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Una mujer habla con un hombre en un plató de televisión.
Foto de la entrevista en el programa de Ana Rosa Quintana al presidente del Gobierno y candidato a las elecciones generales, Pedro Sánchez. Mediaset

Bienvenidas y bienvenidos a la trinchera mediática

Sálvame, el gran dominador de las audiencias vespertinas en España desde que se estrenó el formato en marzo de 2009, se ha acabado.

Han sido más de catorce años de un modelo muy cuestionado de hacer televisión, un espacio de debate donde era habitual convertir la intimidad ajena en espectáculo con la complicidad de los mismos presentadores y colaboradores. La nueva cúpula de Mediaset había criticado abiertamente su estilo y lo ha considerado incompatible con el proyecto que quieren desarrollar.

Tres presentadoras vestidas de blanco miran a cámara en un plató.
Fotograma de la despedida de Sálvame. Twitter / Sálvame

Para sustituirlo en la parrilla de Telecinco a partir de septiembre, se ha anunciado un nuevo programa encabezado por Ana Rosa Quintana, presentadora hasta ahora del magacín matinal de la cadena –que, consecuentemente, terminará en el nuevo curso–, líder de audiencia en su franja horaria.

Hace tiempo que Quintana reserva una parcela de su programa a la actualidad política, pero últimamente está siendo noticia por su claro posicionamiento editorial a favor de la derecha y la ultraderecha políticas, con furibundos ataques contra el Gobierno de España, formado por el PSOE y Unidas Podemos.

Esto hace pensar que la defenestración de Sálvame responde a causas que van más allá de las estrictamente televisivas. El talk show, particularmente a través de su presentador, Jorge Javier Vázquez, se había mostrado en varios momentos como una ventana para la visibilidad de ciertos planteamientos progresistas, especialmente en materia de igualdad sexual.

En consecuencia, hay sospechas razonables que este “paso al lado” del programa también responde a movimientos geopolíticos del máximo nivel.

Llega el “infoentretenimiento”

No se trata de un caso aislado, ni mucho menos. En los últimos meses hemos podido observar cómo la política ha intensificado su presencia en programas de entretenimiento, incluso en aquellos destinados al público familiar. Este es el caso de El Hormiguero, el talk show líder de audiencia en la televisión española.

La presencia del discurso político en programas de entretenimiento no es nueva. Estamos ante una tendencia que se remonta a mediados de los años 80 del siglo XX, e incluso antes, y que se ha consolidado plenamente en cadenas públicas y privadas, primero en Estados Unidos y después en el resto del mundo.

Actualmente la información política abraza otros géneros que hasta ese momento se habían quedado al margen. Esta fórmula televisiva de éxito en la que se mezclan estrategias de la información y el entretenimiento ha sido bautizada como “infoentretenimiento”.

El infoentretenimiento se despliega por los contenidos televisivos a partir de tres variables complementarias:

  • La incorporación de noticias menores, las soft news, dentro de los informativos tradicionales, potenciando su comercialización y “espectacularización”.

  • La incorporación de los asuntos de debate público en programas destinados prioritariamente al entretenimiento.

  • La aparición de programas donde el humor y la sátira se convierten en elementos dominantes para analizar la realidad.

¿A favor o en contra?

Desde hace unos cuantos años existe un intenso debate entre expertos e investigadores sobre el valor y los efectos del infoentretenimiento.

Para algunos autores, programas como Las mañanas de Ana Rosa (Telecinco) o El Hormiguero, pero también ciertas tertulias políticas, magazines, programas de entrevistas o algunos espacios de investigación, suponen una trivialización de la información y una estrategia para el fomento de la pasividad y la resignación ciudadana.

Cuatro hombres ríen sentados en una mesa en forma de U.
Fotograma de un programa de El Hormiguero. El Hormiguero / Twitter

El empobrecimiento de la agenda pública, la apuesta por lo anecdótico y superficial, la rebaja de los principios periodísticos y, por lo tanto, el crecimiento del rumor y la desinformación serían algunas de sus consecuencias.

Para otros, la introducción de la información en el entretenimiento puede resultar “empoderador”, porque facilita que muchas personas no interesadas inicialmente en estos temas estén más informadas, compartan argumentos y opiniones y tomen consciencia sobre lo que les afecta directamente. Desde estas posiciones, estos programas podrían tener una función democratizadora y un potencial liberador e inclusivo.

A pesar de la preocupación existente, no hay estudios, al menos en España, que evidencien que el visionado de estos programas haya impulsado a los espectadores a votar en una determinada dirección.

Sí que existen, por el contrario, trabajos que muestran la capacidad de estos programas para establecer los marcos de opinión sobre los que se despliega la agenda pública y, sobre todo, para establecer cuáles son los estados de ánimo de una sociedad sobre múltiples asuntos.

Propaganda desde siempre

La capacidad de intervención en el debate político por parte de los medios de comunicación tampoco es una situación sobrevenida. La investigación en comunicación ha demostrado con creces cómo se ha utilizado históricamente la industria mediática y cultural por parte del poder político y económico para controlar la información y manipular a la población, especialmente en momentos de crisis o en conflictos bélicos.

Cartel de una película en la que el dibujo de una mano gigante aplasta a una mano pequeñita.
Cartel de Prelude to War (preludio a la guerra), película propagandística estadounidense dirigida por Frank Capra y Anatole Litvak. IMDB

El uso de la radio por parte del nazismo, pero también del cine por parte del Gobierno de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, serían ejemplos paradigmáticos de cómo el poder político, en alianza con el poder económico y mediático, ha utilizado la propaganda o la información falsa como estrategia comunicativa. Y lo ha hecho siempre, también desde los productos de entretenimiento.

Aunque durante unas décadas del siglo XX pensamos que los códigos deontológicos del periodismo nos mantenían al margen de estas prácticas, nunca hemos estado inmunes del todo.

Al mismo tiempo, la teoría crítica y cultural ha negado que los receptores de estos productos seamos sujetos pasivos que nos tragamos todo sin ningún tipo de resistencia. Más bien, han demostrado que la audiencia es activa y que se pueden interpretar los mensajes en sentidos muy variados, incluso contrarios a los previstos inicialmente.

Sin embargo, personajes como el magnate de la comunicación, Silvio Berlusconi, o el propietario de Fox News, Rupert Murdoch, han recordado a menudo desde sus canales de televisión que los tentáculos del poder político, económico y mediático son más largos y difíciles de contrarrestar de lo que imaginamos.

Los nuevos medios

La irrupción de las redes sociales y las cadenas de cable en el debate político ha vuelto a evidenciar que somos vulnerables ante la desinformación y la creación de “realidades alternativas”, que han aumentado en un contexto de “postverdad” y polarización crecientes. En este escenario, políticos como Donald Trump y muchos otros han trasladado estas prácticas a su actividad comunicativa, pensando únicamente en su propio beneficio.

Pueden sorprendernos la intensidad y la velocidad con la que circulan estos mensajes hoy en día, pero lo que estamos viviendo en la actualidad no deja de ser una etapa más en esta obsesión por controlar el “relato”, el discurso público.

Por lo tanto, que haya programas de televisión o grupos de comunicación posicionados políticamente es constitutivo del ecosistema mediático en el que nos movemos.

En estas condiciones lo único que podemos hacer es estar alerta y saber interpretar críticamente los medios para conocer en todo momento quién nos habla y con qué finalidad. Potenciar la alfabetización mediática de la población debería ser clave para conseguir una sociedad mejor formada. De este modo se podrían detectar y denunciar con mayor facilidad los abusos o las informaciones falsas que pueden adulterar la convivencia democrática de nuestras sociedades.

En una época en la que los sistemas públicos de comunicación no pasan por su mejor momento, el “caso Sálvame” se convierte en el último ejemplo de la lucha encarnizada que se dirime a diario en la cultura en general y en los medios de comunicación en particular por el control del discurso político.

Señoras y señores, bienvenidas y bienvenidos a la trinchera mediática.

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