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Silvio Berlusconi: el promotor inmobiliario que se convirtió en el primer ministro más extravagante de Italia

Silvio Berlusconi, fallecido a los 86 años, nació en una familia de clase media de Milán, ciudad muy afectada por la Segunda Guerra Mundial. Asistió a un colegio privado perteneciente a una orden religiosa, y acabó licenciándose en Derecho en 1961. Se especializó en contratos publicitarios, un área que, sin duda, le resultó muy útil en su posterior carrera.

Cuando Berlusconi alcanzó la mayoría de edad, Italia estaba entrando en su “milagro” económico de posguerra. Inmediatamente después de graduarse, emprendió con éxito una serie de iniciativas empresariales en el floreciente sector de la construcción.

A los 30 años, Berlusconi concibió un proyecto revolucionario y visionario: la construcción de una zona residencial en la periferia norte de Milán llamada Milano 2. La idea era ofrecer viviendas espaciosas y de alto nivel en las afueras de la ciudad que contrastaran con una metrópolis cada vez más abarrotada y contaminada.

El proyecto se adelantó a su tiempo al comercializar propiedades “exclusivas” a una creciente clase media que buscaba escapar del centro de la ciudad sin alejarse demasiado. Tuvo un gran éxito, que propulsó rápidamente a Edilnord (la constructora de Berlusconi) a las grandes ligas y le permitió diversificarse bajo el paraguas de un holding financiero: Fininvest.

En la década de 1980, Berlusconi había recibido la Orden al Mérito del Trabajo y el apodo informal de Il Cavaliere (El Caballero) por su espíritu emprendedor.

Construir un imperio

Entretanto, aprovechando que a mediados de los años 70 la difusión de vídeo dejaba al fin de ser un monopolio estatal en Italia, Berlusconi decidió invertir en televisión. Creó una empresa de medios de comunicación que emitía tres canales en toda Italia (Canale 5, Italia 1 y Rete 4). Todo ello con el apoyo del agresivo brazo publicitario de la empresa, Publitalia.

El imperio mediático de Berlusconi (complementado con la adquisición en 1984 de Arnoldo Mondadori, la editorial más importante del país) se convirtió en el único competidor real de la RAI, la televisión pública. La capacidad personal de Berlusconi para atraer a las estrellas de televisión más populares de la época indudablemente ayudó, al igual que lo hicieron sus contactos personales en el gobierno.

Esto le convirtió en una figura omnipresente en la sociedad italiana. Pero su popularidad se disparó a mediados de los ochenta, cuando se añadió a su corona una joya de gran valor: el club de fútbol AC Milan. Con Berlusconi, el club pasó de ser un simple equipo nacional a convertirse en una marca internacional.

Así, en los 15 años que siguieron al exitoso proyecto del Milano 2, Berlusconi consiguió levantar un imperio empresarial que abarcaba la construcción, la banca y los seguros, la televisión y la publicidad, la edición, el deporte e incluso los supermercados. En sólo un par de décadas, el magnate italiano había transformado Fininvest en la octava empresa italiana por volumen de negocio.

De intruso a primer ministro

A pesar de este notable éxito –y de su notoria habilidad para los negocios–, al principio Berlusconi no fue recibido con entusiasmo en los salones de la élite empresarial del país. Ésta tendía a considerarlo, en el mejor de los casos, un útil advenedizo. Quizá en parte eso explica lo que impulsó a un personaje ya de por sí individualista a buscar una nueva manera de destacar.

A principios de los años 90, Berlusconi se convirtió en un “empresario político”. En aquella época, el escándalo “Tangentopoli” había sacado a la luz una corrupción profundamente arraigada entre los políticos nacionales y regionales.

Aquellas revelaciones arrasaron con partidos políticos enteros. El viejo sistema de partidos se puso patas arriba, dejando un vacío institucional. Berlusconi aprovechó para llenar ese vacío creando un nuevo partido político prácticamente de la noche a la mañana, apoyándose en su prestigio empresarial y el poder de comunicación de su imperio mediático.

Tras forjar una alianza con dos socios diferentes de derecha y extrema derecha, Berlusconi fue elegido Primer Ministro por primera vez en 1994. Comenzaba así una larga etapa en el poder como jefe de coaliciones y alianzas de la derecha. Al final, repitió como primer ministro tres veces: de 1994 a 1995, de 2001 a 2006 y de 2008 a 2011.

Silvio Berlusconi sonríe mientras se quita la chaqueta ante una multitud.
Siempre fue el show de Silvio. EPA/Alessandero di Meo

Berlusconi era reconocido como un político carismático, y las campañas electorales que le llevaron al gobierno se centraron, inevitablemente, en su persona. Sin embargo, como estadista resultaba menos convincente. Carecía de una visión a largo plazo para Italia, tanto en términos de Estado como de desarrollo económico.

En sus dos décadas en el poder, el PIB italiano se mantuvo en línea con el del resto de Europa, pero la competitividad del país, medida en términos de exportación, disminuyó constantemente. Esto se reflejó en un generoso aumento del gasto público, a pesar de las tendencias neoliberales de los gobiernos de Berlusconi.

La política de Berlusconi siempre dio prioridad a las relaciones personales por encima de las institucionales. A ello contribuyó un persistente conflicto de intereses entre su papel de primer ministro del país y el de monarca de facto de un imperio empresarial apoyado, en gran medida, en la televisión comercial y la publicidad.

Como político no actuaba de forma diferente a como lo hacía en su vida empresarial: dirigía sus gobiernos con una energía increíble pero evitando delegar.

Pero mientras Berlusconi fue capaz de colocar a sus hijos mayores Marina y Piersilvio en los puestos más altos de su imperio empresarial, no ha sido capaz de encontrar un sucesor igual de carismático para su proyecto político.

Todo se perdona, una y otra vez

Los italianos perdonaron muchas de las payasadas del extravagante Berlusconi, sobre todo su comportamiento a veces poco convencional en su vida privada. Probablemente obtuvo más indulgencia del público de la que merecía y, desde luego, mucha más de la que el sistema judicial estaba dispuesto a concederle, como quedó claro en su condena por fraude fiscal.

Mientras él se libraba de una causa judicial por presuntas relaciones sexuales con una menor, otros fueron condenados por reclutar prostitutas para sus fiestas.

Incluso ahora, después de su muerte, es difícil formarse una idea definitiva de Berlusconi y de su verdadero papel en la historia reciente de Italia. Su propia vida es un emblema de un país creativo capaz de resurgir de repente.

Pero también podría decirse que representa negativamente a Italia, desgraciadamente incapaz, con demasiada frecuencia, de generar una visión de futuro basada en algo más que en intereses egoístas individuales.

This article was originally published in English

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