tomillo. Aunque pueden ser tenidos en cuenta como juego fonético en las primeras edades.

El segundo extremo nos conduciría a poesía metafísica como, por ejemplo, la de Quevedo, Leopoldo Panero o Borges. Comprobamos de este último, en los primeros versos de su poema denominado El remordimiento (“He cometido el peor de los pecados/ que un hombre puede cometer. No he sido/ feliz. Que los glaciares del olvido/ me arrastren y me pierdan, despiadados”) la carga simbólica de su mensaje y la no univocidad de su significado, sino la necesidad de la conexión con las experiencias del lector y la capacidad de este para proporcionar un sentido a los símbolos.

La formación de la sensibilidad estética

Si hay un aspecto que prevalece frente a la posible pereza o a los estímulos sociales que pueden generar cierto desapego o desinterés por la poesía es la necesidad de no descuidar la formación de la sensibilidad estética.

La belleza artística que supone la creación poética y el deleite de su recitado y escucha no puede ser perdido. Y no es el único beneficio que puede hallar le persona que se está formando; niños y mayores pueden cultivar aspectos como el ritmo, la entonación o la predicción de vocabulario ante una posible rima consonante.

Además, no podemos poner excusas relativas a que la producción poética para leer pueda estar limitada o en ocasiones pueda no atender a los intereses, por ejemplo, de los más pequeños. En la etapa infantil y primaria, autores como Gloria Fuertes, Carlos Reviejo o el propio Roald Dahl nos proporcionan ejemplos muy divertidos acerca de temas propios de esas edades sin que por ello su lírica carezca de calidad literaria. Incluso si nos aventuramos con otros autores de la Literatura española, también podemos hallar textos de García Lorca o Alberti que puedan interesar a ese público.

Al final, se trata de leer

Para terminar, no parece que exista pereza ni por uno ni por otro género (poesía o narrativa); la clave estriba en la promoción de la lectura y en las ganas que tenga el mediador de ejercer de puente entre los textos, ya sean líricos, narrativos, teatrales, ensayísticos o autobiográficos, y el potencial lector.

La formación lectora y de la sensibilidad estética no es incompatible con la época de modernidad líquida que nos trasciende y tenemos que ser capaces de mostrar las fortalezas que la poesía posee y la influencia positiva que tiene en la formación inicial y permanente de las personas.

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