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¿Por qué la participación ciudadana en los municipios no despega?

Asistimos a una creciente presencia de mecanismos de participación ciudadana en nuestros municipios. Presupuestos participativos, consejos consultivos, asambleas ciudadanas forman parte de nuestro ecosistema político habitual.

Estos mecanismos se utilizan en reformas urbanísticas, en diseños de políticas públicas, incluso para plantear propuestas para hacer frente a la emergencia ambiental.

Pero hay una queja recurrente entre los impulsores de estos mecanismos. Se suele señalar lo mucho que cuesta que las personas participen. Por su parte, hay una percepción generalizada entre la ciudadanía: se considera que este tipo de iniciativas no sirven para nada.

En nuestro grupo de investigación de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), Parte Hartuz (“participando”, en euskera), impulsamos procesos participativos. Con el Máster de Participación y Desarrollo Comunitario atesoramos 20 años de formación en participación. Sabemos que no es fácil implicar a la ciudadanía. A la sensación de que participar no sirve para mucho se añade otro elemento: muchas personas viven en precariedad laboral, vital o social. Su prioridades inmediatas se imponen a los deseos de participar.

El horizonte de la participación

Pero también sabemos que hay una serie de claves que permiten una mayor implicación ciudadana. Y, de paso, una profundización de la democracia.

Creemos que el horizonte de la participación debe ser más ambicioso que el de la búsqueda de legitimación. No basta con aparentar que se escucha. Se debe escuchar de verdad para aumentar la eficacia de las decisiones. Se necesita el conocimiento ciudadano.

La gente sabe. Y la gente se compromete si ve que lo que piensa y desea es considerado desde la clase política. Pero, sobre todo, la participación debe servir para democratizar la democracia.

Los 5 ingredientes de la profundización democrática

En concreto, son cinco los elementos que permiten una participación para profundizar en la democracia. Necesitamos cinco cambios de mirada. Buscan avanzar en una participación que legitime la política y aumente la eficacia. Pero, sobre todo, aspiran a crear ciudadanía y cultura democrática.

La participación debe asentarse en procesos que activen la agencia ciudadana en clave colectiva atrayendo a las ausencias y construyendo espacios de corresponsabilidad.

  1. Del momento al proceso. Se debe pasar de una lógica de momentos (dinámicas aisladas y sin continuidad) a una lógica de procesos participativos. De poco sirve invertir recursos en una participación momentánea. Solo una lógica de proceso (que necesita tiempo, cuidado y recursos) permite “sentirse parte”. El momento es vivido con frustración cuando se descubre que no tiene continuidad. Solo la lógica de proceso permite definir un horizonte que, además, debe ser compartido.

  2. Del objeto al sujeto. Se debe pasar de una lógica de objeto a una lógica de sujeto. La participación debe crear sujetos corresponsables. Es difícil sentirse sujeto en un momento participativo. Las personas se sienten instrumentalizadas. La participación debe crear ciudadanía activa con agencia. Y para eso es imprescindible tiempo y recursos.

  3. Del “qué hay de lo mío” al “qué hay de lo nuestro”. La participación necesita de deliberación. Solo así los “dolores” particulares se comprenden colectivamente. La participación no puede ser una mera suma de deseos o de problemas. Debe ser la búsqueda de un mínimo común denominador. Una participación que genera consensos, criterios compartidos, acuerdos resultado del diálogo ilusiona. La participación no puede ser una cacofonía de “qué hay de lo mío”. Este es el caso de muchos procesos participativos momentáneos, individuales, resueltos votando para escoger alguna entre muchas propuestas descosidas. Estas dinámicas solo crean frustración. Participar significa crear algo colectivamente.

  4. De las presencias a las ausencias. Se deben identificar las “ausencias”, las personas que no están presentes en la vida pública, en la vida social. Las ausencias respecto de lo público deben convertirse en afinidades. Deben sentirse atraídas a lo público. La gente no viene. Se debe buscar. Los procesos participativos deben evidenciar que todos los “qué hay de lo mío” son importantes: los de las personas en edad de crianza, las que viven solas, las migrantes, las que acaban de llegar al barrio, las que no pueden disfrutarlo porque trabajan de sol a sol. Hay muchas causas de la ausencia en lo público. La clave es activar el máximo de ausencias para hacer a estas personas afines a los procesos, hasta que lleguen a formar parte del nosotros y el nosotras participativo.

  5. Muchas personas en poco y no pocas personas en mucho. Si se satisface lo anterior, podremos crear estrategias en las que muchas personas, haciendo poco, aportan mucho. Esto sucede con estructuras de colaboración y dinámicas como el teatro comunitario, los bancos del tiempo, los huertos urbanos, los planes de desarrollo comunitario y las estrategias de acción comunitaria. Aquí los deseos individuales se articulan colectivamente. En procesos y no en momento donde las personas se sienten agentes y no clientes.

¿Vienes a cenar o preparamos la cena?

La frase “a ver cuándo te vienes a cenar” suele ser un recurso para quedar bien. Sabemos que nunca habrá cena. También es difícil encontrar compañía si no se consulta el menú, el día, la hora y se invita en el último momento. Nadie se siente a gusto si el menú es un plato que solo le gusta al anfitrión. Hay muchas formas de hacer imposible o insoportable una cena.

En cambio, sabemos que lo más satisfactorio de una cena con las amistades es la preparación. Cuesta encontrar un día adecuado para todo el mundo, pero se compensa si se puede ir al mercado, decidir el menú y preparar con tranquilidad la cena, sabiendo que lo más importante no será lo que se come… sino sentirse en comunión. La participación es comunión, es la búsqueda de lo común y es algo muy serio. Porque sin lo común no hay demos. Y sin demos no hay democracia.

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