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¿Cómo podemos identificar que nuestro hijo está somatizando sus problemas?

Hablamos de somatización cuando se da una expresión recurrente de síntomas de malestar físico que no se pueden explicar por la existencia de una enfermedad o condición física y que se atribuyen al malestar psicológico.

Los síntomas somáticos son frecuentes en la infancia y aparecen como quejas de dolor, especialmente de cabeza, estómago o espalda y cansancio. Pueden tener un impacto importante en la vida de los menores y sus familias, ya que con frecuencia se asocian a absentismo escolar, bajo rendimiento académico, síntomas ansioso-depresivos y dificultades a nivel relacional.

Problemas difíciles de diagnosticar en atención primaria

Estos síntomas son de difícil diagnóstico en la infancia por diversas razones. Entre ellas destacan las dificultades para la exploración y la evaluación de los síntomas en edades tempranas. Además, lo empeora el hecho de que no contamos con criterios diagnósticos específicos para los niños y niñas.

El manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales y la Clasificación Internacional de Enfermedades no recogen criterios específicos para la infancia y los criterios adultos no son aplicables.

Por otro lado, los profesionales de la salud mental raramente atienden en primera instancia a un niño o niña que presenta trastornos somatoformes. Suelen ser los pediatras o médicos de familia de atención primaria los que reciben este tipo de demandas.

Estos especialistas, en algunos casos, no están preparados para abordar este tipo de cuadros. A ello se suma el poco tiempo disponible con el que cuentan para poder profundizar en los síntomas y realizar un acercamiento global a los mismos. Por tanto, los síntomas somatoformes son fuente de un importante coste social en términos de uso de recursos sanitarios.

El malestar, aunque no sea físico, es real

En este contexto, las familias se preguntan frecuentemente cómo identificar si una queja somática de su hijo o hija tiene que ver con algún tipo de malestar a nivel psicológico.

En primer lugar, es importante subrayar que, aunque el origen no sea físico, el malestar es real en la gran mayoría de los casos. De manera que los padres y madres no debemos minimizar dicho malestar por el hecho de que no tenga un correlato físico. Entendamos la queja somática como una comunicación de que algo no va bien y preguntémonos qué puede ser.

De la misma manera que ocurre con la mayor parte de los síntomas, los síntomas somatoformes no son específicos de ningún cuadro, síndrome, trastorno, etc. Debemos huir de fórmulas reduccionistas que promulguen lo contrario.

Descartado el origen físico, deberíamos pensar si en la vida del niño, niña o adolescente ha tenido lugar un acontecimiento vital relevante que haya podido suponer un fuerte impacto a nivel psicológico y afectivo.

Estos pueden ser pérdidas o duelos, el nacimiento de un hermano, una mudanza, el conflicto interparental, dificultades académicas, conflictos con los iguales o situaciones de abuso, entre otros.

¿Por qué no expresan su malestar mental?

Si el impacto emocional de estos eventos es tan fuerte que sobrepasa sus recursos internos, pueden aparecer dificultades. La preocupación y la angustia que provocan en el menor es tal que no puede ser tramitada a través del pensamiento. No puede ponerse en palabras y es posible que entonces pase al cuerpo.

Sus recursos internos aún están en desarrollo. Además, se suman las limitaciones de expresar los afectos e ideas a través de las palabras. Por eso, el cuerpo, nuevamente, se convierte en un “vehículo” de los mismos.

También debemos tener en cuenta las características individuales del menor. La somatización suele ser más frecuente en personas hiperresponsables y perfeccionistas. Para ellas el funcionamiento está regido más por la razón que por la emoción, si bien estas características no son determinantes.

Es importante también analizar factores del contexto, como el clima familiar y la forma de expresión de los afectos en las figuras de referencia. También es interesante poner la mirada en la expresión de malestares físicos en otros miembros de la familia.

Descartar problemas físicos y acercarse a la salud mental

Una vez que los síntomas aparecen, la respuesta del entorno es muy relevante. Por un lado, por la ganancia secundaria del síntoma, que se refiere al “beneficio” que puede obtenerse a través del síntoma. Esto puede constituir un fuerte elemento mantenedor.

Por ejemplo, dejar de llevar a cabo una actividad que le provoca malestar u obtener la atención y el apoyo del entorno que quizá no consiga de otra forma. Esto no quiere decir que la persona afectada esté fingiendo los síntomas para obtener ese beneficio. Pero el hecho de obtenerlo favorece que el síntoma se mantenga.

Por otro lado, si el entorno se centra excesivamente en el síntoma, hablando continuamente del mismo, contribuirá a fijar el síntoma y no posibilitará la expresión de otros malestares.

Realizar múltiples consultas y pruebas médicas innecesarias y centrar su relación con el niño o niña en los síntomas somáticos, sin ampliar la mirada hacia el malestar psicológico y afectivo subyacente, tampoco ayudará.

Es conveniente, aún cuando se explore la posibilidad de un origen físico, consultar con un profesional de la salud mental infantil si el síntoma se mantiene y afecta a la vida cotidiana del menor.

De esa manera, el niño o niña contará con un espacio de confianza en el que poder explorar otras cuestiones, y la familia obtendrá el asesoramiento necesario para ayudar a su hijo o hija en esa situación.

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