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Leonardo, Verne y las inteligencias múltiples artificiales

Cuando Julio Verne describió en De la Tierra a la Luna el “primer” vuelo tripulado a la Luna, y la tecnología necesaria para su lanzamiento, no podía imaginar lo cerca que estaba la humanidad de cumplir su sueño. Esta obra sirve de excusa al autor para proponer soluciones a algo que hasta hace poco era ciencia ficción: visitar nuestro satélite.

Verne se considera hoy uno de los padres de la ciencia ficción, género que presenta como actual la ciencia y la tecnología, siendo optimistas, del futuro. Y ciertamente a veces el futuro está más cerca de lo que parece. De la tierra a la luna fue publicada en 1865, y este pasado 21 de diciembre de 2018 hemos celebrado el 50 aniversario del despegue del Saturno 5, con tres tripulantes abordo y con destino a la Luna.

‘De la Tierra a la Luna’. Llegada del proyectil a Stone-Hill. Grabado por François Pannemaker a partir de un diseño de Henri de Montaut. Wikimedia Commons

El genio creativo de Julio Verne y su capacidad de visión tecnológica futura nos recuerda lo que algunos científicos de la actualidad, como Michio Kaku en su Física de lo imposible, nos dicen: que lo que hoy es ficción será la ciencia del futuro.

Pero si buscamos el exponente máximo, para muchos, de científico con visión de futuro, creatividad desbordante y genialidad, llegaremos a la incomparable figura de Leonardo da Vinci.

Leonardo ejemplifica el espíritu renacentista mostrando una poliédrica multiplicidad creativa: artes plásticas, música, poesía, ingeniería, arquitectura, matemáticas… Dominó las artes, las ciencias y las humanidades no solo de su época, sino también del futuro. Anticipó con sus propuestas lo que solo el desarrollo tecnológico de siglos posteriores haría ver la luz. Es quizá el más conocido exponente de las inteligencias múltiples descritas por Howard Gardner como paradigma del intelecto humano.

Quizá sea este ámbito, el de las inteligencias múltiples, aquel en el que la inteligencia artificial (IA), tan de moda hoy, necesita más tiempo de maduración.

Existen trabajos recientes sobre el dominio de la IA en campeonatos mundiales de ajedrez y go, desarrollados por la empresa DeepMind. También es conocida la capacidad de nuestros dispositivos móviles para reconocer voz y conseguir buenas fotografías gracias a la IA.

Estos son solo un par de ejemplos, pero aún no queda claro si encontraremos pronto respuesta a la pregunta que surge: ¿conseguiremos algún día una Inteligencia Múltiple Artificial tan creativa como la de Leonardo da Vinci?

Para poder responder a esta pregunta, sería necesario revisar de nuevo bajo la perspectiva de la IA otras cuestiones bien conocidas. ¿Qué hay detrás de la creatividad humana? ¿Cómo idean los científicos las teorías más rompedoras? ¿Cómo surge un genio creativo? ¿Qué inspira una obra de arte y la convierte en tal? ¿Qué enigma incrustó Leonardo en la sonrisa de su famosa Gioconda? ¿Por qué composiciones tan diferentes como el Adagio de Albinoni o Summertime de Gershwin conmueven al oyente del modo en que lo hacen?

Uno de los más renombrados investigadores de la IA, Mirvin Minsky, proponía en su famosa teoría de la “Sociedad de la mente” que, aunque lejana a las Inteligencias Múltiples de Howard Gardner, la IA compartía con esta la necesaria concurrencia de múltiples agentes en esa suma intangible que forma la mente-inteligencia.

Y, aunque la IA ha avanzado mucho en algunas de las áreas descritas por Gardner, sobre todo en lógica matemática y lingüística, aún se encuentra en la infancia de aquellas áreas más relacionadas con los procesos creativos. Pero no desesperemos.

En busca de la creatividad artificial

En los últimos años, algunas parcelas de la inteligencia artificial han tratado de avanzar en la creatividad “artificial”. Hay un dominio en particular que aplica el modelo de la evolución de Darwin en el contexto de la IA. Este no solo está consiguiendo resolver problemas clásicos, y difíciles, de optimización. También se ha planteado por primera vez en la historia de la tecnología que una IA sea capaz de producir resultados “patentables”. Y lo ha conseguido.

Yavalath. www.sigevo.org

Más aún, la competición internacional Hummies awards busca que la inteligencia artificial supere a la humana en ámbitos creativos muy diferentes. Se trata de que la IA invente aparatos, circuitos, juegos, nuevas tecnologías y fármacos. Y así, el primer juego de mesa con tablero y fichas, llamado Yavalath, ha sido inventado por un algoritmo de programación genética.

En 2013 tuvimos la oportunidad de participar en la competición, con una reseñable selección como finalista, con un “algoritmo genético” de transcripción automática para piano. Este había sido probado previamente en el concurso internacional celebrado en 2011 en Miami por la International Society for Music Retrieval. Quedó tercero en su categoría en esta competición en Miami, y finalista en 2013 en los Hummies. Fue la primera vez que un algoritmo “evolutivo” conseguía tal nivel. Las transcripciones obtenidas sobre obras de Albeniz, Chopin, Haydn o Schuman no dejan indiferentes al oyente.

Pero no solo eso. La metodología creativa empleada, inspirada por la selección natural de Darwin, ha permitido a una obra artística, The Horizon Project, ser finalista en una competición de arte en Nueva York en igualdad de condiciones con otras obras de arte creadas por humanos. En 2017, Show your world competition escogió esta obra, que fue expuesta en Manhatan junto con una selección internacional.

La creatividad computacional ha tomado fuerza en la última década, y tenemos ya resultados sorprendentes: poesía, obras de teatro, arte plástico y composiciones musicales creadas por múltiples inteligencias artificiales, cada una especializada en un ámbito.

Aunque aún estamos lejos de llegar a la creatividad humana, esta nueva perspectiva múltiple y creativa de la IA nos permitirá contextualizar de un modo diferente el arte humano. Podremos comparar lo que la creatividad humana y la artificial producen, entender por qué al público le interesan ciertas corrientes artísticas, mientras desecha otras encumbradas por la crítica.

Quizá podamos, por primera vez en la historia, responder varias preguntas: ¿Hay un arte genuinamente humano? ¿Es correcto considerar arte, como cuestiona Don Thomson en su libro sobre el mercado del arte, un tiburón almacenado en formol? ¿Podrán las inteligencias múltiples artificiales crear arte de naturaleza humana? ¿Serán ellas las que, como el niño de El traje nuevo del Emperador de Andersen, señalen a los que en el arte actual nos dan gato por liebre?

Quizá, como sucedió con el viaje a la luna de Verne, la respuesta a estas preguntas esté a la vuelta de la esquina.

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