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Los inciertos costes económicos del coronavirus

El impacto económico de la pandemia de coronavirus a nivel mundial dependerá de su incidencia y duración, algo que desconocemos en la actualidad. Si miramos al pasado, se estima que la gripe A de 2009-2010 causó entre 150 000 y 575 000 víctimas, con una tasa de mortalidad del 0,03 % (muertes/infectados).

Y la gripe asiática de 1957 causó entre 1 y 4 millones de muertes, con una tasa de mortalidad en torno al 0,2 %.

Por su parte, la gripe española de 1918-1920 se llevó entre 17 y 100 millones de vidas, según diversas estimaciones, y la tasa de mortalidad se estima como mínimo en un 2 %, una de las más altas de la historia.

La incidencia del COVID-19 es todavía una incógnita. Se puede argumentar que las cifras subestiman el verdadero número de infectados. Y las de muertes también podrían estar subestimadas. En consecuencia, desconocemos la verdadera magnitud del problema.

El recuerdo de la gripe española

Se conocen casos en casi todos los países, aunque la incidencia es y será muy desigual por zonas del planeta. Si la prevalencia de la pandemia es un factor determinante de su impacto económico, su duración no lo es menos. La gripe española tuvo tres fases que abarcaron un periodo de tres años.

La duración de la crisis actual será seguramente menor que en el caso de la gripe española, en cuyo transcurso no se produjeron los confinamientos que se están produciendo ahora. De hecho, al finalizar la primera Guerra Mundial, los países involucrados censuraron la información sobre la incidencia real de aquella crisis.

Los costes económicos de la pandemia se pueden dividir en tres grupos:

1. Costes médicos

Los costes médicos y farmacéuticos, incluyendo la habilitación de nuevas infraestructuras, contratación de personal médico adicional, etc., serán sin duda cuantiosos, pero será el menor de los tres costes.

2. Costes del confinamiento

Los costes del confinamiento son los resultantes del cese de producción total o parcial en muchos sectores y la caída del consumo de muchos bienes y servicios.

No ha habido confinamientos similares en la historia con los que podamos comparar para evaluar el coste del confinamiento actual. El impacto sobre la producción, el comercio y el consumo puede ser muy cuantioso.

Consideremos el siguiente cálculo rápido: supongamos que el confinamiento dura dos meses y que durante ese periodo la producción de bienes y servicios finales descendiese un 30 %.

Dados estos supuestos, que no parecen ser muy pesimistas, el PIB anual caería un 5 %. Alguien podría pensar que una caída del 5 % no es mucho. Para hacernos una idea, en 2009, el año de mayor caída del PIB durante la pasada crisis financiera mundial, la renta descendió un 3,6 %. Además, podría ser necesario un confinamiento más prolongado. En ese caso, la caída en la producción también podría ser considerablemente mayor que el 30 % del ejemplo anterior.

Dos meses de confinamiento pueden ser suficientes. Al menos así parece por la experiencia china. Sin embargo, las restricciones al movimiento de personas en el mundo es probable que se mantengan durante bastante más tiempo, por temor a la importación de casos provenientes de países que experimentarán el mismo proceso con cierto retraso respecto a nosotros, lo cual tendrá un efecto muy negativo sobre sectores tan importantes como el turismo o el transporte de viajeros.

Los costes asociados a la caída en la producción tendrán mayor o menor impacto económico sobre las familias y empresas dependiendo de cómo actúen los gobiernos y bancos centrales. Los gobiernos están implementando paquetes de ayudas para empresas y familias que compensarán parcialmente el impacto económico negativo de la pandemia. Estos paquetes tienen una magnitud muy importante, lo que hará necesario un incremento del endeudamiento público. Ello significa una relajación de las restricciones presupuestarias a las que se ven sometidos los estados.

Afortunadamente, los intereses de la deuda son bajos actualmente, lo cual hace que la financiación de la deuda que se emita sea financieramente más sostenible. Sin embargo, los niveles de deuda son, en muchos casos, superiores a los que había antes de la última crisis financiera, lo que deja menos margen para el endeudamiento.

Los bancos centrales, por su parte, han manifestado su disposición a adquirir deuda de los países afectados, inyectando liquidez al sistema. Las propuestas en ese sentido incluyen la compra de la deuda por los bancos centrales y el perdón de la misma, una medida controvertida y que no debería utilizarse salvo en casos de extrema necesidad, y este podría ser uno como sugiere Jordi Galí. Estas medidas fiscales y monetarias ayudarán a amortiguar el golpe económico de la pandemia.

Estos son los costes de la pandemia que podemos esperar en el corto plazo. ¿Y a largo plazo? Ya hemos comentado que para algunos sectores como el turístico y el transporte de viajeros es más que probable que las restricciones se mantengan incluso después del confinamiento, pero el efecto sobre las expectativas va más allá de estos efectos.

3. El impacto sobre las expectativas

El impacto sobre las expectativas futuras se antoja como el mayor problema potencial. En un extremo del rango de posibles escenarios tendríamos el caso en el que la pandemia sólo tenga un efecto económico transitorio, es decir, una vez pasado el confinamiento volvemos a una situación de “business as usual”, y la economía retoma el pulso, como si nada hubiese pasado.

En el extremo opuesto, una vez pasado lo peor de la pandemia, se mantendría la incertidumbre sobre el futuro, la gente no volvería a los niveles de consumo anteriores a la crisis sanitaria y entraríamos en una recesión económica que se alargaría en el tiempo. Entre los dos escenarios hay mucha diferencia.

La duración de la pandemia será un factor determinante de la evolución de las expectativas. Si hubiese una segunda ola de la pandemia, o su incidencia se extendiese durante el invierno en el otro hemisferio, la incertidumbre sobre el futuro podría hacer que la recesión económica se perpetuase.

La incertidumbre en la que nos vemos envueltos se manifiesta, por ejemplo, en la compra compulsiva de alimentos en los supermercados. Otra manifestación de esa incertidumbre es la venta de acciones por los especuladores en el mercado bursátil. Con la perspectiva que da la calma, se puede esperar que repongan los alimentos en el supermercado y que repunten los precios de las cotizadas, pues es difícilmente creíble que su valor real haya podido caer hasta un 30 %, como ha ocurrido con el Ibex en el último mes, que acaba de cerrar el peor trimestre de su historia.

Otro factor determinante a la hora de valorar los costes de la crisis actual es la incidencia desigual entre países, sesgada hacia los de mayor peso económico. Como consecuencia de ese sesgo, el impacto económico de la crisis será mayor que si la pandemia hubiese afectado más a países con menor peso económico.

Afortunadamente, los países más afectados son los que tienen mejores sistemas sanitarios y sus gobiernos están más y mejor capacitados para afrontar la crisis. Esperemos que los países más pobres y con menos recursos no sufran la crisis de igual forma.


La versión original de este artículo fue publicada en la revista digital “Campusa”, que recoge noticias destacadas de la UPV/EHU.


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