¿Aprenden de manera distinta los hombres y las mujeres? Más allá de posibles diferencias sociológicas o fisiológicas, lo que nuestras investigaciones entre estudiantes universitarios de Ciencias Políticas están demostrando es que el género tiene un impacto en el proceso de aprendizaje.
La socialización supone la asunción de normas durante la infancia y la adolescencia que se interiorizan inconscientemente. En un sistema patriarcal, la socialización se realiza a través de normas de género que definen lo que socialmente se espera de hombres y mujeres, también en los espacios educativos. En el caso de las chicas, funcionan las normas de género de la discreción, la perfección, la colaboración y la complacencia. Por su parte, detectamos en los chicos patrones asociados a la fraternidad, la apatía, la vehemencia y la invulnerabilidad.
En previos artículos hemos explicado qué herramientas ayudan a corregir las desigualdades resultantes de estos patrones de comportamiento diferenciales y cómo los contratos de grupo y los cuadernos de viaje pueden facilitar al alumnado la gestión de estas desigualdades.
Pero, antes de corregirlas, es necesario identificarlas. ¿Cómo podemos hacerlo?
Diagnosticarse en el aula
Existen diversos test que permiten analizar la diversidad en las aulas. Uno de ellos es el test Kolb, que identifica estilos de aprendizaje más abstractos y especulativos frente a estilos más aplicados y concretos. Nuestros estudios en ciencia política indican que el primero tiende a estar más presente entre chicos, y el segundo entre chicas.
Otro cuestionario que evidencia sesgos de género en el aprendizaje es el test Clance sobre el síndrome del impostor o la impostora. Este fenómeno fue descrito por Pauline Clance y Suzanne Imes y se caracteriza por la consideración íntima de un individuo de estar engañando a los demás. Así, la persona considera que la razón de su engaño es que inconscientemente busca que los demás sobrestimen su capacidad. En consecuencia, esta persona no atribuye los logros propios a su esfuerzo o aptitud. El resultado en una tensión permanente por el miedo a ser descubierto como un fraude.
Este síndrome es muy común en situaciones de éxito profesional y académico y tiene consecuencias tanto personales como en los itinerarios formativos. Los estudios indican que tiene mayor presencia en las mujeres. Esta preponderancia de la sensación de ser “impostora” se liga a las normas de género del perfeccionismo y afecta a la motivación.
En concreto, el test Clance plantea 20 afirmaciones que se pueden puntuar en una escala de 1 a 5 en base a hasta qué punto cada persona cree que la representan. Son preguntas que se refieren a la seguridad, a la aceptación de halagos, al temor a ser descubierto como incompetente, etc. La suma de las puntuaciones permite cuantificar la relevancia de este fenómeno de acuerdo con la escala según la cual una puntuación entre 20 y 40 supone ausencia de síndrome; la de 41 y 60 define experiencias moderadas; entre 61 y 80 experiencias frecuentes; y entre 81 y 100 experiencias intensas del síndrome.
Caso práctico
En 2023 nos propusimos medir el peso de este fenómeno en el alumnado del Grado de Ciencia Política de la UPV/EHU. El cuestionario fue cumplimentado por 110 alumnas y 93 alumnos. Los resultados medios muestran una presencia moderada alta del síndrome en el alumnado del grado de Ciencia Política, siendo la media de 62 puntos. Sin embargo, la diferencia entre chicos y chicas es de 10 puntos (67 para ellas y 57 para ellos). Es decir, la fuerza del fenómeno, de media, es mayor en las alumnas, de acuerdo con otros estudios internacionales en la mayor parte de las disciplinas.
Ahora bien, si contabilizamos las respuestas extremas, encontramos diferencias muy significativas. Para ello, analizamos qué pasa solo con los test con respuestas inferiores a 50 y superiores a 70. Desde esta perspectiva, si descartamos los cuestionarios con respuestas medias, las diferencias de género se disparan: solo el 7 % de las chicas tiene puntuaciones bajas, mientras que ascienden al 46 % las que tienen puntuaciones superiores a 70 puntos. Por contra, en el caso de los chicos, el 22 % tiene puntuaciones bajas, pero solo el 8 % puntuaciones altas.
Finalmente, si nos fijamos en el número de personas con puntuaciones extremas, encontramos que el 10 % de las alumnas (20 chicas) tienen experiencias intensas del síndrome (con sumas en el test superiores a 80), pero solo es un chico en todo el grado quien está en la misma situación.
Consecuencias en el aprendizaje
Las teorías del género ayudan a entender mejor estos resultados. La socialización femenina basada en los mandatos de la perfección y la discrección se correlaciona con una prevalencia mayor del síndrome de la impostora. Por el contrario, los mandatos masculinos de la invulnerabilidad y la vehemencia pueden estar detrás de una autoconsideración excesivamente positiva.
Esta autopercepción puede tener consecuencias, especialmente en las presentaciones de los trabajos de fin de grado. Así, tanto el exceso de seguridad, más presente en los chicos, como la inseguridad, más presente en las chicas, puede afectar a la calidad de las presentaciones de los trabajos.
Por eso un autodiagnóstico y un trabajo en el aula que permita al alumnado analizar sus resultados, compararlos con los del grupo y comprenderlos desde las teorías de género pueden ayudar mejorar las presentaciones: en unos casos, advirtiendo de la necesidad de prepararla minuciosamente apoyándose de materiales como presentaciones gráficas, para evitar una cierta tendencia a la improvisación derivada de una percepción de invulnerabilidad; en otros, trabajando la seguridad para aportar cierta confianza a la hora de defender con solvencia y asertividad el trabajo realizado.
De esta manera, ni una falsa sensación de ser impostora ni la de sentirse invulnerable puede jugar malas pasadas que tengan consecuencias en la evaluación.