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Grabado de un tití común incluido en ‘Exoticorum libri decem’ de Carolus Clusius, 1605. Biblioteca Digital del Real Jardin Botanico de Madrid, CC BY-NC-SA

La historia del arte (del tití común)

Entre los cuadros expuestos en el Museo del Prado con motivo de la exposición Historia de dos pintoras: Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana se encuentra este Retrato de Catalina Micaela de Sofonisba Anguissola, fechado en 1573.

Inmediatamente llama la atención la presencia de un pequeño mono en manos de la infanta; lleva ceñida una especie de argolla, sujeta por una cadena. Al observar este detalle muchos asistentes a la exposición se preguntarán: ¿de qué mono se trata? ¿Qué tiene de especial su presencia en el cuadro?

Historia visual de un mono singular

Retrato de un cardenal (Antonio Maria Ciocchi del Monte), Sebastiano del Piombo, circa 1512-1515. Wikimedia Commons / National Gallery of Ireland

El mono retratado es un tití común (Callithrix jacchus), una especie de primate platirrino de la familia Callitrichidae, procedente de Brasil. Como han estudiado Almudena Pérez de Tudela y Annemarie Jordan Gschwend, la presencia de estos animales de compañía en la corte era algo habitual; una expresión del gusto por lo foráneo y singular, como en el caso de loros, otros tipos de monos y demás criaturas y productos “exóticos”.

La representación de estos animales en cuadros era asimismo una práctica habitual. Como ha señalado Peter Mason, una de las primeras pinturas europeas donde aparece un primate platirrino es el Retrato de un cardenal de Sebastiano del Piombo, fechado entre 1512 y 1515, es decir, casi medio siglo antes que el cuadro de Sofonisba.

La infanta Isabel Clara Eugenia y Magdalena Ruiz, de Alonso Sánchez Coello. Museo del Prado / Wikimedia Commons

Más cercano en el tiempo, el cuadro de Alonso Sánchez Coello La infanta Isabel Clara Eugenia y Magdalena Ruiz (1585-1588) incluye también dos primates platirrinos: el de la izquierda parece un tamarino león y el de la derecha un tití cabeza blanca.

Y de principios del siglo XVII son varios cuadros del gran experto en pintura de motivos naturalistas Jan Brueghel el Viejo que incluyen ejemplares de tití común, como El gusto (1618) o La Virgen y el Niño en un cuadro rodeado de flores y frutas (1617-1620), pintadas en colaboración con Rubens, o El Gusto, el Oído y el Tacto (ca. 1620).

Un detalle y tres miradas

Volviendo al Retrato de Catalina Micaela de Sofonisba, de la presencia del tití en este cuadro me gustaría destacar tres aspectos.

En primer lugar, el detalle es una muestra de la destreza de artistas como Sofonisba para captar la realidad natural de una manera fidedigna; una capacidad de gran relevancia no sólo en el ámbito de la práctica artística, sobre todo la retratística, sino también para el desarrollo de la historia natural en este periodo, debido a la progresiva incorporación y uso de ilustraciones como herramientas de conocimiento.

En el lenguaje de la época se decía que una imagen realizada “ad vivum”, esto es, “del natural”, garantizaba la correspondencia entre el objeto representado y la propia representación; aunque también era frecuente describir imágenes basadas en otras imágenes como realizadas “del natural”. Se consideraba que tales representaciones podían servir de substituto del objeto de conocimiento, lo cual era una ventaja en el caso de animales o plantas originarios de lugares remotos, debido a la dificultad de preservar su integridad física durante su traslado y estudio.

Lo cual me lleva mi segundo punto: la presencia en el cuadro de este tití procedente de Brasil es buen ejemplo de la circulación de objetos a nivel global característico, aunque no exclusivo, de este periodo. Es más, como han mostrado Pérez de Tudela y Jordan Gschwend, la doble presencia del tití en la corte y en la pintura es testimonio de la relevancia no sólo de las redes comerciales y diplomáticas sino también de los vínculos familiares y las redes de contactos personales, en tanto que vías para el intercambio y comercio de estos animales y otros objetos de lujo.

En tercer lugar –y este es el punto que más me interesa recalcar– el detalle del tití en la pintura de Sofonisba pone de manifiesto la capacidad técnica y el conocimiento naturalista que hacían posible que animales de estas características pudieran ser trasladados desde su lugar de origen a otros destinos y mantenidos con vida.

Me refiero a tecnologías como la navegación o la cartografía, que hacían posible el viaje transoceánico; pero también, y de modo más específico, a la información sobre la alimentación, hábitos y otras características del animal, esenciales para su cuidado, para lo cual era fundamental acceder al conocimiento experto local.

Jim, Long John Silver y su loro. N. C. Wyeth / Wikimedia Commons

El traslado por mar era particularmente arduo, y no era fácil que los animales sobrevivieran a la larga travesía. Un caso conocido de resistencia y adaptabilidad es el de los loros, como evoca el conocido motivo del pirata Long John Silver acompañado de su loro, el Capitán Flint, en La isla del tesoro; un motivo, por cierto, que apunta al avanzado conocimiento naturalista que debían tener los piratas en esta época, por su condición de expertos viajeros y su exposición a múltiples realidades y saberes.

Así pues, la presencia del vivaracho tití en la pintura de Sofonisba contrasta con la proliferación de naturalezas muertas en las colecciones naturalistas europeas de la época, como es el caso de la célebre ave del paraíso, procedente de las entonces conocidas como Islas de las Especias, en la actual Indonesia, de la que sólo se conocían ejemplares disecados, como las que llegaron a Europa con la expedición Magallanes-Elcano.

En definitiva, el detalle del tití en el cuadro de Sofonisba es una invitación a pensar en los diversos temas relevantes para la historia del arte y de la ciencia que subyacen a esta pintura y a otras obras de la época: el interés por el mundo natural exótico y su transformación en bien de consumo; la contribución de los artistas al desarrollo de la cultura visual de la ciencia; la necesidad de acceder y apropiarse de conocimiento local experto; o el papel de la tecnología al servicio del coleccionismo de curiosidades y otras prácticas asociadas a la cultura cortesana.

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