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Una mujer en Venezuela muestra los nuevos billetes de dos y cinco bolívares ‘soberanos’. Reuters/Carlos Garcia Rawlins

La devaluación ‘desesperada’ de la moneda de Venezuela no evitará un colapso económico

Venezuela anunció recientemente una de las más drásticas reformas monetarias de la historia y devaluó su moneda, el bolívar, aproximadamente un 95 por ciento.

El irónicamente llamado bolívar “fuerte”, introducido por primera vez hace 10 años, será reemplazado por una nueva versión “soberana” a una tasa de conversión de 100.000 a un soberano. Al mismo tiempo, la tasa de cambio oficial del gobierno se desplazará de 285.000 bolívares por dólar a 6 millones.


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En mi experiencia como experto en sistemas monetarios, es poco común una devaluación tan grande. En efecto, Venezuela ha confesado que su dinero se ha vuelto prácticamente inútil y es hora de volver a empezar.

Pero, ¿es posible comenzar de nuevo?

La hiperinflación es comparable al uso de esteroides

El motivo de la reforma está claro: la inflación.

En los últimos años, los aumentos de precios en Venezuela se han acelerado exponencialmente y, desde hace mucho, comenzaron a entrar en la hiperinflación (cuando la tasa supera el 50 por ciento o más y comienza a acelerarse sin control a tres dígitos y mucho más).

Casi todos los países experimentan cierta inflación, pero rara vez a una tasa más alta que dos dígitos.

Actualmente en Venezuela, los precios nacionales se están elevando a una tasa anual del 108.000 por ciento, y economistas del Fondo Monetario Internacional estiman que, para fin de año, la tasa podría superar 1 millón por ciento. Imagínese el precio de la leche triplicándose a cada minuto.

Para quienes tienen ingresos fijos, el efecto de la hiperinflación es terrible. El dinero que antes era suficiente para dar de comer a una familia entera ahora ni siquiera alcanza para una barra de pan. Los artículos esenciales para el hogar que alguna vez fueron fácilmente asequibles requieren para su compra carretillas llenas de efectivo.

Es por esta historia reciente que la devaluación del bolivar parece un paso desesperado de un gobierno sin opciones.

Hacen falta sacos o carretillas de efectivo para comprar las necesidades básicas diarias. Reuters/Marco Bello

Probabilidades de éxito

Venezuela no es el primer país en responder a la inflación fuera de control con una redenominación de la moneda. Muchas otras naciones a lo largo de los años se han encontrado en el mismo aprieto.

Desde mediados de los años ochenta hasta mediados de los noventa, el vecino Brasil realizó al menos cuatro cambios de monedas debido a una depreciación ininterrumpida: del cruzeiro pasó al cruzado; del cruzado al novo; y de este al cruzeiro real, y recortó tres ceros cada vez.

Durante el mismo período, Argentina hizo lo mismo.

Y, más recientemente, en la primera década del nuevo milenio, Zimbabwe repitió la misma agonía, cortando primero seis y más tarde nueve ceros utilizando dólares zimbabuenses nuevos cada una de las veces que realizó los cambios.

Lamentablemente, la redenominación en si misma poco puede hacer para frenar la inflación. Principalmente, su único logro es hacer la vida más fácil para el ciudadano común solo por un tiempo.

En Venezuela, una taza de café que la semana pasada costaba dos millones de bolívares ahora se venderá por solo 20 bolívares. Los venezolanos ya no necesitarán una calculadora y una mochila de efectivo cuando salgan a comprar víveres. Los precios descenderán de la estratosfera.

Pero el beneficio será de muy corta duración si no se hace nada más para frenar la inflación. Si los precios del café local o del mercado de productos continúan en aumento, el poder adquisitivo disminuirá de nuevo. Los precios regresarán a la estratosfera.

Una manifestante sostiene un cartel en contra del gobierno de Nicolás Maduro. Reuters/Marco Bello

Qué sucede cuando hay una devaluación

El elemento clave de una reforma monetaria es la devaluación, que en principio pretende estimular el crecimiento económico interno.

En el modelo convencional de los libros de texto, una devaluación baja simultáneamente el precio exterior de las exportaciones y aumenta el precio interno de las importaciones, lo que amplía la demanda de productos nacionales exportables que sustituyen a las importaciones. En otras palabras, los extranjeros compran más productos de un país porque su precio es baja.

Al mismo tiempo, los artículos extranjeros encarecen, y esto alienta a los locales a comprar más productos nacionales. De manera que el resultado sería que la producción aumentara, y esto aliviaría las presiones inflacionarias.

Pero los modelos de libros de texto, como cualquier estudiante de economía aprende con rapidez, son simples –para no decir simplistas– ya que dependen de hipótesis que pudieran resultar engañosas. En el mundo real, hay muchísimas complicaciones.

En el caso de Venezuela, el 98 por ciento de los ingresos por exportaciones se derivan del petróleo, cuyo precio se establece en el mercado mundial en dólares, no en bolívares. La devaluación del bolívar no podrá cambiar el precio que se pague por el crudo venezolano.

Este es un problema que enfrentan muchas naciones en desarrollo, incluidas Brasil y Zimbabwe, que dependen en gran medida de las exportaciones de productos básicos. Su falta de control sobre los precios del mercado mundial es ignorada en los modelos de libros de texto estándares.

Del mismo modo, en una economía como la venezolana, que se ha especializado tanto en términos de lo que produce, hay poca capacidad nacional para producir bienes que sustituyan las importaciones, independientemente de su precio.

De un día para otro, los venezolanos no pueden comenzar a producir los vehículos, los equipos médicos o la maquinaria pesada que en las últimas décadas se compraban en el exterior. Esa es otra complicación con la que no se cuenta en el modelo convencional.

Lo peor de todo es que la devaluación pudiera exacerbar el problema que pretendía aliviar, es decir, la inflación. Mientras más dependa la economía de las importaciones –como sucede en Venezuela– el aumento del precio de las importaciones aumentará el costo de la vida; y esto reforzará la expectativa entre los ciudadanos de que la inflación continuará acelerándose, lo que elevará aún más los salarios y los precios.

Los venezolanos caminan ante las tiendas cerradas de Caracas. Reuters/Carlos Garcia Rawlins

La miseria nunca anda sola

Venezuela no está sola en su miseria.

La historia de la economía está llena de ejemplos de naciones que se han visto en un círculo vicioso de inflación que las lleva a una devaluación y esta a su vez las lleva a una mayor inflación, y así sucesivamente.

Brasil también tiene una larga historia de hiperinflación y devaluación de la moneda. AP Photo/Altamiro Nunes

Esto ocurrió en muchos países europeos, en especial, en Gran Bretaña e Italia, después de la crisis del petróleo de 1973, cuando los precios del petróleo se cuadruplicaron. Le sucedió a Brasil junto con muchas otras naciones latinoamericanas durante la “década perdida para el crecimiento” de la región en los años ochenta.

Y está sucediendo hoy en Turquía, donde la lira turca ha perdido el 40 por ciento de su valor desde enero y la inflación se está acelerando rápidamente.

Para aliviar la espiral inflacionaria de Venezuela –y la de Turquía– será necesario recurrir a la fuente, que es el gasto excesivo del gobierno financiado mediante la impresión de más dinero. En realidad, no importa cómo se denomine la moneda o con qué frecuencia se devalúe si el banco central mantiene la imprenta funcionando noche y día solo para satisfacer los apetitos fiscales.

Una política monetaria más sana no resolverá todos los problemas económicos y políticos de Venezuela, pero es una forma de comenzar. Sin un tope en el financiamiento de la deuda pública, el círculo vicioso de la inflación y la devaluación continuarán sin fin.

This article was originally published in English

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