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Dos presentadoras se sientan en dos sillas colocadas entre dos mesas largas de tertulianos.
Imagen de ‘Sálvame’ en el programa del 12 de junio de 2023. La Fábrica de la Tele

Después de 14 años, ‘Sálvame’ se va y este es el mundo que deja

Primero fue el 16 de junio. Luego, la fecha elegida cambió al 23 del mismo mes. Uno de los programas más icónicos de la televisión reciente recibía, así, su sentencia de muerte definitiva: Sálvame, heraldo de Telecinco desde su primera emisión en 2009, se despide de la parrilla para siempre.

Estandarte de la llamada “telebasura”, Sálvame recogió el testigo del celebérrimo Tómbola (producido por Radiotelevisión Valenciana a partir de 1997) y posteriores formatos similares que acostumbraron al público a la presencia cada vez más habitual del periodismo rosa en la pequeña pantalla. Su longevidad acabó definiendo una serie de características que han explicado su éxito durante estos años.

Las claves del formato más “popular”

Sálvame heredó de sus antepasados un formato conversacional que cuadraba bien con la muy española idea del “corrillo”, el típico grupo de amistades en el que se debaten de manera informal las vicisitudes de la vida privada de los demás.

Dentro de este estilo informal, además, las conversaciones siempre han surgido de manera espontánea entre los distintos analistas de la actualidad, con un lenguaje directo y claro. Esto ha provocado, en numerosas ocasiones, el estallido de peleas y conflictos derivados de las diferencias de opinión de sus miembros.

Pero, sin duda, una de sus mayores aportaciones al espectro televisivo fue la participación de personalidades que no veían restringido su acceso a la televisión por carecer de una formación específica o que las legitimara para entrar en el espacio mediático, como un título de Periodismo o una carrera previa en el ámbito del espectáculo.

El programa abrió la puerta a que ciudadanos cotidianos pudieran intervenir también en su debate. El caso que mejor ha ejemplificado esta tendencia es el de la popular Belén Esteban, la llamada “princesa del pueblo”, cuyo ascenso mediático se vio, a su vez, respaldado de manera absoluta por su participación en el espacio.

Su extensión cubría la casi totalidad de la franja de tarde (tradicionalmente débil en el mercado de las audiencias). Así, su protagonismo se apoyaría, además, en el hecho de haberse establecido como eje central de una programación que ha producido formatos complementarios y de apoyo que han nutrido al espacio de contenido constante, como Gran Hermano o La isla de las tentaciones.

Esta retroalimentación siempre ha mantenido una energía cíclica invariable y con un público que, una vez conectado, se ha mantenido fiel gracias a la posibilidad de consumo permanente.

Morir de éxito

Sálvame se construía así como un programa que atesoraba un valor fundamental para una parte de la audiencia: cercanía. Al mismo tiempo, definía una naturaleza polémica y agitada, y su contenido iba acumulando igualmente numerosas denuncias por parte de ciertos organismos protectores de la audiencia.

Sin embargo, parecía mantenerse en pie. ¿O no?

Lo cierto es que los informes hablaban de un descenso progresivo en el número de espectadores constatado desde la pandemia. Las noticias también han fundamentado las raíces del fin en el trasvase de poder entre el anterior CEO de Mediaset, Paolo Vasile, y el nuevo responsable, Alessandro Salem, a finales del 2022.

Salem busca una cadena renovada, con un perfil mucho más familiar y menos polémico. Con los antecedentes de Sálvame, la llegada de una nueva dirección al mando de la empresa explicaría una cancelación que ha sorprendido a la audiencia tanto como a sus protagonistas. Además, tal y como muestran las redes sociales, la ha dividido entre la alegría de acabar con el supuesto estandarte de la telebasura y la decepción de restringir una de las opciones televisivas más asentadas de la última década.

Un hombre bailando en esmoquin entre mujeres con vestidos de época bailando cancán.
Una escena de un programa de Sálvame en 2012. La Fábrica de la Tele

El “padre” de todo esto, Paolo Vasile, se ha erigido con el tiempo en uno de esos personajes que definen el mercado de la televisión. Su apuesta por una identidad corporativa tan centrada en el espectáculo del contenido rosa más discutible ha construido un Telecinco inequívoco en la mente de todos los espectadores, para bien y para mal.

Este perfil de cadena, además, se ha visto siempre identificado con una audiencia femenina y de cierta edad. Pero es evidente que, en la evolución del programa, Sálvame ha ido captando a un público cada vez más joven (y no siempre femenino) que se aleja, normalmente, del consumo mediático propio de la Generación Z, centrado en las plataformas digitales. Ciertos comentarios de sus presentadores habrían acercado el programa, además, a posturas cercanas al colectivo LGTB y las políticas sociales de izquierdas.

Buena parte del público asistente al programa era contratado mediante agencias que gestionan la presencia de asistentes a la grabación, y siempre vivió con intensidad los sucesos que tienen lugar en plató. Entre Sálvame y otros de sus formatos, Mediaset ha manejado un grupo más o menos consistente de espectadores jóvenes y jóvenes–adultos que casi podrían definirse como una generación propia, y que ahora tendrán que buscar otros referentes.

La incógnita del futuro de Telecinco

Tal y como afirman académicos como Mariano Cebrián o Jesús González Requena, el medio televisivo se define por una naturaleza centrada en el espectáculo que afecta a todos sus contenidos, incluidos los propiamente noticiosos. Sálvame siempre ha sido un espectáculo, y de ahí nace buena parte de su polémica, pero, seguramente, no ha sido el único foco de los males del mercado.

Su ausencia, celebrada por muchos, temida por otros, dejará un hueco programático que vendrá a llenar una mucho más conservadora Ana Rosa Quintana, con un formato nuevo que, en consecuencia, promete una cierta continuidad de forma pero no de estilo.

Veremos si la televisión tradicional aguanta el envite o, definitivamente, ese público más joven que formaba una parte de su audiencia deriva a la inevitable absorción por parte de las plataformas digitales.

Tal vez por eso los productores de Sálvame parecen estar tramando un desembarco similar: se especula con que el programa vaya a trasladarse a estas mismas plataformas para continuar sus andanzas o, al menos, dar forma a un heredero de similar estructura.

En caso de ser así, el reto de un nuevo Sálvame pasaría por mantener a su audiencia más tradicional, reacia al consumo digital, a la vez que trata de visibilizarse en medio de una oferta mucho más amplia y diversa.

¿Podrá la omnipotente Belén Esteban sobrevivir al juego del calamar?

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