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Alejandro Nieto García durante una conferencia en el Instituto Nacional de Administración Pública. Instituto Nacional de Administración Pública

Adiós a Alejandro Nieto, un jurista seguidor del método científico

A principios de octubre murió el abogado, catedrático emérito de Derecho Administrativo de la Universidad Complutense de Madrid y expresidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Alejandro Nieto y la ciencia y la democracia están de luto. Alejandro ha sido uno de los notables profesionales de la escuela del Derecho Administrativo español.

Devino, por ética de la convicción y la responsabilidad, en pilar de las relaciones entre ciencia, democracia y política durante los primeros años de la Transición española. Con ello fue un modernizador como gestor de las políticas de la ciencia.

Ha sido, sin duda, un investigador, acercándose al método científico sobre el derecho. Hasta el punto de ser crítico con su propia naturaleza respecto a la verdad objetiva –elimino a conciencia el termino “esencia”–.

Así lo desvela esa especie de biografía o libro de memorias que tituló arriesgadamente Testimonio de un jurista (1930-2017), editado conjuntamente por INAP y Global Law Press. El capítulo de Introducción, con varios epígrafes, es sobrecogedor por lo que se dice y cómo se dice –el profesor Nieto fue un brillante orador y un rotundo escritor–.

En el campo de la gestión de la ciencia fue innovador, actitud que acompañó con el reconocimiento de la importancia de la política científica, a la que estudió y comprendió.

Pudo poner en práctica tales conocimientos como asesor en el Ministerio de Universidades e Investigación en tiempos de UCD y del presidente Adolfo Suárez. La titularidad del ministerio recayó en el ala socialdemócrata, bajo el liderazgo de Luis González Seara, resultante de la escisión de la educación entre niveles. Por su parte, la educación básica y media quedó en el campo democratacristiano con el ministro Otero Novas.

Presidente del CSIC

Este papel fue decisivo para que, en plena crisis del CSIC, Alejandro Nieto aceptara ser su presidente bajo la pulsión democrática de la comunidad científica de la institución. El CSIC por entonces estaba afrontando la adopción de un nuevo reglamento, con un presidente como Carlos Sánchez del Rio, importante físico del ala demócrata cristiana poco convencido de las bondades de tal reglamento y arrastrando la enemistad histórica entre CSIC y Universidad Complutense, de la cual era claustral Sánchez del Río.

Tuve la fortuna de que Alejandro me propusiera ser vicepresidente en su equipo para encargarme de lo que se abría ante mí como una necesidad y se convertiría en pasión: la política científica del organismo en contexto comparativo nacional e internacional. Era la primera vez que en el CSIC de 1939 –postjunta de Ampliación de Estudios (JAE)– se hacía visible esta cartera como herencia de la JAE que descubrió y apostó por la política científica bajo la influencia de Ramón y Cajal. De hecho, el CSIC había perdido esta posibilidad con la creación de la Comisión Asesora de Investigación Científica y Técnica (CAICYT) en 1958.

Alejandro fue como un hermano mayor de quien aprendí mucho. Y hasta él aceptó aprender algo de mí en el ámbito de las ciencias experimentales, esencialmente las nuevas corrientes de la biología. Fueron dos años extraordinarios de intensa cooperación, altruista y muy sincera.

Cerrando un ciclo

Tras la llegada al gobierno del PSOE, y ya con el primer gobierno de Felipe González, conté con la confianza de José María Maravall como ministro de Educación y Ciencia y de Carmina Virgili como secretaria de Estado de Universidades e Investigación, para que asumiera la Dirección General de Política Científica. El cargo que llevaba aparejada la secretaria general de la CAICYT. Es decir, que curiosamente cerraba un ciclo, ya que ocupaba la consecuencia de las reformas realizadas por el equipo del ministro Luis González Seara, asesorado por Alejandro Nieto.

Como nueva fortuna, conté con la plena confianza del ministro José María Maravall para ir poniendo en marcha las reformas del ministro Seara, que ya se habían lanzado por los dos ministros posteriores de UCD, José Antonio Díaz Ambrona y Federico Mayor Zaragoza. Ambos tuvieron la generosidad de mantener a Alejandro Nieto en la presidencia del CSIC y con él a su equipo.

Aprovechando el caudal de experiencia, bajo la dirección de Maravall y Carmina Virgili decidimos emprender la elaboración y promulgación de la Ley de Fomento y Coordinación General de la Investigación Científica y Técnica (Ley de la Ciencia de 1986). Compartí su autoría con Alfredo Pérez Rubalcaba, a la sazón jefe del Gabinete de la secretaria de Estado, Carmina Virgili.

En esa tarea me hubiera gustado haber debatido y discutido con Alejandro Nieto, pero Alfredo no estuvo de acuerdo –quizás con cierta razón política porque Alejandro fue muy crítico con el Ministerio de Administraciones Públicas que dirigía el entonces brillante economista Joaquín Almunia–.

A partir de ese momento, Alejandro omitió intervenir en cualquier debate académico o público sobre la gestión de la ciencia en España, no solo por amistad, que sin duda influyó en su prudencia, sino que conociéndolo debió hacerlo por convicción de que lo que se estaba haciendo no era muy distante de lo que él hubiera pensado. Ese es el enorme agradecimiento que inspira y rodea estas líneas que dedico a la memoria de un amigo y maestro.

Para profundizar en lo que ha significado una figura importante del pensamiento crítico español, recomiendo el obituario que ha publicado su gran amigo y no menos importante profesional Julio González García.


Una primera versión de este texto ha sido publicada en la web de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC).


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