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Cecilia, sentada entre las pajas, sujeta una guitarra y mira a cámara.
Retrato de Cecilia. RTVE

Cecilia: ¿Quién escribía versos en primavera?

Escuchar a Cecilia es una invitación a mirar a aquella España suya y esta España nuestra, una invitación a descubrir qué y cómo hemos cambiado, una invitación al inconformismo, a seguir firmes en la lucha porque, como dirían sus admirados Simon and Garfunkel, “the fighter stills remains” (“el luchador todavía sigue”).

Y qué mejor manera de pelear que con su música, con sus letras que boxeaban (véase la portada de su primer disco) en el cuadrilátero de una dictadura que aplicaba una censura que cercenaba composiciones, mutilaba entonaciones y fulminaba cualquier forma de disidencia.

Portada de un disco en el que Cecilia viste camiseta blanca y vaqueros y cubre su mano derecha con un guante de boxeo.
Portada del primer álbum de Cecilia, de 1972. Cecilianet

Con todo, supo burlar los golpes. Fuera del mainstream de la canción protesta, Cecilia, como en el marido de “Un ramito de violetas”, adoptó el uso del disimulo y de la ironía para poder ubicarse, mediante la impostada adopción de la ignorancia, en el papel de la melancólica, sentimental y engañada dama. Este es, en superficie, el lugar desde el que habla, es decir, el lugar sentimental propio y apropiado de la mujer de su tiempo.

Sin embargo, y he aquí el poder subversivo de su posición, Cecilia no es quien recibe sino quien escribe los versos, los mismos que nos invitan a la distorsión, a la salida de lo evidente, a transitar entre lo que se dice y lo que se silencia. Es por ello por lo que sus canciones, tanto en contenido como en forma, posibilitaron y posibilitan la creación de relatos, contar historias colectivas e individuales para construir y restaurar lugares y sentidos.

Veamos algunos ejemplos referidos a la construcción de la subjetividad femenina.

No una muñeca

Calvino afirmaba en Seis propuestas para el próximo milenio que la levedad hace posible una mirada sobre el mundo desde una lógica distinta, desde una disposición que nos haga detenernos en lo cotidiano para transformarlo y concederle originalidad y novedad. Qué mejor ejemplo para seguir el consejo del escritor italiano que centrarnos en un objeto que remite al mundo infantil connotado de inocencia y al que se supone apartado de lo político.

Escuchemos “Mi muñeca” (1972):

Mi muñeca, la Mari Pepa, (…)

Fue la compañera que con más constancia

me hizo compañía toda la infancia. (…)

Parece que la veo sentada en una silla

Ojeando un tebeo

Leamos Flechas y Pelayos, una publicación ligada a las JONS y a la Sección Femenina cuyos propósitos se centraban en la configuración de una mujer alineada con los patrones del régimen franquista: ama de casa y madre.

Mari Pepa se convierte en un instrumento simbólico que colabora en la construcción de la identidad femenina, en una herramienta que modela y domestica a la mujer apartándola de lo público y de lo político. La muñeca es metáfora de pasividad, de un proceso que objetualiza a la mujer y la convierte en un sujeto no autónomo. Ni actúa, ni habla. Obedece y calla.

Pero no en Cecilia, donde la niña torna en una madurez que se revela en “Amor de medianoche” (1975):

Yo no quiero ser tu sombra en un rincón,

la muñeca que no tiene opinión.

Yo no soy la marioneta de cartón,

El juguete que baila en tu guiñol

Mujeres en libertad

Quizá sea “Dama, dama” uno de los grandes ejemplos de mujer que vuela en libertad. En ella, critica la hipocresía y los convencionalismos que sustentaban la doble moral sobre el adulterio. Puntual cumplidora del tercer mandamiento, aunque con algún desliz en el sexto (trasmutado por la intervención de la mano de la censura en inconexo), su Dama descentra los modos del goce sexual de la mujer dentro de la estructura matrimonial, trastoca el orden social y el corsé impuesto por la “alta cuna”, es Emma Bovary, es un “ser pensante y escribiente”.

Videoclip de la canción ‘Dama, dama’, de Cecilia.

La apuesta por una mujer liberada se complementa con las críticas al hogar y a la pareja como espacios opresivos tanto en la mencionada “Un ramito de violetas” como en “Nada de nada”.

En la primera, la casa, como el convento en “La primera comunión”, es un aparato para ejercer control mientras que, en la segunda, tras la ruptura de la relación la descripción de lo femenino se establece por la falta, la ausencia, la “mano sin dueño”; “la palabra vacía” o la “brisa sin aire”.

Otras letras que inciden en su crítica a las bondades de un matrimonio de acuerdo con las imposiciones sociales y los parámetros del ángel del hogar que llevan anexas la sumisión económica de la mujer las hallamos en “Al son del clarín”, donde desenmascara la hipocresía de los intereses lucrativos de las relaciones contractuales para ser aceptadas socialmente, o en “Equilibrista”, metáfora del periodo de transición entre madurez y adolescencia, de aquello que ella quiere ser y las expectativas familiares.

Por ello, la soltería se revela como un acto de rebelión: “Ahora os voy a cantar una canción que creo que todas las mujeres entendemos un poco porque mi madre está empeñada en casarme, no sé si algunas de vuestras madres también y entonces escribí una canción que se llama ‘Me quedaré soltera’. Me voy a quedar soltera”.

Cecilia es palabra y música guerrera y rebelde. Sus combates no son en blanco y negro. Sus luchas contra cualquier tipo de opresión, sus historias y sus preocupaciones, en muchos casos, siguen siendo las nuestras.

The fighter stills remains.

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