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La escritura expandida

El estudio de la mediatización se ocupa de la relación que el sistema de medios entabla con los demás sistemas sociales en cada etapa de la historia. Las diversas prácticas sociales, como la política, la cultura o la educación, cambian frente a los medios por el hecho de que hay medios en el medio. Es decir, que el estudio de la mediatización intenta capturar la naturaleza de esa relación entre los cambios históricos de los medios de comunicación y los otros procesos de transformación social (Hepp, 2013). Es un fenómeno reflexivo: los cambios culturales que los medios contribuyen a producir inciden, a su vez, en la configuración de los medios.

Según el enfoque del sociólogo y antropólogo argentino Eliseo Verón sobre la mediatización, cada hito en la evolución de los medios comporta un cambio de escala, es decir, introduce en la especie humana una nueva forma de percepción. La televisión, por ejemplo, incorporó a nuestra mirada la posibilidad de ser testigos en directo de acontecimientos que, por su lejanía, nunca podríamos haber visto.

Hay, por eso, una vinculación entre la mediatización y la aceleración del tiempo evolutivo. Cada uno de los saltos que ocasionan los medios que se van agregando a lo largo de la historia sugieren una reflexión sobre su origen, una recapitulación de la historia de los medios, que es una parte fundamental de la historia de la evolución cultural de la especie humana.

La palabra detenida

El caso de la escritura es especial porque es el primer medio y, por ello, aquel al que se vuelve la mirada en cada nuevo estadio de la evolución. La escritura no debe confundirse con el soporte tecnológico, aunque el cambio de soporte incida en la concepción que se tenga de ella. No es lo mismo escribir en piedra que en el móvil.

La diferencia material en estas prácticas deja su huella en la dimensión cognitiva de la competencia de escribir. Pero la escritura no es algo inmaterial, meramente interno, un contenido de conciencia, como sí lo es el lenguaje mental. Cada medio externaliza un proceso de la mente objetivándolo y tornándolo disponible para el resto de la humanidad. Esto es lo que hizo por primera vez la escritura.

Tuvo su origen en los años 6 000 a. e. c. constituyendo el pasaje de la cultura oral a la escrita, de lo auditivo a lo visual. Poder detener la palabra a través de un código reproducible permitió separar por primera vez el mensaje de las circunstancias inmediatas en las que se había pronunciado.

Las palabras fijadas por la escritura podían ser comprendidas por lectores ausentes en el momento en que estas se escribieron. Así, introdujo un factor decisivo para el aprendizaje y la conformación de la cultura humana, para el modo en que evoluciona nuestra especie: la posibilidad de archivar y acumular conocimiento. Junto con la escritura nacieron el documento, los géneros escritos, la burocracia y los recursos culturales de persistencia en el tiempo.

Del rollo de papiro a las pantallas

Los distintos soportes del texto escrito constituyen diversos medios a través de los cuales se encarnó este medio arquetípico que es la escritura. Arquetípico por originario y permanente ya que cada nuevo medio replantea el lugar de la escritura.

El paso del rollo al códice –antecedente del libro impreso– permitió liberar el cuerpo para pasar hojas y para escribir mientras se leía. El cuaderno permitió viajar entre las partes del libro, relacionar fragmentos sin perder de vista su pertenencia a un contenedor único.

Verón sugiere que la evolución de los medios viene dada por los cambios en sus condiciones de acceso. Por ejemplo, la imprenta puso un mismo libro en manos de muchos y muchos libros en manos de cada uno.

Cada hito en la evolución tecnológica desnaturaliza el medio que sufre el cambio que estaba fusionado hasta ese momento con su soporte. La era digital volvió a conmover nuestras convicciones sobre la escritura y sobre cierto tipo de libro al revolucionar todo a la vez: las prácticas, los dispositivos, las técnicas de producción y reproducción.

En el mismo soporte –notebook, tableta, smartphone– aparecen hoy textos antes distribuidos por soportes muy distintos entre sí, como los impresos o audiovisuales. Los discursos ya no se diferencian por su materialidad propia: un texto escrito y una foto son igualmente digitales.

La pantalla facilita la lectura discontinua de fragmentos rubricados como para seleccionarlos y conectarlos con otros fragmentos. Al mismo tiempo, según el historiador de la lectura Roger Chartier, el libro digital evoca el antiguo rollo de papiro: el texto se presenta como plegado y la lectura como el despliegue de una textualidad blanda, móvil, infinita.

Roland Barthes (1997) define la escritura como una negociación entre la lengua y el estilo. La lengua es lo social, la norma, la garantía de una comunicación más amplia, porque reduce la complejidad de información de un texto excesivamente idiosincrático. El estilo, en cambio, es subjetivo, biográfico, privado. La escritura es el momento ético en el que el escritor cede estilo en beneficio de la comprensión, sin abandonar el esfuerzo por renovar las formas de decir y de ampliar lo decible. Hoy esta negociación comporta nuevas decisiones que alcanzan al formato del texto y a la forma de circulación elegida.

La escritura en la era digital

El escritor de la era digital recibe una escritura que contiene en ciernes toda la historia de la escritura. Primero, el paso del texto lineal al hipertexto: la indefinida posibilidad de citar, retomar, asociar el propio texto con la inabarcable textualidad que lo rodea.

Efectivamente, hoy la escritura se practica en un contexto de sobreabundancia. Internet, lejos de acorralar a la escritura, la expandió. Las redes sociales han popularizado la escritura, han hecho públicos géneros de esta antes privados como la entrada de diario o de agenda, la carta o la postal. En segundo lugar, el paso de la escritura que se servía de unos pocos medios y de uno por vez –el libro, el diario, la revista– a la escritura transmedia. La escritura circula por todos los medios, al lado de una imagen fija o en movimiento. Ella misma es imagen, como evidencia el diseño gráfico y profetizó la poesía concreta.

Al entrar en el mundo digital la escritura se entrelaza fluidamente con la imagen fija y en movimiento. Desde los primeros libros la palabra y la imagen convivieron. Antes de la imprenta los copistas ilustraban e iluminaban los textos. En los primeros filmes bloques de texto escrito se alternaban con los fotogramas. Al codificar todos los contenidos en el formato digital internet abre los documentos, los modula y habilita a los usuarios para que los editen, reutilicen y creen nuevos contenidos a partir de contenidos preexistentes y que, además, los puedan compartir.

Para Lev Manovich el documento fue el átomo moderno de la creación, transmisión y memoria cultural: un contenido almacenado físicamente que llega a los consumidores por medio de ejemplares físicos, es decir, un mensaje que el receptor recibía en un texto completo y cerrado. Hoy cualquier procesador de textos permite insertar imágenes de todo tipo y cuenta con una creciente cantidad de opciones de edición de fuentes, estilos tipográficos, formatos de documento, hipervínculos dentro y fuera del archivo, etc.

En las publicaciones de las plataformas mediáticas, como blogs, redes sociales, páginas web, wikis, vídeos o visualizaciones, el texto escrito convive con todos los códigos de la historia de la mediatización. A la vez, el software que da soporte a estas publicaciones amplía las opciones de navegación, edición y compartición del documento.

El texto tras las imágenes

Se habló mucho de la cultura de la imagen, pero la escritura sigue siendo estructurante de los paquetes textuales. El código de programación, sin ir más lejos, está escrito. “Debajo de la piel de las pantallas hay kilómetros de lenguaje”, el cual sale a la luz cuando se rompe la interfaz que lo recubre. Por ejemplo, al intentar abrir una imagen con un lector de textos veremos una ristra de símbolos escritos.

Este nuevo contexto de aparición de la escritura –un océano de textos procedentes de los más diversos códigos unificados en el código digital– transforma la escritura misma. Hoy el escritor se puede parecer a un DJ que reemplaza al músico en el escenario generando samplings a partir de composiciones musicales existentes. En su provocativo libro Escritura no creativa Kenneth Goldsmith sugiere: “Confrontados con una cantidad sin precedentes de textos disponibles, el problema es que ya no es necesario escribir más; en cambio, tenemos que aprender a manejar la vasta cantidad ya existente”.

Crear es hoy también “ejecutar eficazmente ciertas operaciones de captura, colección, montaje, transporte de textos”, porque “el contexto es el nuevo contenido”. Este impulso a retomar, encadenar y modificar textos ya estaba en ciernes en el origen mismo de la escritura.

“Gracias a las letras formamos parte del cerebro más grande y más inteligente que ha existido nunca”, afirma Irene Vallejo. Y para describir el estado actual de esta potencialidad de la escritura acude al concepto de memoria transactiva de Wegner: “Nadie recuerda todo, almacenamos información en las mentes de los otros –a quienes podemos acudir a preguntar– en los libros y en la gigantesca cibermemoria”.

La escritura aumentada

Hoy existe una escritura aumentada que es la convergencia de la escritura en un sentido tentativo, exploratorio y amplio con la edición artesanal como nueva instancia autoral.

Efectivamente, en la autoedición –por ejemplo, en Amazon–, en las editoriales independientes y en general en cualquier edición digital, el escritor interviene en decisiones y propuestas que van más allá del texto y alcanzan al paratexto, los aspectos gráficos, la portada, las piezas de promoción y los periféricos audiovisuales, como pódcast o booktrailers, que enriquecen el texto madre.

En ningún espacio es tan necesaria esta necesidad de expandir las posibilidades de la escritura como en el mundo de las publicaciones científicas. Estas se encuentran aún confinadas en papers de infinidad de journals de escasa lectura real. Los artículos científicos imponen limitaciones de estructuración de las presentaciones, que obligan a dejar fuera buena parte de la argumentación o de la documentación probatoria. Restringen el campo de las teorías citables y desmotivan la innovación metodológica, reprimen el estilo personal y toda intervención sobre la materialidad de la escritura.

El escritor es hoy un escritor hipertextual y transmedia. Las circunstancias de producción actualizan toda la historia de la escritura. Es un escritor que interviene en las condiciones materiales del soporte y en la circulación de sus textos. Un escritor diseñador, editor y gestor de su escritura expandida.


Este artículo fue publicado originalmente en la revista Telos de Fundación Telefónica.


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