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Imagen de la adaptación cinematográfica de ‘Nada’, dirigida por Edgar Neville en 1947 y sometida a una fuerte censura. Filmin

Carmen Laforet: de ‘Nada’ a la plenitud

Es difícil medir el enorme impacto y la permanencia en la memoria colectiva de novelas como Nada (1945), constantemente reeditada, celebrada y leída. Las peripecias de su joven protagonista y su viaje existencial a partir de esa España de la posguerra son parte de los recuerdos propios de sus lectores. Cuando la novela termina, la protagonista imagina un futuro menos asfixiante lejos de esa vida universitaria y esa casa barcelonesa que abandona sin llevarse nada.

Retrato de la escritora Carmen Laforet. Marina Romera / Wikimedia Commons, CC BY-SA

La siguiente novela de Carmen Laforet (Barcelona, 1921 – Madrid, 2004), La isla y los demonios (1952), volvió al protagonismo femenino, al intimismo de esa cálida joven que no encajaba en el mundo y a la época y escenarios autobiográficos. Pronto la crítica reconoció que, en realidad, esta otra novela venía a ser el primer episodio de la anterior: una vuelta a los años de adolescencia previos a lo que habíamos leído en Nada. La propia autora admitió el parentesco de ambas novelas y protagonistas. Con diferentes nombres tenían la misma alma.

Varios años después, Laforet publicó una tercera novela que causó polémica y que sigue siendo mal leída y peor entendida: La mujer nueva (1955). En ella volvemos a encontrarnos esa misma voz femenina, ese intimismo y ese autobiografismo. Sin embargo, aquí se encarnan en otro nombre, otra edad y otra época. Con diferentes historias, parecen el mismo ser más maduro. Ahora es madre y esposa, pero sigue cargada del mismo vacío, más hastiada y aún en busca de un sentido existencial.

Una peculiar trilogía no planificada

De hecho, con La mujer nueva Carmen Laforet cerró una resultante, aunque no planeada, trilogía existencial.

Después empezó otra, ahora sí planificada, siguiendo el modelo anterior: dosificar en tres relatos las tres etapas de maduración y búsqueda de sentido de Martín, el personaje masculino que la protagoniza. Tres pasos fuera del tiempo –nombre de la trilogía– quedó sin terminar cuando la enfermedad y luego la muerte le llegaron a su autora.

Laforet insistía en que los hechos de sus novelas no eran autobiográficos. Solo lo eran las circunstancias, el momento y esa misma angustia de quien busca su lugar en el mundo y se da de bruces con la realidad. Las tres mujeres protagonistas de sus tres primeras novelas reflejan su propia aflicción. Son mujeres diferentes a su familia, aisladas en un ambiente en el que no encajan y que rechazan.

La adolescente Marta de La isla y los demonios termina con la esperanza de un cambio de vida al escapar a la península para empezar la universidad. Pero Andrea (Nada) y Paulina (La mujer nueva) huyen varias veces de sus ciudades queriendo en realidad escapar de sus asfixiantes vidas. Sus angustias y sus ansias de libertad reflejan diferentes etapas de la vida de una mujer: adolescencia, juventud y madurez. Son los años preuniversitarios, los universitarios y la vida de una insatisfecha madre y esposa.

Retrato coloreado de Carmen Laforet. Latinapaterson / Wikimedia Commons, CC BY-SA

Aunque la autora había comenzado narrando quién era ella misma en el momento en que escribía (Nada), luego volvió a los escenarios canarios de su propia infancia (La isla y los demonios) para cerrar la trilogía con un hecho biográfico real y contundente: su personal descubrimiento de Dios.

La última novela imagina la transformación que eso supondría en su personaje literario. Resuelve la búsqueda existencial con un regreso y un encuentro, el mismo proceso que Laforet había vivido poco antes: la vuelta al hogar y la vida cotidiana tras su conversión religiosa.

Así se lo contaba Laforet a su enferma y lejana amiga Elena Fortún en De corazón y alma (1947-1952). Decía que le había sucedido algo “inexpresable”, “una hoguera, un deslumbramiento, una claridad de maravilla”. Y eso le había cambiado la vida e iba a cambiarle la literatura. Pensando en ello escribía: “Ahora sé lo que tengo que hacer”.

La nueva Laforet y La mujer nueva

Laforet sintió que lo que tenía que hacer era escribir La mujer nueva: la historia de Paulina. Ella, como san Pablo antes de su conversión, encadenaba errores hasta que conocer a Dios transformó totalmente su vida. Pasa de encadenar amantes a volver a casa, porque no puede buscarse sentido a la vida fuera de uno mismo.

Portada de la novela La mujer nueva, de Carmen Laforet. Planeta de Libros

Las cartas de Laforet y Fortún muestran la preocupación de ambas por aquellas mujeres que, buscando libertad, acababan prisioneras de una sucesión de relaciones. Por eso, antes de su conversión, la protagonista de la novela se siente sucia siendo amante de Antonio. Sin embargo, no es capaz de dejarlo por el miedo a volver a sentir esa nada en su interior: “¿A quién amaría? Todo comprendía menos el vacío”.

En la novela, Laforet refleja las preguntas que su nuevo catolicismo aún no formado le plantea. En la protagonista vemos la diferencia entre la autenticidad y una religión aceptada por el Estado como “oficial”.

En la España de los años cincuenta la religión estaba llena de formalidades sin sentido. A través de los ojos puros de “la mujer nueva”, observamos la hipocresía social, las incoherencias de algunos personajes y las dificultades para mantener un verdadero sentimiento religioso.

Las respuestas a ese vacío

Durante este periodo de su vida, la angustia existencial llevó a la escritora a la afirmación espiritualista. Y ese había sido el mismo camino recorrido por el escritor ruso Nikolái Berdiaev. Laforet refleja en la novela la crítica que este filósofo personalista hizo contra la imposición de una moral que se ocupa más de las apariencias que de la realidad. Como Berdiaev, Paulina desea no juzgar ni dividir el mundo en “buenos” y “malos”.

Laforet quedó entusiasmada por la respuesta personalista al vacío existencial. Y cuando su amiga Elena Fortún estaba a punto de morir, le envió su propio ejemplar de La destinación del hombre de Berdiaev para consolarla. La respuesta existencial para Laforet, una mujer que había estado ensimismada y perdida en su pequeñez, es aceptar que “ha pasado demasiados años pensando en mi cuerpo, en sus sensaciones, en sus anhelos, en sus vacíos”.

Así, la espiritualidad llena de sentido el antiguo vacío del personaje laforetiano.

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