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Cómo mejorar la salud mental de los políticos (y de paso la nuestra)

No cabe duda de que la política es una actividad estresante. Lo es tanto para los políticos como para la ciudadanía.

Los ciudadanos nos mostramos cada vez más desencantados ante la creciente polarización ideológica en nuestras sociedades. La polarización ideológica se acompaña a menudo de polarización afectiva, que podríamos describir como el disgusto emocional que nos producen aquellos que percibimos ideológicamente alejados de nosotros, a los que planteamos una enmienda a su totalidad.

Aunque hay debate, muchos autores coinciden en señalar a los políticos como causantes de esta polarización afectiva, alimentada por una competición partidista crispada en la que parece difícil encontrar espacios para el acuerdo. Son tiempos de política maniquea y peligrosa. Para muchos, la política se está convirtiendo en un asunto triste.

Los políticos y políticas también lo sufren. Aunque la investigación al respecto es escasa, existe evidencia de que los políticos muestran peor salud mental que el resto de la ciudadanía, teniendo en cuenta diversos factores. Sin duda, se trata de una profesión dura y exigente sometida a múltiples estresores, de los cuales, de nuevo, sabemos poco.

Sí parece claro que la temporalidad e incertidumbre de la profesión, la imposición de horarios maratonianos difícilmente compatibles con una vida personal satisfactoria y el sometimiento constante al escrutinio público, a menudo descarnado, deja a los políticos “sin reservas en el tanque”, como afirmó Jacinda Arden al dimitir de su cargo de primera ministra en Nueva Zelanda.

Cuidar a sus señorías

Hace unos días, la llamada Mindfulness Initiative celebró su décimo aniversario con la presentación de un informe de sus actividades. Se trata de una iniciativa lanzada por el exdiputado laborista Chris Ruane y Lord Richard Layard que, con el apoyo del Mindfulness Center de la Universidad de Oxford, ha ofrecido entrenamiento psicoeducativo basado en prácticas contemplativas secularizadas a más de 300 políticos británicos y a unos 800 miembros del personal en Westminster.

Organizados en una especie de grupo mixto de meditadores, el llamado UK All-Party Parliamentary Group on Mindfulness, los participantes en las múltiples ediciones afirman que el entrenamiento de la atención les ha permitido, entre otras cosas, mostrarse más resilientes ante el estrés, practicar una escucha más consciente y menos reactiva y humanizar al adversario político. Según los autores del informe, la iniciativa se ha replicado en otros países como Canadá, Francia, Estonia o Países Bajos.

Más allá de tímidos intentos de llevar la meditación a algún parlamento autonómico aislado, no ha habido nada similar en España. Sí es interesante mencionar que la creciente oferta de formación del nuevo talento político es cada vez más consciente de la necesidad de ampliar el espectro de habilidades de los futuros líderes.

Se busca dotarles no solo de conocimientos, sino también de herramientas con las que enfrentarse al estrés, conectarse con sus valores y aprender a cultivar la empatía. Poco a poco, salud mental y polarización política empiezan a discutirse conjuntamente en el debate público.

Atención y polarización

Aunque es un campo relativamente nuevo en ciencia política, sabemos que las emociones juegan un papel muy importante en política. El miedo, el asco o la ira influyen en nuestro comportamiento político: nos pueden llevar a radicalizarnos, a procesar la información política de una manera sesgada, a optar por soluciones muy conservadoras o a percibir a los otros como una amenaza; es decir, a polarizarnos.

Por otro lado, una abundante literatura ha demostrado que el entrenamiento de la atención a través de la meditación ayuda a regular tanto la atención como las emociones y cambia la forma en que percibimos y nos identificamos con nuestros pensamientos.

La metacognición permite observar nuestros pensamientos y opiniones como eventos mentales que van y vienen, contribuyendo a no apegarnos tanto a ellos; a menudo, la psicoeducación comprende el cultivo de la (auto)compasión, entendida como la apertura al sufrimiento propio y al de los demás.

La neurociencia nos ha descubierto que rasgos como la atención y la bondad se pueden cultivar. Queda mucho por saber acerca de cómo diferentes intervenciones destinadas a regular la atención, la emoción y la perspectiva de uno mismo pueden afectar a nuestro manejo de las emociones y, por tanto, tener consecuencias para nuestro comportamiento político y el de nuestros líderes.

La idea es, pues, simple; pero no es ingenua: no podemos despolarizarnos si no somos conscientes de que lo estamos. Meditar puede ayudar a potenciar esa consciencia, contribuyendo a relacionarnos con menos apego a esas identidades sólidas, tornándonos más ecuánimes y compasivos.

No parece posible que veamos los cambios que necesitamos en la vida política a menos que todos, especialmente los que nos lideran, reconectemos de forma auténtica con ciertos valores y con un sentido profundo de humanidad compartida.

Intervenciones basadas en atención plena en contextos políticos pueden ayudar en este objetivo, además de proporcionar herramientas a quienes nos dirigen para navegar un entorno en el que, conviene recordarlo, a menudo también son víctimas.

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