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Dos personas mayores pasando un buen rato.

¿Somos más felices a medida que envejecemos?

Por término medio, la felicidad disminuye a medida que nos acercamos a la mediana edad, tocando fondo a los 40 años, pero vuelve a aumentar a medida que nos acercamos a la jubilación, según revela un buen número de estudios. Es lo que se conoce como la curva de felicidad en forma de U. Y aunque resulta tranquilizadora, por desgracia probablemente no sea cierta.

Mi análisis de los datos de la Encuesta Social Europea muestra que, para muchas personas, la felicidad disminuye durante la vejez a medida que nos enfrentan a dificultades relacionadas con el paso de los años, como el deterioro de la salud y el duelo familiar. De hecho, el patrón en forma de U no era evidente en casi la mitad de los 30 países que investigué.

¿A qué se debe esta diferencia?

Mi estudio corregía un error de interpretación de los métodos de investigación en estudios anteriores. La idea de la forma de U procede de análisis estadísticos que ajustan los datos para comparar a personas de riqueza y salud similares en la mediana y la tercera edad. Ese ajuste pretende aislar el efecto de la edad de otros factores que influyen en la felicidad.

Pero dado que las personas suelen ser más pobres y menos sanas durante la vejez, el ajuste puede ser engañoso. Cuando omitimos el ajuste, se hace evidente un descenso de la felicidad relacionado con la edad en muchos países.

Este descenso es más pronunciado en los países con un estado de bienestar menos eficaz, como Turquía, donde la felicidad (medida en una escala de cero a diez) cae por término medio de 6,4 en la edad de jubilación a menos de 5,0 entre los más mayores.

En Estonia, Eslovaquia y la República Checa, la felicidad disminuye de forma constante a partir de los 30 años.

En los Países Bajos, en cambio, la felicidad aumenta a partir de los 30 años y se mantiene estable incluso en la vejez. En Finlandia, la felicidad se mantiene bastante constante a lo largo de la vida, por encima de ocho en la escala de cero a diez.

En resumen, no hay un patrón universal de felicidad. Por el contrario, hay una amplia gama de patrones en diferentes países. No debería sorprender que las distintas condiciones sociales contribuyan a obtener resultados diferentes.

Bonita historia

La idea de la forma de U es atractiva en parte porque es contraria a la intuición: seguro que la vida se vuelve más dura en la vejez, pero aun así, la gente se vuelve más feliz. ¿Por qué?

Se dice que la gente gana en sabiduría y aceptación con la edad. Desarrollamos la capacidad de apreciar lo que tenemos, en lugar de rumiar lo que nos falta. La edad atenúa la ambición y las frustraciones que suelen derivarse de ella.

La sabiduría popular de la psicología nos dice que “la felicidad viene de dentro”. Así que tal vez la gente finalmente ordena su “interior” en la vejez, con la felicidad como recompensa.

Es una bonita historia pero, para muchas sociedades, es una ilusión, el resultado de un ajuste estadístico mal escogido. La felicidad puede aumentar con la edad siempre que la gente no se ponga enferma, sufra un duelo o empiece a perder a sus amigos. Eso es lo que nos da el ajuste estadístico: un resultado que supone que nada va mal en la vejez.

Sin embargo, muchas personas se enfrentan a grandes retos cuando envejecen, y no es de extrañar que no se sientan tremendamente felices.

No estoy sugiriendo que la gente no ordene a veces su interior con el tiempo. Vale la pena aceptar esa parte de la sabiduría popular de la psicología, ya que es lo que está bajo nuestro control, potencialmente. Pero mi análisis sugiere que podría haber límites a nuestra capacidad de compensar de este modo los retos que suele traer el envejecimiento.

Que la felicidad aumente o disminuya depende del equilibrio de estas fuerzas que compiten entre sí (grandes retos y adaptación mental), y no está garantizado un resultado positivo.

This article was originally published in English

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