Menu Close
Fotograma de ‘Sucedió una noche’, de Frank Capra (1934). FilmAffinity

Unos labios que tontean: De qué hablamos cuando hablamos de comedia romántica

“Muera el amor romántico”, sentenciaba la particular celebración de un San Valentín feminista promovida por un grupo de estudiantes en pósteres visibles por toda la Universidad de Zaragoza en los días previos al 14 de febrero de 2020.

En esos mismos días, el mundo en el que vivíamos empezaba a tambalearse. Dos años después, la incertidumbre aumentaría con las imágenes de largas filas de tanques rusos invadiendo Ucrania.

El eslogan feminista me recordó un pasaje poco conocido de Shakespeare, cuando al principio de Enrique IV, parte 1, Hotspur, un guerrero exaltado, está a punto de partir a su próxima batalla. Su esposa se queja de sus constantes ausencias de la cama matrimonial y trata de convencerle para que se quede con ella. “Déjame en paz”, contesta él espoleando su caballo, “no es hora de jugar con muñecas y tontear con los labios. Lo que toca ahora son narices sangrientas y cráneos rotos”.

Que muera la rom-com

“Tontear con los labios” es una traducción bastante libre del original, pero no me parece la peor definición de la comedia romántica, el género más vilipendiado del cine de Hollywood por conservador, repetitivo y previsible.

Para la mayoría de los críticos y estudiosos del cine, y para una gran parte de los espectadores, comedia es sinónimo de frivolidad y comedia romántica, de ínfima calidad artística u originalidad. En el título de su artículo del Washington Post, en el que se une al coro de los que, a mitad de la pasada década, se apresuraron a pronosticar una nueva muerte del género, Emily Yahr resume: “La rom-com ha muerto. Ya era hora”.

Para Yahr, como para otros, perdura la idea de un género en el que un chico y una chica blancos, frecuentemente de clase acomodada, se conocen, se enamoran, se casan y viven felices para siempre: racismo, clasismo, heterosexualidad, monogamia, cisgénero, final feliz y matrimonio.

Tan profunda es la creencia en esta estructura inflexible que solamente aquellas películas que cumplen los requisitos son consideradas comedias románticas. Si un filme introduce alguna variación en la fórmula, o si está dirigida por un “autor” de más o menos prestigio, dejan de ser comedias románticas. Por poner un ejemplo, las grandes comedias (románticas) de Ernst Lubitsch, como Un ladrón en la alcoba (1932), El bazar de las sorpresas (1939) o Ser o no ser (1942) han sido consideradas de todo menos pertenecientes a su género.

Fotograma de la película El bazar de las sorpresas, de Ernst Lubitsch. FilmAffinity

Shakespeare y el origen de las comedias románticas

Pero volvamos a Shakespeare, el dramaturgo que, sin inventar nada, canalizó la tradición de las narraciones y dramas italianos del siglo XVI, a su vez deudoras de las comedias de Plauto y Terencio e inspiradas en las historias de Las metamorfosis de Ovidio, la tradición petrarquiana del amor no correspondido y el amor cortés, los cuentos cómicos y eróticos del Decamerón de Bocaccio y los romances medievales, junto con influencias orientales.

A partir de este cóctel, Shakespeare consolida y populariza el género que, tras varios siglos de evolución, desembocaría en el tema que nos ocupa. Es cierto: la mayoría de sus comedias concluyen con una celebración en forma de boda, casi siempre doble o múltiple. Pero fijémonos en la parte central de la historia, la más interesante.

En El sueño de una noche de verano, cuatro jóvenes atenienses, dos chicas y dos chicos, se escapan a un bosque. Allí, durante la noche veraniega, tocados arbitrariamente por el polvo de una flor procedente de la remota India, los hombres, Demetrio y Lisandro, se enamoran y desenamoran dependiendo de quién tienen más cerca cuando se despiertan. Mientras, las mujeres, Helena y Hermia, sueñan con fantasías abiertamente sexuales, con escenarios eróticos de sumisión y dominación. A la vez, en el mismo bosque, la espiritual reina de las hadas, Titania, arrastra tozudamente a su lecho de flores y hierbas olorosas a un asno, símbolo en la época de la potencia sexual. Oberon, su marido, observa la escena con interés desde detrás de un arbusto.

La discusión entre Titania y Oberón por Sir Joseph Noel Paton. Scottish National Gallery / Wikimedia Commons

En Noche de Reyes, las permutaciones del deseo afectan a mujeres que se enamoran de mujeres, creyendo que son hombres o sabiendo que son mujeres, y a hombres para quienes el deseo femenino es pura magia a la que sucumben sin rechistar. El villano es Malvolio, incapaz de desear a nadie que no sea su propia imagen en el espejo ni nada que no sea el poder y el ascenso social. En Shakespeare, el deseo es instantáneo, violento, brutal, imposible de domesticar. “¿Cómo puede nadie coger la peste tan de repente?”, se pregunta Olivia al darse cuenta de la pasión que repentinamente siente por Cesario, un joven que en realidad es una mujer. Dicha mujer, Viola, enamorada perdidamente de su señor Orsino, también empieza a sentirse atraída por Olivia. Al final aparece un gemelo por arte de magia y todo se soluciona.

Los finales felices de Shakespeare son literalmente increíbles. Lo interesante está en el desarrollo de la trama y lo que ahí encontramos es un deseo tan intenso que nos cambia la vida para siempre. Ahí reside la fascinación del género.

Batallas verbales y juegos eróticos

En la comedia romántica este impulso irrefrenable está mediatizado por el humor, la risa y la vis cómica. Este humor condensa, por una parte, el júbilo y el gozo de los amantes y, por otra, se ríe de lo absurdo del deseo, de la ridiculez del que se encuentra obnubilado por la pasión y, sobre todo, de aquellos que desprecian el deseo y se aprovechan de él, desde Malvolio a los machistas depredadores sexuales de la oficina de El apartamento (1960).

Si “tontear con los labios” no nos parece suficiente, podemos definir la comedia romántica como el género que utiliza el humor para narrar historias de relaciones de deseo entre personajes. El juego y el fuego erótico se convierten en batallas verbales, diálogos entre los amantes que parecen transmitir enemistad y antagonismo pero que todos entendemos como señal de compatibilidad emocional. Dichos diálogos y lo que significan, desde Shakespeare hasta nuestros días, son una convención recurrente del género. No hay más que repasar películas como Sucedió una noche (1934), La pícara puritana (1937), Luna nueva (1940), Su juego favorito (1964), Atrapado en el tiempo (1993) o La maldición del escorpión de jade (2001).

Pero ninguna raza ni clase social, ni el género ni la orientación sexual son consustanciales al género.

Un hombre habla por teléfono mientras mira a una mujer, en un filme en blanco y negro.
Una escena de Luna nueva, con Cary Grant y Rosalind Russell. Esta película está llena de diálogos rápidos y fieros que reflejan la atracción y compatibilidad romántica entre los protagonistas. Wikimedia Commons

Nada de lo anterior significa que la comedia romántica exista fuera de la historia, que el deseo, el amor o la pasión sean emociones universales e invariables, ni que los discursos ideológicos de cada momento histórico no le afecten. Tampoco quiere decir que en muchas películas no haya una línea directa entre el enamoramiento y el matrimonio. Pero sí que indica que en muchas otras eso no ocurre.

La comedia romántica no muere, solo se transforma

Cuando, a mediados de la década de los 2010, el número de comedias románticas más o menos tradicionales se redujo drásticamente en el cine comercial y volvieron a aparecer los presagios de la muerte del género, lo que en realidad estaba sucediendo, como han demostrado Beatriz Oria y Maria San Filippo, las mejores analistas de la evolución del género en la última década, era su enésima mutación y desplazamiento hacia otros espacios: el cine independiente, las plataformas digitales o las web series, rompiendo moldes sagrados, al menos para los críticos, aumentando la visibilidad de las relaciones homosexuales y lésbicas, el amor interracial y transnacional, el amor y la sexualidad en la adolescencia y en la madurez, la volubilidad, el poliamor y la diferencia, todo ello a través de la lente de la comedia. Así se puede ver en Un plan perfecto (2011), ¿Qué pasó anoche? (2013), Amira & Sam (2014), Nunca entre amigos (2015), Crazy Rich Asians (2018) o Conquista a medias (2020), entre muchas otras.

Fotograma de la película Amira & Sam, de Sean Mullin, en 2014. IMDB

En un mundo extremadamente volátil y de cambio vertiginoso, proliferan las amenazas a la primacía del deseo, el primer mandamiento de la comedia romántica (el segundo sería hacernos reír y contagiarnos, como a Olivia, de su magia). La más evidente de estas amenazas es el neoliberalismo rampante y la exacerbación de lo que Oria resume lúcidamente como “me, myself, and I” (“yo, yo y yo”) y Mary Harrod, Suzanne Leonard and Diane Negra describen como “la desesperación romántica en la era del yo”.

Estas autoras también especulan sobre las consecuencias más profundas y quizá más duraderas para las trayectorias del deseo de la epidemia del coronavirus. Como asegura Maria San Filippo, la proliferación de formas aceptables de deseo en el panorama audiovisual contemporáneo es apabullante, como lo es, añadiría yo, la capacidad de las personas para mantener el sentido del humor en las circunstancias más adversas.

La muerte del amor romántico como símbolo feminista

Dada la historia del matrimonio como institución social en el patriarcado, puede resultar comprensible que ciertos discursos feministas deseen la muerte del amor romántico como un paso hacia la igualdad.

Pero también conviene recordar, por ejemplo, que las historias eróticas y cómicas del Decamerón son historias de mujeres, contadas por mujeres para mujeres mientras aguardan el final de la peste en Florencia. O que, desde Shakespeare, la comedia romántica ha sido uno de los pocos géneros cinematográficos en los que el protagonista no es solamente un hombre, sino un hombre y una mujer en relativa igualdad. Además de que, en una mayoría de los casos, las películas dan prioridad a las vicisitudes del deseo de las mujeres sobre el de los hombres.

En general, la comedia continúa considerándose la hermana pobre de la tragedia y sus sucesores, los géneros dramáticos. Sin embargo, en el siglo de Pericles comedias y tragedias eran inseparables, la máscara trágica y la cómica complementarias, igualmente humanas, igualmente profundas.

Falstaff, el personaje shakespeariano cómico más inolvidable, aparece en el centro de las guerras por el poder entre las casas de York y Lancaster en las dos partes de Enrique IV, contraponiendo el amor por la vida, así como el humor despiadado, a las narices sangrantes y cráneos fracturados de Hotspur.

En la comedia romántica, los labios que tontean son una manifestación poderosa de ese amor a la vida y de esa visión cómica. ¿Muera el amor romántico? Quizás, pero en un mundo vertiginoso que pocos alcanzan a comprender, desde la oscuridad del túnel, unos labios que tontean con otros labios –normativos o diversos, finos o carnosos, pintados o agrietados– no son ninguna tontería.

Want to write?

Write an article and join a growing community of more than 180,400 academics and researchers from 4,911 institutions.

Register now