Menu Close

Abrir (y privatizar) la ciencia en tiempos de la COVID-19

Como en todas las situaciones extremas, la pandemia de COVID-19 está provocando cambios rápidos y, probablemente, perdurables. Asistimos a la conformación acelerada de un nuevo ecosistema de la ciencia donde se disuelven las fronteras nacionales, se aceleran los procesos de revisión por expertos, se comparten datos, se innova en los modelos de comunicación científica y se hace accesible el enorme caudal de conocimientos producido por la comunidad científica internacional en pocas semanas.

La urgencia por hacer públicos resultados de investigación y la demanda intensiva de información ha multiplicado las prepublicaciones como medio de comunicación. MedRxiv and BioRxiv registran hoy más de 3 500 prepublicaciones sobre COVID-19, lo que obliga a preguntarnos si sabremos conciliar la presión por la inmediatez con las exigencias habituales de rigor.

En el caso de las revistas científicas, habrá que observar si la aceleración de los procesos de evaluación conllevará errores o asistiremos a retractaciones masivas en los próximos meses. La Asociación Europea de Editores Científicos ya ha hecho un llamamiento para mantener el cuidado sobre los contenidos. No sabemos todavía si van a consolidarse estos cambios drásticos en los procesos de comunicación y validación del conocimiento científico.

Tampoco sabemos si los científicos están satisfechos y si los cambios afectarán a todas las áreas por igual. No sabemos si se trata de decisiones provisionales o si vamos a hacer más profunda la sima que separa los saberes que aíslan su objeto de estudio en el laboratorio de los que exploran las muchas connotaciones sociales, culturales y económicas que condicionan el impacto del COVID-19.

Por otra parte, se ha hecho patente –-ahora más que nunca– que quienes disponen de los contenidos científicos críticos y de la capacidad de ponerlos en órbita, manejarlos y difundirlos son esas grandes corporaciones editoriales, no las instituciones científicas ni tampoco los gobiernos. Un nuevo poder fáctico que emerge en estos días con toda rotundidad.

Ciencia en manos de grandes grupos editoriales

Y es aquí donde se observa un nexo entre lo que aflora en esta época de pandemia y lo que sucedió tras la Segunda Guerra Mundial: la necesidad de una ciencia pública que entonces fue gestionada por los gobiernos y los militares pero que ahora está en manos de las grandes corporaciones editoriales.

A finales de enero de 2020, Elsevier, el gigante de la información científica y la edición académica, puso en marcha el Novel Coronavirus Information Center que ofrece ya acceso a miles de artículos en abierto sobre COVID-19. Casi 5 000 se han publicado este mismo año. La mayoría de los 25 000 artículos ofrecidos son de virología y enfermedades infecciosas.

Pero además de esta apabullante producción de artículos, también se ofrecen guías y recursos para pacientes, médicos y docentes. Y sí, en efecto, todo es accesible, aún cuando es una de las compañías que más ingresos genera por las suscripciones a sus revistas y por las tasas que cobran a los autores por publicar en abierto.

Seguro que el coronavirus no ha afectado a su capacidad para hacer negocios. Más bien lo contrario. Lo más probable es que la compañía quiera situarse en el centro de la solución y que aproveche la situación para asociar la marca a un acto de responsabilidad social. Otras acciones similares han sido emprendidas por diferentes actores de la comunicación científica, como PloS One con su colección de artículos), y el COVID-19 Resource Centre promovido por The Lancet.

Destaca también la impresionante colección de recursos compilada y gestionada por Copyright Clearance Center que da acceso a la información especializada generada por asociaciones científicas y agregadores de información.

De pronto, han aparecido plataformas que facilitan esa tarea de intercambios multidisciplinares, transdisciplinares e internacionales. Los estados tocaron arrebato, declararon estado de emergencia nacional y proclamaron la guerra contra el coronavirus, asumiendo la dirección de las operaciones en un movimiento vigoroso que puso todo el armazón jurídico en tensión.

Para ejecutarlo ha necesitado un sinfín de trabajadores que quedarían confinados: todos los vinculados al aparato sanitario, más los que garantizan los servicios mínimos de abastecimiento y movilidad, junto con los pertenecientes a los aparatos de seguridad que cuidan de la correcta aplicación del laberinto de decretos que se han producido.

La logística de la información

En esta ocasión, a diferencia de en las anteriores guerras, el ejército ha estado más vinculado a tareas de cuidados (desinfección de espacios, montaje de hospitales de campaña, traslado de cadáveres, distribución de recursos) que de la gestión logística.

La logística de la guerra contra la pandemia ha correspondido a las grandes corporaciones de la información vinculadas a la ciencia. Ha habido muchas tareas que gestionar, como adquirir mascarillas y test PCR, en las que han desempeñado un papel notable las compañías que mantenían relaciones comerciales con China.

Pero cuando hablamos de vencer al enemigo, la COVID-19, se necesita investigación y un sistema alrededor para que sus resultados estén disponibles. Bases de datos, plataformas de discusión, acceso a contenidos, herramientas de visualización. Todo eso es lo que han proporcionado los gigantes editoriales como Elsevier, que ha cedido sus recursos para sumarse a la cruzada. Los militares del proyecto Manhattan crearon una sofisticada maquinaria de gestión para coordinar lo grande con lo pequeño, un equipo gigantesco formado por numerosos grupos aislados entre sí y que ignoraban unos lo que hacían los otros para así evitar filtraciones.

Muchos son los que han reclamado un nuevo proyecto Manhattan para vencer a la COVID-19. Ahora, sin embargo, no era el secreto el bien a proteger. Al contrario, la mayor urgencia era favorecer las prácticas de lo abierto, una cultura menos cercana a las prácticas castrenses y muy conocida por los gigantes de internet y del tráfico de información, cuyo negocio consiste en crear infraestructuras que animan el libre acceso.

Un nuevo modelo de negocio

Detengámonos en la labor de Elsevier: no solo ha regalado contenidos muy costosos de adquirir en circunstancias normales, sino que ha facilitado de forma efectiva la construcción de esa comunidad científica global que existe cuando se intercambian datos interoperables, se comparten los protocolos que los produjeron, las discusiones que motivaron y los artículos publicados.

La comunidad entonces existe en la plataforma. Más aún, no es que una comunidad prexistente se materializa en un nuevo canal o herramienta, sino que lo que previamente había se convierte en otra cosa que, además de gozar nuevas funcionalidades que potencian su mirada, da nacimiento a nuevas formas de interacción, otros modos de circulación del conocimiento y distintas maneras de validar lo compartido.

Dar acceso sería el nuevo desiderátum de la ciencia por venir. Las grandes corporaciones no pueden entonces basar su negocio en algo tan amenazado como los contenidos. Tiene que transitar hacia otra propuesta de valor.

La COVID-19 habría creado las condiciones para implementar un nuevo modelo de negocio donde los contenidos podrían ser gratis, pues lo que lo que importa son las trazas que dejamos en la red o, en otros términos, el mapa de nuestras relaciones, intercambios, preferencias, redundancias y resonancias. Todo será gratis a cambio de la vida misma de los científicos.

Las interacciones de la academia con los gigantes tecnológicos y de la edición generan ataduras de las que a veces no somos muy conscientes colectivamente. Todo ello debería ser discutido de forma más tranquila cuando acaben las urgencias de la pandemia.

Want to write?

Write an article and join a growing community of more than 180,400 academics and researchers from 4,911 institutions.

Register now