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Diferentes tamaños de pies enfundados en calcetines en una cama

La selección: estilos parentales modernos

Quizás haya celebrado hace poco el día del padre con una comida familiar. Las comidas familiares son un excelente laboratorio de pruebas para comprobar las diferencias generacionales que existen en materia de crianza. La mayoría de abuelos o abuelas sufrirán en silencio o protestarán abiertamente si los más pequeños se levantan, corren por el comedor, no se terminan la comida o la cogen con las manos; por no hablar de las miradas de incomprensión que pueden dirigirse a preadolescentes o adolescentes que miran a escondidas sus móviles. Los padres y las madres de estos pequeños permitirán todas estas “tropelías” con más o menos buen talante, o intentarán que no las cometan con algún tipo de refuerzo positivo; es probable que otros miembros de la familia sin hijos se asombren de estos métodos de crianza y los comparen con su propia niñez.

¿Cómo saber si uno lo está haciendo bien como padre? Hace unas décadas la respuesta era más o menos sencilla. Uno podía ser un padre cariñoso o distante, autoritario o permisivo, involucrado o más bien pasota.

Hoy las cosas parecen más complejas. Nadamos en océanos de información bienintencionada y prolija sobre cómo hacer casi todo como padres. Esto es una buena noticia, pero también puede llevar al exceso o la parálisis: queremos ser buenos padres, pero cada vez parece más difícil.

Como explica Beatriz Martín del Campo de la Universidad de Castilla La Mancha, el cambio de orientación más radical en la crianza de los hijos tuvo lugar a finales del siglo XIX, cuando entró en escena la idea de que podíamos hacer felices a nuestros hijos y no solo sacarlos adelante, y las ideas de lo que la disciplina significa en el seno familiar no han dejado de modificarse desde entonces. Los actuales “padres helicóptero” son el último resultado de aquel giro cultural, y quizá no son tan malos como se los pinta a veces. El equilibrio es difícil: ni proteger tanto que no les contemos cuentos de ogros o lobos, ni darles tanta libertad que no nos enteremos de cuánto tiempo usan el móvil o para qué.

Igual nunca se nos había ocurrido que decir a nuestra hija que “si no se porta bien no vendrán los reyes” es un mensaje poco útil. O que en general, “portarse bien” es un concepto demasiado abstracto y subjetivo para un niño. Eso de tomar decisiones en casa de manera democrática podía sonarnos ridículo; y las malas contestaciones nos hieren en el alma, por mucho que nos expliquen la fase de desarrollo cerebral que las provoca en los adolescentes.

Si ya de por sí querer hacerlo bien, incluso muy bien o todavía mejor puede crear sentimientos de frustración en los progenitores modernos que los antiguos ni se planteaban, resulta además que las familias han cambiado en su composición básica. Ya no conviven solamente adultos y niños. Ahora hay un tercer elemento que interviene mucho más de lo que creemos en todas las dinámicas familiares: los dispositivos digitales.

Ser un buen padre digital es un desafío que ha pillado a una generación desprevenida. Todo junto puede ser mucho, y por eso los artículos de nuestros expertos y expertas son un fantástico apoyo.

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