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Visitantes pasean junto a los Mármoles del Partenón en el Museo Británico.
Visitantes pasean junto a los Mármoles del Partenón en el Museo Británico. Shutterstock / IR Stone

El robo de 2 000 objetos no es el primer escándalo que afecta al Museo Británico

Desde mediados de agosto, el Museo Británico está inmerso en una polémica sobre el robo de unos 2 000 objetos de sus colecciones. Se sospecha que el robo se produjo a lo largo de veinte años. Aunque en 2021 fue alertado de la venta de los objetos presuntamente robados, la institución no tomó medidas hasta principios de este año.

Sin embargo, no es la primera vez que el Museo es objeto de críticas ni que se pone en duda su custodia.

La limpieza de Duveen

No cabe duda de que el más notorio de ellos es el escándalo de la limpieza de Duveen, llamado así por Joseph Duveen, un comerciante de arte ultrarrico de dudosa ética y benefactor del Museo Británico.

Durante mucho tiempo, los responsables de la institución argumentaron que era mejor que los mármoles del Partenón permanecieran allí, porque los griegos eran incapaces de cuidarlos. Ese argumento no se volvió a usar tras revelarse que, a finales de la década de 1930, el Museo había raspado los mármoles con herramientas abrasivas, destruyendo su superficie histórica, sus pigmentos y los restos de marcas de herramientas.

Los antiguos templos griegos estaban ricamente pintados, pero los residuos del color no eran del agrado de Duveen. Un administrador del Museo Británico describió la actitud de Duveen en aquella época:

“Supongo que ha destruido más obras de arte antiguas por exceso de limpieza que nadie en el mundo, y nos comentó que todos los mármoles antiguos debían limpiarse a fondo, tan a fondo que los sumergiría en ácido.”.

Los hombres de Duveen tenían libre acceso al Museo e incluso se les permitía dar órdenes al personal. En un intento equivocado de blanquear lo que quedaba de la decoración originalmente policromada empezaron a fregar los mármoles. La “limpieza” duró 15 meses, hasta que se interrumpió en septiembre de 1938. Una comisión de investigación interna convocada en aquel momento llegó a la conclusión de que los daños resultantes “son evidentes y no pueden exagerarse”.

Las consideraciones tácticas prevalecieron: era importante evitar un golpe a la reputación del Museo, que se mantuvo en silencio y negó que hubiera ocurrido nada malo. Los documentos relacionados con el asunto pasaron a ser, a todos los efectos, clasificados. Posteriormente, los mármoles se colocaron en la Galería Duveen, llamada así en honor del responsable de los daños causados a su superficie histórica.

La limpieza se mantuvo en secreto durante 60 años hasta que fue expuesta por el historiador británico William St. Clair en 1998. St. Clair, que había sido partidario de conservar los mármoles en el Museo Británico, se convirtió en uno de los más firmes defensores de su repatriación.

Esto no fue lo único que causó consternación. Una serie de cartas publicadas en The Times ya en 1858 expresaban preocupación por el “fregado” de los mármoles y culpaban al Museo de “vandalismo”. Es probable que, de haberse atendido estas tempranas advertencias, se hubiera podido evitar la limpieza de Duveen.

El cuadro Pheidias mostrando el friso del Partenón a sus amigos de Lawrence Alma-Tadema da una idea de cómo pudo ser el esquema decorativo del friso original. Por ejemplo, se cree que el fondo del friso era probablemente azul. Wikimedia, CC BY

Más controversias

Hay más incidentes que han empañado la reputación del Museo Británico. Documentos publicados gracias a la legislación sobre libertad de información muestran que en los años 60 y 80, miembros del público y un accidente laboral dañaron permanentemente figuras de los frontones del Partenón.

Durante una conferencia celebrada en 1999 en el Museo, se sirvió un almuerzo a base de bocadillos en la Galería Duveen y se animó a los delegados a tocar las antiguas esculturas. A muchos de los presentes les pareció un gesto tan desconsiderado que abandonaron la galería. Un periodista que escribía para The New York Times tituló: “Viendo los mármoles de Elgin con bocadillos”.

Otro incidente polémico fue el préstamo secreto en 2014 de la estatua pedimental del dios fluvial Ilissos al Museo Estatal del Hermitage de San Petersburgo, en un momento en que Europa había impuesto sanciones a Rusia por su anexión de Crimea. El préstamo no se anunció hasta que la estatua llegó a San Petersburgo.

También existen controversias relacionadas con los objetos de la colección del Museo que tienen solicitudes de repatriación.

A diferencia de otras instituciones, como el V&A, el Museo Británico se ha enfrentado a un coro de demandas de restitución relativas a objetos muy concretos de su colección. El Museo se ha negado rotundamente a participar en el debate, aunque desde principios de año ha estado intentando convencer a Grecia de que acepte un “préstamo” de los mármoles del Partenón.

Por supuesto, el Museo está sujeto a la Ley del Museo Británico de 1963, que le impide retirar objetos de sus colecciones salvo por motivos limitados, pero eso es tema para otro artículo.

Los problemas actuales del Museo Británico

Ahora el Museo Británico está intentando reparar esta nueva mancha en su reputación, que llega en un momento inoportuno en el que la institución necesita recaudar 1 000 millones de libras para obras de renovación.

Cerca de la mitad de los 8 millones de objetos del Museo están sin catalogar y esta falta de inventario ha facilitado sin duda los robos. El hecho de que se haya tardado tanto en descubrirlos también plantea la cuestión de qué más puede haber desaparecido sin dejar rastro.

Y uno no puede dejar de preguntarse: ¿los problemas actuales del Museo no preocupan a los directores de otros museos? ¿Cuántos museos tienen en sus almacenes objetos sin catalogar? Cuando un museo como el Louvre explica que su base de datos incluye casi 500 000 obras de arte, ¿se trata de toda su colección o sólo de un porcentaje de la misma? En muchos casos, no lo sabemos.

Fundado en 1753, el Museo Británico alberga 8 millones de piezas. Sin embargo, cerca de la mitad aún no han sido catalogadas. Songquan Deng/Shutterstock

El Museo Británico aún no ha anunciado el número exacto de objetos robados. Pero ¿cómo saber el número exacto de lo que ha desaparecido sin un inventario? Y lo que es aún más difícil, ¿cómo identificar los objetos, por no hablar de demostrar su propiedad, sin un inventario?

El secretismo es muy poco habitual. Compartir información sobre objetos robados ayuda a identificarlos y recuperarlos. Interpol mantiene una base de datos accesible de obras de arte robadas precisamente por esa razón. Pero para introducir un objeto en la base de datos, tiene que ser “plenamente identificable”. Y la cuestión aquí es que el Museo probablemente todavía está intentando averiguar qué ha desaparecido. ¿Cómo se identifica plenamente un objeto no catalogado ni fotografiado?

El secretismo también podría atribuirse a otra causa. ¿Y si algunos de los objetos robados identificados son objetos impugnados que han sido objeto de solicitudes de restitución? Por el momento, sólo podemos especular.

La crisis como oportunidad

Toda crisis es una oportunidad, y aquí también la hay. Tras la dimisión del director Hartwig Fischer, se ha nombrado a un director interino, Sir Mark Jones. El puesto permanente está en el aire. Entre los candidatos propuestos se encuentra Tristram Hunt, Director del V&A, que parece haber estado detrás de la iniciativa de revisar las leyes de cesión de los museos.

La selección del próximo director es un paso crucial para avanzar hacia un Museo Británico moderno que no sólo renueve sus galerías sino que reconstruya su imagen de acuerdo con los nuevos valores del siglo XXI.

This article was originally published in English

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