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Calvin Hanson / Unsplash

El fantasma del nacionalismo en las nuevas propuestas populistas europeas

El populismo, como fenómeno político, económico, social y cultural, ha sido quizás uno de los más trascendentes para el devenir de las sociedades occidentales en la segunda mitad del siglo XX. Se encuentra ligado estrechamente con otro fenómeno, surgido en el siglo XIX, pero que ha tenido sus más graves consecuencias con las dos guerras Mundiales: el nacionalismo. Ambos han encontrado portavoces en una Europa que se aproxima a unas complejas elecciones parlamentarias en medio de lo que se percibe como la decadencia de su sistema multilateral.

Ahora bien, antes de referirnos al caso específico europeo, es necesario entregar unas breves definiciones de ambos conceptos.

Los tres elementos centrales del populismo, que en su momento planteara Torcuato S. di Tella, son:

  • una elite política que dice querer acabar con el statu quo;

  • una masa de seguidores, que se sienten parte de una suerte de revolución;

  • un estado emocional o una ideología que genere un entusiasmo colectivo y favorezca (al menos en apariencia) la comunicación entre líderes y seguidores.

Podemos entender el nacionalismo, en su concepción más básica, como un principio político en que la unidad nacional coincide con la política. Así lo ha planteado Ernest Gellner, quien ha afirmado, además, que la violación de dicho principio genera un “sentimiento nacionalista” de enojo. Es este sentimiento, más que un análisis meditado, el que lleva a la movilización para recuperar la unidad perdida (haya sido real o imaginada).

Dos conceptos unidos

En el contexto actual, populismo y nacionalismo se encuentran unidos. Tradicionalmente, el populismo de izquierda, aunque hace apelaciones a la patria, no muestra un vínculo tan fuerte con las ideas del nacionalismo más duro. En cambio, los partidos de extrema derecha en Europa (se reconozcan así o no) dan muestra del agravio del principio nacionalista violado y lo hacen de forma constante.

Algunos de los componentes clave de este populismo nacionalista son, en primer lugar, las propuestas aislacionistas frente a la crisis migratoria desatada por la primavera árabe (2010-2013) y, sobre todo, la Guerra Civil Siria (2011-) que se inició como parte del mismo proceso. La manifestación más evidente de esta postura ha sido el rechazo del Pacto Mundial sobre Migración de 2018.

En segundo lugar, un euroescepticismo que denuncia la pérdida de soberanía nacional frente a los pretendidos abusos burocráticos de Bruselas. En este punto, Matteo Salvini, vicepresidente del Consejo de Ministros y Ministro del Interior de Italia, además de líder del partido nacionalista Liga Norte, ha planteado, en una reunión con el primer ministro polaco Mateusz Morawiecki (del partido Ley y Justicia), su deseo de que Europa tenga su propia “primavera”. De ella surgiría en teoría un nuevo ordenamiento para la UE, centrado en el rescate de los valores tradicionales y el rechazo a las políticas comunes en materia de defensa y migración.

En tercer lugar, y quizás el elemento más importante, es la definición de la propia nación en oposición a un “otro”, un enemigo. Este enemigo, dentro del contexto actual, es representado de dos maneras: el externo, el Islam, y el interno, las fuerzas antipatrióticas que pretenden romper la unidad nacional.

Apelar a la nación

De esta manera, para defender unos ideales que se consideran amenazados, los políticos populistas realizan una apelación constante a la nación, ese sustrato que al parecer se habría mantenido en un estado de permanente engaño por los partidos políticos tradicionales, o bien al margen de la política totalmente.

Un ejemplo de lo anterior son las bulladas “mayorías silenciosas”, de las que Richard Nixon se enorgullecía de representar en 1969. Un reflejo actual de esto sería la tendencia a atribuirse la representación de conjuntos tan etéreos como la “voz del pueblo”, en el caso de Marine Le Pen o “la España viva”, para Vox.

Tal como ha sucedido en América Latina en los últimos cinco años, Europa podría estar frente a su propio cambio de ciclo, con el fuerte resurgimiento de las propuestas políticas nacionalistas de tendencia populista desde España a Hungría, alejándose de la tradición socialdemócrata.

Estableciendo un paralelo a lo sucedido en el continente americano (tradicionalmente con populismos de izquierda), el populismo contemporáneo europeo no puede explicarse como consecuencia -únicamente- de la relación de dependencia de las regiones periféricas respecto a las centrales. Si bien en los casos de Hungría y Polonia se podría aducir un cierto carácter periférico respecto a las potencias industriales y financieras dentro de la Unión Europea, para los casos de Francia y el Reino Unido, esto no es posible (España e Italia en una posición intermedia).

A pesar de lo anterior, es necesario considerar los problemas de integración que han sufrido las regiones más postergadas económicamente dentro de Europa. Más que problemas de dependencia, podríamos hablar de marginación de ciertas regiones, tanto desde el punto de vista económico, como también político y cultural.

Tomando nuevamente el caso latinoamericano, podemos vincular la situación actual a aquella a la que se refería Gino Germani en 1965, cuando aludía a las contradicciones dentro de las democracias representativas en América Latina, en las cuales convivían sectores, grupos sociales y rasgos de la cultura considerados “atrasados” junto a otros denominados “avanzados”.

Problemas de integración

Este atraso, como ya mencionamos, tiene que ver con los problemas de integración dentro de la UE, pero no solo en relación a los circuitos económicos. Otro aspecto importante es la falta de integración de servicios públicos a nivel regional, tal como ha señalado la Red Europea de Observación para el Desarrollo Territorial y la Cohesión (ESPON por sus siglas en Inglés). Ambos elementos, sumados a las altas tasas de desempleo en Francia, Italia y España, ayudan a establecer el clima propicio para el éxito electoral del populismo nacionalista.

En las próximas elecciones europeas concurrirán representantes de partidos y grupos que buscan la promoción de políticas comunes, y otros que desean volver a la autonomía del Estado-Nación, frente a la comunidad política constituida por la UE.

El problema no radica en la existencia de diferentes propuestas para el desarrollo de cada país y la región, sino en que muchas de estas se basan en demonizar el sistema político actual, a las minorías y grupos vulnerables que encuentran cobijo en su ordenamiento jurídico y sus ideales. Especialmente preocupante es la continuidad y permanencia de argumentos que ya vieron su apogeo durante la primera mitad del siglo XX, con nefastas consecuencias.

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