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Calle de Ibiza. Sergio TB / Shutterstock

Instituciones, empresas y ciudadanía: un triunvirato para la sostenibilidad del turismo

A raíz de la pandemia, el turismo está atravesando un periodo de transición en el que se han acelerado dos tendencias que ya estaban presentes antes de la covid-19:

  • La sostenibilidad, de la mano del cambio climático, la economía circular y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de la ONU.

  • La digitalización, de la mano de la nueva revolución tecnológica.

Centrándonos en la sostenibilidad –y sin dejar de subrayar que los ecosistemas tecnológicos son imprescindibles para la mejora del turismo– debemos ser conscientes de que hacer sostenible aquello que no fue diseñado como tal (un destino, un resort, un modo de transporte…) no es fácil, ni rápido, ni barato. Sobre todo porque, más que plegarse a sellos, etiquetas o certificaciones, se debe cambiar la relación con el entorno para ser, y no solo parecer, sostenible.

La sostenibilidad debe ser económica, medioambiental y social

Cuando un término se utiliza de forma tan recurrente su significado tiende a diluirse. De hecho, en este caso, la expresión turismo sostenible empieza a ser reemplazada por la de turismo regenerativo.

No se abordan con igual énfasis todas las dimensiones de la sostenibilidad. La sostenibilidad económica se da por sentada y la sostenibilidad medioambiental se considera de forma inmediata, mientras que la sostenibilidad social se queda en un segundo plano (véase, entre muchos otros, el caso de Ibiza y el coste de la vivienda).

Para que haya una auténtica sostenibilidad social, que a su vez impulse la económica y la medioambiental, la gobernanza turística ha de evolucionar.

Antes de la pandemia saltaron a los medios, y en la pospandemia vuelven a aparecer, noticas relacionadas con la sostenibilidad del turismo.

La turismofobia vuelve a estar presente, aunque en realidad esa actitud negativa no es contra el turismo sino contra determinados modelos de desarrollo turístico, producto de una determinada gobernanza en la que es crítico observar quiénes toman las decisiones y cómo.

Más allá de un fenómeno puntual, el problema del turismo desbordado ha sido y está siendo afrontado con medidas de diverso tipo, como las siguientes:

  • La aplicación de herramientas fiscales (por ejemplo las ecotasas).

  • La limitación de aforo en determinados espacios (o incluso su clausura temporal).

  • El empleo de la variable precio para modular la demanda.

  • El uso de herramientas tecnológicas que ayudan a reconducir los flujos turísticos, tratando de dispersar las masas hacia otros atractivos no masificados (asumiendo que los afectados lo desean).

  • La sanción de determinadas conductas.

  • La limitación de las opciones de alojamiento.

El caso de la isla de Cerdeña y sus playas es quizás menos conocido que otros, pero muy ilustrativo al respecto.

Apreciar el turismo

La actitud positiva de la población ante el desarrollo del turismo en su zona puede cambiar de signo si percibe que el impacto negativo supera los efectos positivos de la actividad turística.

Ocurre cuando el nivel de tolerancia de la comunidad local se ve sobrepasado y el turismo deja de aportar un balance positivo a la calidad de vida de la comunidad de acogida. El problema se genera, pues, cuando quienes allí residen de manera permanente empiezan a sentir que la fricción con los turistas perturba y perjudica en exceso sus vidas.

Cuando nadie les pregunta, les escucha, les tiene en cuenta y se toman decisiones que afectan severamente a sus vidas, no es de extrañar que la ciudadanía se vuelva contra el turismo, cuando, en realidad, el problema no es el turismo, sino la gestión que se hace del mismo.

Es en la involucración de esas comunidades en la toma de decisiones donde encontramos el eslabón perdido de la gobernanza turística.

Más que de gobernanza, hoy en día se suele hablar de cogobernanza. Es decir, de la colaboración público-privada: una gobernanza a dos bandas que, aun siendo necesaria, no es suficiente porque no son los únicos actores concernidos.

Una alianza con la ciudadanía, en sentido amplio, se hace imprescindible para posibilitar su bienestar y poder evitar, o revertir, la tendencia a la desafección hacia la actividad turística.

La cuestión es que el turismo es necesario como actividad económica que afecta a toda la comunidad, y esto último es algo que parece que no se está queriendo ver o abordar. El turismo no debería ser construido por los representantes políticos y empresariales sin la gente del lugar, sino con ellos: sin versus con. Esa es la gran diferencia.

Es cierto que identificar a los interlocutores de los grupos de interés del territorio y articular mecanismos de participación eficaces –no sólo con voz, sino incluso con voto en la toma de ciertas decisiones– entraña una complejidad añadida, particularmente de legitimidad. Pero es la mejor manera de apostar por la turismofilia y atajar la desconfianza y el desapego.

Se debe transitar hacia una gobernanza inclusiva e integradora, con un triple enfoque: público, privado y comunitario, cuyo estudio y aplicación son campos casi inexplorados.

Sin una adecuada gobernanza turística (un mecanismo multipolar para la toma de decisiones), el tan anunciado cambio de modelo no llegará tan lejos como sería necesario.

Más que el qué hacer, la diferencia radica en cómo hacerlo: un nuevo modelo de cogobernanza y liderazgo compartido tiene que conllevar una redistribución del poder dentro del sistema, lo que requerirá un esfuerzo extra para romper inercias y vencer resistencias.

Cogobernanza y bienestar

Para evitar la turismofobia y promover la turismofilia como camino hacia la sostenibilidad, la gobernanza del turismo ha de ser capaz de tejer una amplia alianza con la sociedad.

No se trata de gestionar un destino, sino una comunidad con residentes permanentes y turistas, entendiendo estos últimos como residentes temporales. El bienestar de ambos debe colocarse en el centro de la arquitectura de gobernanza.

Aunque suele haber miopía cortoplacista en las decisiones políticas –marcadas por los horizontes electorales–, y en las decisiones empresariales –en especial si se orientan a la especulación y al retorno inmediato–, la falta de apoyo de la población local terminará generando un efecto boomerang.

¿Conocemos el tipo de desarrollo turístico deseado (o tolerado) por las comunidades anfitrionas? ¿Las voces de la población local son escuchadas y tenidas en cuenta, buscando su bienestar, en los procesos de toma de decisiones? Las comunidades locales tienen que desempeñar un papel mucho más decisivo en las democracias consolidadas. Una sociedad volcada hacia el turismo tiene que estar educada para el turismo y comprometida con su desarrollo y cocreación.

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