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Marine Le Pen, en un acto de campaña para las elecciones europeas en Marsella. Obatala-photography / Shutterstock

El auge de las derechas: elecciones europeas y cambio de paradigma

Desde hace varias legislaturas, las elecciones al Parlamento Europeo traen consigo el miedo a un auge de las fuerzas radicales y populistas. Elección tras elección, en un estilo de prólogo a los comicios, los europeos especulan con la posibilidad de que los radicales de uno y otro lado del espectro político puedan ser decisivos en la Eurocámara. Las próximas elecciones europeas pueden cambiar esta tendencia.

Históricamente, las elecciones al Parlamento Europeo han sido elecciones de segundo orden. En muchos países de la Unión Europea, estas elecciones se veían con la misma indiferencia con la que algunos observan las instituciones europeas. Según el profesor neerlandés Claes D. Vreese, las europeas eran “elecciones de segunda” utilizadas por la oposición nacional para contestarle el poder a los Gobiernos nacionales. No se trataba tanto de hablar sobre Europa como de utilizar las elecciones europeas para castigar al Gobierno, y las cuestiones nacionales primaban sobre las europeas en muchas ocasiones.

Esta situación cambió en 2014 con el auge de las fuerzas radicales. El temor a que los partidos más extremos pudieran condicionar la labor del Parlamento Europeo aumentó la relevancia de las elecciones europeas. Primero vino el auge de la izquierda radical, con formaciones como Podemos, Syriza o el Movimiento 5 estrellas abogando por un cambio rápido del sistema.

Cinco años más tarde, el auge de los partidos reaccionarios, como Alternativa para Alemania o la Agrupación Nacional francesa, hizo que aumentara el peso de la extrema derecha en la Eurocámara.

En ambas ocasiones, la alianza de los grupos de centro derecha y centro izquierda aisló a los partidos más extremos y los alejó de las posiciones del poder comunitario.

Unas elecciones diferentes

Esta dinámica pactista de centro cambiará, muy seguramente, a partir de junio de este año. El Parlamento Europeo que emerja de las elecciones comunitarias tendrá un marcado cariz de derechas, tanto por los sondeos como por la propia realidad nacional de los Estados miembros.

Las encuestas publicadas recientemente auguran un auge relevante para los partidos pertenecientes a los grupos de derecha y extrema derecha –Conservadores y reformistas europeos e Identidad y Democracia–.

Este aumento hará que los eurodiputados de ambos grupos pasen de 125 a 183 y que los dos grupos mencionados se sitúen como el tercero y el cuarto más importantes de la Eurocámara, según un estudio del Consejo Europeo para las Relaciones Exteriores.

Este auge prácticamente empata en número a los eurodiputados dentro de la “super gran coalición” que ha gobernado Europa en la última década –formada por centroderecha y centroizquierda– con los que están fuera. O lo que es lo mismo: el peso de la extrema derecha podría ser decisivo en el nuevo Parlamento.

Una realidad nacional que ha cambiado

A diferencia de ocasiones anteriores, estos pronósticos vienen acompañados de una situación nacional que es también favorable a los partidos conservadores y de extrema derecha. El ejemplo más reciente de la pujanza de los partidos de extrema derecha pudo verse en Portugal en marzo, donde Chega aumentó sus escaños. El apoyo mostrado por los socialistas portugueses al candidato conservador, Luís Montenegro, restó relevancia a la fuerza reaccionaria, pero no destierra el hecho de que sean la tercera fuerza en el Parlamento.

Además de en Portugal, las fuerzas de extrema derecha –en muchos casos, euroescépticas y prorrusas– ocupan las primeras posiciones hasta en once países europeos, algo que las sitúa en mejores posiciones que hace cinco años para disputar las elecciones europeas.

Esta fuerza de la extrema derecha en los territorios viene acompañada de la posición que ocupan los miembros del Partido Popular Europeo (PPE). Menos de un año después de que se les escapara el Gobierno de España, el PPE ha recuperado Luxemburgo, Polonia y Portugal, que se unen a los otros ocho países en los que los políticos del centro derecha dominan los puestos de poder.

El control de los Estados miembros resulta vital para asegurar la nominación del presidente de la Comisión, ya que controlar muchos países implica tener más posiciones en el Consejo Europeo, la institución que nomina al candidato. Los movimientos de la actual presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, ilustran muy bien la relevancia de los Estados miembros.

Von der Leyen fue nominada por sorpresa para el puesto en julio de 2019, dos meses después de que se celebraran las elecciones europeas y sin haber sido nombrada spitzenkandidat por el PPE.

En esta ocasión, el PPE sí la ha nombrado como candidata a la presidencia de la Comisión pero, al igual que en 2019, no concurrirá a las elecciones. O lo que es lo mismo: la campaña para su reelección no se decidirá el 6-9 de junio, sino en las negociaciones a nivel estatal posteriores. Prueba de ello es que ha nombrado a su mano derecha como director de una campaña que algunos tildan ya de “fantasma”. Es el poder nacional lo que importa.

El centro derecha se mueve

La presidenta conservadora de la Comisión no es la única que marca posición en los preámbulos de las elecciones europeas. Conscientes de que tendrán que llegar a acuerdos con la extrema derecha, algunos miembros del PPE ya han comenzado a fijar postura.

Conviene recordar que los políticos comunitarios han suavizado mucho su posición respecto a la extrema derecha a nivel europeo. El primer país que formó un gobierno de coalición con los reaccionarios, el de Wolfgang Schüssel en Austria en el 2000, recibió sanciones de un Consejo Europeo presidido entonces por António Guterres.

La posibilidad de que en el próximo Parlamento Europeo la coalición de democristianos, conservadores y extrema derecha pueda alzarse por primera vez con la mayoría ha hecho que algunos políticos fijen condiciones para un posible acuerdo.

El alemán Manfred Weber, presidente del PPE, hace unos días declaró que, bajo su mando, los socios del PPE debían estar a favor de Europa, de Ucrania y del Estado de derecho. Estas declaraciones, lejos de agradar a sus socios actuales, fueron muy mal recibidas por los grupos de los Socialistas, Liberales y Verdes, que acusaron a los populares de entregarse a los partidos de extrema derecha.

Ciertamente, los límites establecidos por Weber dejan fuera a algunas de las formaciones por su marcado carácter prorruso y euroescéptico.

Sin embargo, el hecho de que la reacción del centro derecha no sea de rechazo total permite ver pistas de que algo puede moverse en las instituciones europeas a partir de junio.

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