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La selección: manual de buenas prácticas para disfrutar del verano

Aunque en este asunto hay división de opiniones, gran parte de la población vive (vivimos) con ilusión la llegada del verano. Muchos recuperamos en cierta medida ese dulce sabor de la infancia, cuando se desplegaba ante nosotros un horizonte infinito de días inacabables, pereza y libertad.

Muy especialmente, porque es tiempo de vacaciones. Quizá no haga falta esgrimir argumentos científicos para convencer a nadie de sus beneficios, pero haberlos, haylos.

Guillermo López Lluch, catedrático de Biología Celular de la Universidad de Pablo de Olavide, nos recordaba que sirven para reequilibrar el balance de nuestro sistema hormonal: el descanso prolongado promueve la liberación de compuestos que ya todos asociamos al bienestar mental, como la melatonina, las endorfinas y la serotonina.

Además, es la estación ideal para practicar, por ejemplo, la natación, un completísimo deporte que contribuye a luchar contra el estrés oxidativo y los radicales libres, estimulando el sistema inmunitario y mejorando nuestra memoria y capacidad cognitiva. Palabra de José A. Morales, neurocientífico de la Universidad Complutense.

Y a nadie sorprenderá la particularidad de que el cerebro se acostumbre rápidamente a la rutina vacacional y le cueste bastante más volver a adaptarse a las obligaciones del trabajo. Para evitar la ansiedad anticipatoria cuando ya quedan pocos días marcados en rojo en el calendario, María J. García-Rubio, de la Universidad Internacional de Valencia, proponía trabajar mucho el “aquí y ahora”, objetivo de algunas terapias psicológicas como la Gestalt.

Todo esto está muy bien, pero habrá que dar la razón a los críticos del verano cuando sacan a relucir los estragos de las olas de calor –cada vez más frecuentes, intensas y prolongadas–, las noches infernales sin pegar ojo o los riesgos de exponerse a los rayos solares.

Nuestros expertos han dado algunas pautas para amoldar, por ejemplo, nuestra dieta a las altas temperaturas: además de hidratarnos adecuadamente, conviene escoger alimentos que tengan mucha agua o que al cocinarlos no la pierdan tanto. Una buena idea es elaborar platos que se puedan comer crudos o con la mínima preparación posible, priorizando las frutas y verduras en nuestros menús cuando aprieta el calor.

También hay que cuidar especialmente la piel –haciendo caso omiso de absurdas modas virales como la de broncearse sin protección para conseguir una especie de “callo solar”– y los ojos. Sara Bueno, directora y profesora adjunta del Grado de Óptica y Optometría en la Universidad CEU San Pablo, nos recomendaba adquirir siempre gafas de sol homologadas y no exponernos directamente al frío que expulsan los aparatos de aire acondicionado, entre otros sabios consejos.

Y ya seamos haters o amantes incondicionales del estío, no cabe otra que rendirse al encanto de una de sus más gozosas manifestaciones: la brisa marina. Técnicamente, se produce por una simple diferencia de presión entre la tierra y el mar, pero sentir su caricia con días de asueto por delante es una de esas experiencias que probablemente recargan nuestras reservas de salud para afrontar los sinsabores del invierno.

Feliz verano.

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