La esperanza de vida al nacer ha aumentado progresivamente desde mediados del siglo XIX. Como resultado, cada dos décadas ganamos cuatro años de vida. Este incremento se da a nivel mundial, siendo más acentuado en los países avanzados.
En concreto, según los datos del Instituto Nacional de Estadística, la esperanza de vida aumentó en España diez años entre 1975 (73,4 años) y 2019, el año previo a la pandemia de covid-19 (83,5 años), tras la cual descendió ligeramente. En paralelo, los nacimientos han disminuido aceleradamente: la tasa de natalidad (número de nacimientos por cada mil habitantes en un año) era en España del 18,7 ‰ en 1975, correspondiendo a un índice de fecundidad promedio de 2,77 hijos por mujer. Pero en 2019 estas cifras descendieron a 7,62 ‰ y 1,24, respectivamente.
En caso de no tomar medidas correctoras, como prolongar la vida laboral e invertir más en medicina preventiva, estos cambios demográficos plantean un reto formidable para sostener el estado del bienestar: a comienzos de julio de 2023 el gasto en pensiones experimentó un 11,8 % de crecimiento interanual en España, mientras que la inversión en asistencia médica alcanza ya el 8 % del PIB nacional.
Más aún, es previsible que los gastos en sanidad sigan creciendo: cada año ganado supone un aumento de diez meses de vida saludable. Esto significa que se suman dos meses a la “cuarta edad”, etapa vital en la que suelen aparecer enfermedades crónicas degenerativas e incapacitantes, que requieren cuantiosas inversiones en atención sociosanitaria.
Se avecina la “gran jubilación”
La inercia de estos cambios poblacionales supone un frenazo al necesario relevo generacional, amenazando la supervivencia de nuestro mercado laboral. En los próximos 15 años se jubilarán en España más de 10 millones de trabajadores, la mitad de la población activa, sangría bautizada como la “gran jubilación”.
Sus efectos se dejan sentir en ámbitos de particular relevancia social. Por ejemplo, afectará a dos tercios de la plantilla actual de médicos de familia, de la que en el próximo lustro se jubilarán 12 000 profesionales. No parece haber recambio para ellos, pues solo se han cubierto algo más del 40 % de las plazas ofertadas en 2022.
Las jubilaciones también ponen en riesgo el futuro de las universidades españolas, públicas y privadas: antes de 2030 más de la mitad de los docentes con una plaza permanente se habrá jubilado. Esto hará necesario el reemplazo masivo de catedráticos y profesores titulares por jóvenes ayudantes doctores, seguramente bien formados pero aún sin la experiencia suficiente.
¿A qué edad se jubilan hoy en España los profesores de universidad?
En general, la edad de jubilación se sitúa en los 65 años, pero muchos docentes lo hacen voluntariamente a partir de los 60 si acumulan 30 años de servicio. Los que prosiguen su carrera pueden continuar hasta jubilarse forzosamente a los 70 años.
En otros países avanzados, como Estados Unidos, no hay tal límite, dejando la jubilación a criterio del profesor y de la institución en la que trabaja. Por ello, algunos profesores continúan en su puesto cumplidos los 80 años. En España, sin embargo, la única posibilidad de seguir ligado al entorno académico, aportando la experiencia acumulada a lo largo de una carrera dilatada, es pasar a la categoría de profesor emérito. Para ello se exigen una serie de requisitos, como acumular al menos cinco sexenios de investigación y 25 años de servicio.
Aunque la regulación actual permite que los profesores eméritos alcancen el 3 %, el número de los que se acogen a esta figura es muy bajo, un 0,67 % de la plantilla (integrada por 122 276 docentes). Esto sugiere que la mayoría de los profesores que llegan a la edad forzosa de jubilación no desean continuar. Ahora bien, hay un grupo no despreciable de grandes profesores que, pese a los achaques físicos de la edad, conservan intactas su vocación y su capacidad cognitiva, teniendo bastante que aportar a los alumnos y a sus grupos de investigación, muchas veces creados por ellos mismos.
Quizás haya otras razones para la falta de interés en proseguir como eméritos. Por ejemplo, que la opción que se les ofrece sea continuar tres años más bajo una figura equivalente a la de profesor asociado, con una carga docente mínima, sin asumir responsabilidades en la dirección de la investigación y con una retribución ridícula.
¿Obstáculo para la incorporación de jóvenes talentos?
Es posible que alguien ponga pegas a la continuidad de estos profesores. Por ejemplo, que el retraso en su jubilación supondría un freno a la llegada de los jóvenes talentos. Pero no parece el caso, dada la avalancha de jubilaciones inminentes y la falta de recambio generacional para cubrir esas plazas.
¿Se puede confiar en que los docentes e investigadores septuagenarios sigan renovando su discurso académico, como cabe esperar de los jóvenes? Es cierto que con la edad tiende a reforzarse el “sesgo de confirmación”, aumentando la resistencia a incorporar nuevas ideas y enfoques; pero si hay un entorno laboral particularmente abierto a la innovación y el contraste de ideas, éste es el universitario.
Por otra parte, como el sueldo de los docentes aumenta con la antigüedad, por su promoción académica y la acumulación de complementos salariales, ¿prolongar la edad de jubilación supondría un coste inasumible? Tampoco sería el caso, al menos en las universidades públicas, pues el profesor jubilado cobrará su pensión, normalmente la máxima, y quien lo sustituya percibirá también un salario. La suma de ambos representará una carga mayor para el Estado que la derivada de mantener al docente en activo unos años más. Por otra parte, lo que resulta inasumible es el desperdicio de recursos públicos invertidos en la formación continua de este profesorado.
Finalmente, cabría preguntarnos si estos docentes de edad avanzada están aún capacitados para desempeñar con garantías sus funciones. La respuesta a esta última pregunta, la más crucial, podría radicar en el cerebro de Einstein.
¿Es la actividad académica el elixir de la eterna juventud?
Albert Einstein murió en 1955 a los 76 años, debido a un aneurisma aórtico. Aunque su cuerpo fue incinerado, el patólogo Thomas S. Harvey extrajo el cerebro del genial físico –cuyas dimensiones eran relativamente reducidas (1 230 gramos)–, obteniendo secciones de este y fotografiándolas.
El análisis comparativo de las imágenes mostró una elevada densidad neuronal y una alta proporción de células gliales respecto a neuronas. Esto es, lo esperable de sus notables capacidades cognitivas. Igualmente, el cerebro tenía un córtex prefrontal y unos lóbulos parietales muy desarrollados, justificando sus extraordinarias dotes matemáticas y visión espacial. También observaron un gran espesor de los haces de fibras nerviosas que forman el cuerpo calloso, estructura que comunica ambos hemisferios cerebrales permitiendo la transferencia de información entre ellos.
Lo relevante aquí es que estos estudios mostraron que el cerebro de Einstein no presentaba los cambios degenerativos esperables en alguien de su edad, pareciéndose al de una persona muchísimo más joven. Posiblemente se debiera a la intensa actividad intelectual de este brillante investigador a lo largo de su dilatada vida académica.
Obviamente, no todos los profesores universitarios que alcanzan la edad forzosa de jubilación tienen la inteligencia creativa de Einstein. Pero la mayoría sí habrá usado sus recursos mentales con similar intensidad, manteniéndose “jóvenes de mente”. Por lo tanto, quizás no resulte práctico renunciar a ellos solo por cuestiones de edad en los tiempos inciertos que corren.
Los sucesivos gobiernos de España no han sido ajenos a esta problemática: el Ministerio de Educación preparó en 2011 un real decreto donde se contemplaba que los profesores universitarios que cumpliesen nueve reconocimientos entre méritos docentes (quinquenios) y de investigación (sexenios) pudiesen jubilarse a los 75 años en lugar de a los 70. El decreto se quedó en un borrador con el adelanto de las elecciones por la crisis derivada de la burbuja financiera e inmobiliaria, pero quizás ahora convendría considerar de nuevo el asunto.