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Ciencias y humanidades: las dos culturas y los dos idiotas

Charles Percy Snow (1905-1980) fue un científico y novelista inglés, muy conocido por su serie de novelas Strangers and Brothers, pero sobre todo por su alegato a favor de un acercamiento entre científicos y humanistas para romper la brecha de las llamadas dos culturas.

Se cumplen 60 años desde que C. P. Snow dictara su famosa conferencia sobre las dos culturas en Cambridge, el 7 de mayo de 1959. Más tarde se publicó con el título Las dos culturas y la revolución científica, pero ya en el New Statesman del 6 de octubre de 1956 había publicado un artículo titulado Las dos culturas. En 1963 publicó una secuela.

Recordemos algunas frases del discurso de C. P. Snow:

Son muchos los días que he pasado con científicos las horas de trabajo para salir luego de noche a reunirme con colegas literatos. Y, viviendo entre dichos grupos, se me fue planteando el problema que desde mucho antes de confiarlo al papel había bautizado en mi fuero interno con el nombre de “las dos culturas”.

Se trata de dos grupos polarmente antitéticos: los intelectuales literarios en un polo, y en el otro los científicos. Entre ambos polos, un abismo de incomprensión mutua; algunas veces (especialmente entre los jóvenes) hostilidad y desagrado, pero más que nada falta de entendimiento recíproco.

Los científicos creen que los intelectuales literarios carecen por completo de visión anticipadora, que viven singularmente desentendidos de sus hermanos los hombres, que son en un profundo sentido anti-intelectuales, anhelosos de reducir tanto el arte como el pensamiento al momento existencial. Cuando los no científicos oyen hablar de científicos que no han leído nunca una obra importante de la literatura, sueltan una risita entre burlona y compasiva. Los desestiman como especialistas ignorantes. Una o dos veces me he visto provocado y he preguntado [a los no científicos] cuántos de ellos eran capaces de enunciar el segundo principio de la termodinámica. La respuesta fue glacial; fue también negativa. Y sin embargo lo que les preguntaba es más o menos el equivalente científico de “¿ha leído usted alguna obra de Shakespeare?”

Snow recibió apoyos y críticas por su visión. En 1995 John Brockman, agente literario y escritor, publicó el libro La tercera cultura, en el que participaron numerosos científicos de áreas diversas.

El concepto hacía referencia a la necesidad de una tercera cultura que aunara, superándolas, a las dos culturas. Su idea era que los científicos relevantes escribieran sobre sus hallazgos y sus significados para nuestras vidas (qué somos) y no dejar el tema sólo para los intelectuales tradicionales. Brockman creó Edge con ese propósito.

Los dos idiotas

Decía Peter Esterházy (aristócrata, novelista, matemático y futbolista):

“Chacun devient idiot à sa façon” (“Cada uno se hace idiota a su manera”).

La frase alude al concepto de idiot savant, que se usaba como insulto en el ámbito universitario del siglo XVIII. Esta figura del “científico como idiota”, tiene su contrapartida en el idiot lettré, aplicada a los humanistas, artistas y escritores. Estas imágenes especulares son negativas para ambos mundos, para ambas “culturas”.

Remitimos a la interesante discusión de Hans Magnus Enzensberger sobre el idiot savant y el idiot letré en su libro Los elixires de la ciencia (Anagrama, Barcelona, 2002).

Podemos ilustrar el comportamiento del idiot lettré con un curioso episodio que se produjo cuando las teorías de Descartes se unieron a las de Newton para explicar la formación de los arcoíris.

Se dice que, durante un banquete, el pintor Haydon y los literatos Keats, Wordsworth y Lamb coincidieron en sus críticas a Newton por haber destruido la magia del arcoíris. Al final, todos brindaron “a la salud de Newton y por la confusión de las matemáticas”.

Como muestra del idiot savant, recordemos esta anécdota que cuenta G. H. Hardy, el matemático inglés que trabajó en teoría de números y descubridor del genio indio Ramanujan, en su libro Apología de un matemático (1967).

Hardy recibe una visita de su amigo Steve Jones, genetista, que le cita a Samuel Taylor Coleridge, un poeta del romanticismo inglés que solía asistir a las clases de química de la Royal Institution. Cuando se le preguntó por qué se tomaba esa molestia, Coleridge, al parecer, contestó: “Para enriquecer mis provisiones de metáforas”.

Hardy observa al respecto: “Jones parecía desaprobar este empleo del conocimiento científico; él habría preferido un método más preciso. Por otra parte, ¿qué sería la ciencia sin metáforas?”.

La inutilidad que nos une

Probablemente (y esta podría parecer una visión cínica por nuestra parte) ambos mundos coincidan en la “inutilidad”. Porque, ¿para qué son útiles las artes? O, ¿para qué son útiles las matemáticas?

Recordemos el nacimiento del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, obra de Abraham Flexner. Este publicó un ensayo titulado La utilidad de los conocimientos inútiles en Harper’s Magazine en octubre de 1939. Recientemente, se ha traducido en el librito de Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil, publicado en Acantilado.

En su ensayo, Flexner defiende con ejemplos claros cómo esa ciencia declarada inútil es la más aplicada. Por ejemplo, las ecuaciones de Maxwell y su influencia en toda la industria relacionada. Pero nadie discutirá tampoco la utilidad de las artes y las humanidades.

Así que ambas culturas, y los dos idiotas, tienen mucho más en común de lo que pensaban.


Este artículo fue publicado originalmente en el blog Matemáticas y sus fronteras


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