Menu Close
Una mujer dentro de una mosquitera en una fábrica.
Una fábrica de mosquiteros insecticidas en Arusha, Tanzania. Charles Ommanney / Getty Images

África se aferra a la esperanza de un futuro sin malaria

África subsahariana está desproporcionadamente afectada por la malaria o paludismo. El 95 % de los casos mundiales se registra en esa región. Esta enfermedad mata a un niño africano cada 60 segundos.

Los datos son alarmantes. Sin embargo, el paludismo se puede prevenir y tratar.

Los avances logrados entre los años 2000 y 2015 son una prueba de lo que se puede conseguir. La ayuda proporcionada por donantes mundiales contribuyó a reducir las muertes por malaria entre los niños menores de cinco años, pasando de 723 000 a 306 000. La mayoría de las muertes evitadas se produjeron en África subsahariana. Un total de 55 de los 106 países en los que el paludismo es endémico mostraron una reducción del 75 % en los nuevos casos de malaria en 2015, comparado con el año 2000.

Pero en 2016 la respuesta mundial a la malaria se estancó. En algunas regiones incluso retrocedió. Los casos de paludismo y las muertes por esta enfermedad aumentaron al competir los programas nacionales de control de paludismo con otros retos sanitarios.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) y otros socios hicieron llamamientos urgentes para abordar los retos a los que se enfrentaban los programas nacionales. Pero aumentó el déficit de financiación y de capacidad técnica. Los esfuerzos para controlar el paludismo en África seguían estando muy lejos de alcanzar los objetivos de eliminación para 2030.

Y entonces llegó la pandemia de covid-19. Al principio de la pandemia, se advirtió de las graves consecuencias que tendría la interrupción de los servicios rutinarios contra el paludismo. Se preveía que se duplicarían las muertes por esta enfermedad en África.

Hubo interrupciones, pero los programas nacionales de control de la malaria han demostrado una resistencia impresionante en los últimos tres años. Las acciones innovadoras hicieron que las muertes aumentaran solamente un 10 % entre 2019 y 2020. Los fallecimientos por esta enfermedad no se duplicaron y se mantuvieron estables en 2021.

Actualmente, la lucha por eliminar y finalmente erradicar el paludismo se ha convertido en un reto incluso mayor. Los desafíos incluyen el impacto del cambio climático en la distribución de los mosquitos portadores de malaria, la invasión y la rápida propagación de nuevas especies de mosquitos, así como la aparición de parásitos de la malaria resistentes a los medicamentos y de mosquitos resistentes a los insecticidas.

Sin embargo, hay una esperanza en el horizonte. Tras décadas de intensa investigación, han salido al mercado dos nuevas vacunas contra el paludismo. Además, los científicos están desarrollando nuevos tratamientos y experimentando con diferentes combinaciones de fármacos. Puede que no suceda antes de 2030, pero el paludismo se puede erradicar.

Historia

En el año 2000, las Naciones Unidas lanzaron los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Uno de ellos era reducir la incidencia del paludismo en un 75 % para 2015.

Esto catalizó importantes inversiones, especialmente en África subsahariana. Entre 2000 y 2015, la financiación de donantes internacionales, principalmente del Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria y de la Iniciativa del Presidente de Estados Unidos contra la Malaria, permitió que los programas nacionales de control del paludismo en África sustituyeran las intervenciones fallidas por otras más eficaces.

En 2015 se distribuyeron en África más de 150 millones de mosquiteros tratadas con insecticida, 179 millones de pruebas de diagnóstico rápido de paludismo y 153 millones de dosis de tratamiento contra esta enfermedad recomendado por la OMS: las terapias combinadas a base de artemisinina (TCA).

Animada por los avances en la reducción del paludismo, la OMS lanzó la Estrategia Técnica Mundial contra la Malaria. Esta estrategia proporcionaba a los países donde el paludismo es endémico una hoja de ruta para reducir su transmisión. El objetivo final era conseguir un mundo libre de malaria para 2030.

Lamentablemente, el lanzamiento de esta estrategia coincidió con una estabilización de la financiación nacional e internacional, lo que provocó un repunte de los casos.

En 2016 se registraron 216 millones de casos, cinco millones más que en 2015. El 90 % de ellos se produjeron en África, donde la financiación se redujo a menos del 42 % de lo que necesitaba el continente para un control eficaz del paludismo.

Contratiempos

En la actualidad, la respuesta mundial al paludismo se enfrenta a nuevos retos.

Según predicen los expertos en cambio climático, con el calentamiento de la Tierra, la enfermedad se extenderá a zonas en las que ahora no existe. Se desarrollarán más rápidamente el mosquito y el parásito de la malaria y aumentarán los índices de transmisión del paludismo en zonas donde la enfermedad ya está presente. Además, es probable que los cambios medioambientales relacionados con las actividades humanas, como la deforestación, también modifiquen la distribución de los mosquitos y de las enfermedades que transmiten.

La reciente invasión y la rápida propagación del vector asiático de la malaria, Anopheles stephensi, por el Cuerno de África hasta Nigeria puede ser un ejemplo de esto.

Esta especie de mosquito es extremadamente difícil de controlar. Prospera en zonas urbanas, pica tanto en interiores como exteriores, se alimenta de sangre animal y humana y es resistente a varias clases de insecticidas. Consciente de la amenaza que supone este mosquito para el control del paludismo en África, la OMS lanzó una iniciativa para frenar su propagación en el resto del continente.

Por si fuera poco, el parásito de la malaria ha vuelto a empeorar las cosas. El Plasmodium falciparum es el parásito más mortífero y predominante en África. Ha mutado y puede no ser detectado por la herramienta de diagnóstico más utilizada en los puntos de asistencia en las regiones rurales donde el paludismo es endémico.

Esto hace que las personas infectadas por malaria corran el riesgo de desarrollar una enfermedad grave y sigan siendo capaces de transmitir la malaria. Además, los parásitos africanos del paludismo de Eritrea, Ruanda y Uganda se han vuelto resistentes a la parte artemisinina de los TCA, que son la única clase de antipalúdicos eficaces disponibles actualmente.

La OMS ha desarrollado una estrategia para hacer frente a la resistencia emergente en África.

El camino que queda por recorrer

En 2021, la OMS dio el valiente paso de aprobar el uso de la vacuna antipalúdica RTS,S en países con alta carga, a pesar de su modesta eficacia, inferior al 40 %.

Una versión más reciente de la vacuna RTS,S, la R21, producida por el Instituto Jenner de la Universidad de Oxford, ha demostrado tener una mayor eficacia en un ensayo de fase III. Esto ha llevado a Ghana y a Nigeria a aprobar su uso este mes sin tener el visto bueno previo de la OMS.

Algunos investigadores están desarrollando nuevos antipalúdicos más efectivos. Otros están investigando el uso de diferentes combinaciones de fármacos y anticuerpos ya existentes para tratar eficazmente el paludismo.

Se están instalando mosquiteras tratadas con insecticida más nuevas y eficaces. Y la vigilancia genómica representa una nueva herramienta en el conjunto de medidas para la eliminación del paludismo que ayuda a tomar decisiones basadas en la evidencia.


Este artículo ha sido traducido con la colaboración de Casa África. Traducción: Jacopo Masciavé.


This article was originally published in English

Want to write?

Write an article and join a growing community of more than 182,600 academics and researchers from 4,945 institutions.

Register now