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Dos hombres, uno vestido de soldado, hablan ante un muro de piedra.
Fotograma de Todo pasa en Tel Aviv, de Sameh Zoabi. FilmAffinity

Crueldades, amarguras y (des)esperanzas: el conflicto palestino-israelí en el cine de ficción actual

Se han vertido, se vierten y se verterán ríos de tinta acerca del conflicto en Palestina e Israel, analizando sus causas, efectos y consecuencias, buscando una solución que nadie encuentra. Precisamente la actual ofensiva cruenta protagonizada por Hamás contra Israel, y el ataque a la Franja de Gaza, dos hechos que ya acumulan miles de muertos y heridos, vuelven a poner ese escenario en el disparadero.

También el cine se ha ocupado de este tema a lo largo de estas décadas desde distintos puntos de vista y sensibilidades. Resulta muy interesante que, a través de las imágenes, no pocas veces se ha buscado interceder por un final dialogado o por un entendimiento entre las partes, más que una solución concreta. No hay nada que humanice más a las personas que la gran pantalla nos haga ver que los seres humanos, a pesar de nuestras diferencias culturales o religiosas, somos iguales. Amamos, odiamos y, sobre todo, anhelamos vivir en paz.

Retrato amargo

Desde Éxodo (Otto Preminger, 1960) hasta La traición de Huda (Hany Abu-Assad, 2021) las perspectivas que ha ofrecido el cine sobre esta tierra en disputa son muy distintas. Aunque la diferencia de estilos y composición cinematográfica es variada, en lo fundamental ha primado una exhortación al diálogo y un retrato amargo de la vida en los territorios palestinos.

A destacar, entre una selección de realizaciones de ficción actuales, Caminar sobre las aguas (Eytan Fox, 2004), que aborda cómo a Israel le pesan más los prejuicios contra los palestinos que la memoria del Holocausto. El filme aboga por construir un futuro no desde el odio, sino desde el amor, a través de las figuras de un agente del Mossad que ha visto como su mujer se suicida, y un joven alemán, cuyo abuelo era nazi.

Otro enfoque sería el de Domicilio privado (Saverio Costanzo, 2004). En ella se recrea el conflicto en el microcosmos de una familia palestina que ve cómo un grupo de soldados israelíes irrumpe y ocupa parte de su casa. La situación se convierte en una dura prueba de resistencia física y moral.

Paradise now (Hany Abu-Assad, 2005) se adentra en un mundo muy delicado como es el terrorismo suicida. Lo hace a través de dos palestinos cuyas motivaciones (o falta de ellas), personalidad y dudas antes de cometer un atentado dejan en evidencia que ambos encarnan a una generación atrapada y desorientada, fácilmente manipulable por los fanáticos de turno.

Cartel de la película _Los limoneros_, de Eran Riklis.
Cartel de la película Los limoneros, de Eran Riklis. FilmAffinity

Los limoneros (Eran Riklis, 2008) ofrece la visión del conflicto desde una perspectiva femenina. Una viuda sola y desamparada ve cómo un ministro israelí y su mujer se van a vivir enfrente de su casa, junto a su campo de limoneros, que quieren cortar por temas de seguridad. Soledad, amargura e incomprensión configuran una realidad donde la viuda es víctima de la tiranía del conflicto, en la metáfora de unos limoneros que no suponen una amenaza para nadie.

Dos visiones diferentes

Ofrecer los dos puntos de vista de la situación como un modo de crear puentes para ir confrontando las diferencias insalvables que existen entre ambas comunidades es el punto de partida de otras tres películas.

La primera, El hijo del otro (Lorraine Levy, 2012), es una metáfora sobre qué ocurriría si en una maternidad se confundieran a la hora de entregar a dos bebés a sus familias. Durante años, un joven palestino viviría como israelí y un israelí como palestino, hasta tener que volver a su lugar, dejando en evidencia sus traumas, las exageraciones y los prejuicios que se han instaurado entre ellos.

En Una botella en el mar de Gaza (Thierry Binisti, 2012), una joven israelí y un joven palestino llevan a cabo un intercambio de correos electrónicos. En ellos confrontarán sus dos visiones del conflicto –los miedos y los temores que sienten–, hasta darse cuenta de que encarnan a una nueva generación que puede intentar cambiar la situación confiando en el otro.

Finalmente, Crescendo (Dror Zahavi, 2019), inspirada en una orquesta real formada por jóvenes israelíes y palestinos, pone en solfa la enorme problemática y las tensiones existentes entre ambas comunidades. La trama plantea que hay que buscar el modo de superar desde el amor o el respeto.

Un grupo de jóvenes salta y ríe en una pradera en el monte.
Fotograma de Crescendo, de Dror Zahavi. FilmAffinity

De la risa…

Tampoco han faltado las comedias. Aunque no se hayan prodigado tanto por las dificultades que arrastra el tema, son otra manera de ayudar a desdramatizar la semblanza de una realidad tan dura. En este apartado se incluye Un cerdo en Gaza (Sylvain Estibal, 2011), en la que un pobre pescador se encuentra un cerdo y sufre toda una serie de vicisitudes para intentar venderlo. Es un filme bienintencionado que, no obstante, también crítica abiertamente a Hamás.

Todo pasa en Tel Aviv (Sameh Zoabi, 2018) es una logradísima comedia en la que un joven palestino se convierte en guionista de una telenovela palestina, de gran éxito de público en Israel, gracias a su colaboración con un oficial israelí que quiere deslumbrar a su mujer.

Finalmente, Gaza Mon Amour (Mohammed Abou Nasser y Ahmad Abou Nasser, 2020) relata la historia de un pescador que, un buen día, encuentra entre sus redes una estatua griega. La película desvela la pesadumbre y esperanzas existentes en un territorio mísero y sin futuro, pero donde caben el amor y las buenas emociones.

Un hombre sujeta la cara de una mujer mientras ambos se miran.
Fotograma de la película Gaza mon amour, de Mohammed Abou Nasser y Ahmad Abou Nasser. FilmAffinity

… a las lágrimas

También, hay realizaciones que representan el lado más descorazonador y crudo del conflicto como Inch'Allah (Anaïs Barbeau-Lavalette, 2012), Omar (2013) y La traición de Huda (2021), ambas del incómodo, pero excelente, cineasta palestino-israelí Hany Abu-Assad.

Cartel de la película _Omar_, de Hany Abu-Assad.
Cartel de la película Omar, de Hany Abu-Assad. FilmAffinity

En el primero, una joven voluntaria canadiense intenta ayudar y aportar su granito de arena colaborando en un campo de refugiados en Cisjordania. El contexto es tan desdichado que ella misma acaba considerando la violencia como la única manera de cambiar las cosas. El argumento presenta un universo tan terrible que parece que la única salida es la acción terrorista. Pero el filme no es tanto una apología del terrorismo como una denuncia de la situación opresiva y desesperada que viven los palestinos.

La segunda es una historia de amor frustrada entre dos jóvenes provocada por las miserias que trae consigo la fría y cruel naturaleza del conflicto. Y la tercera es un acercamiento (y denuncia) a una mirada turbia y desgarradora sobre la situación de indefensión de las mujeres palestinas y el colaboracionismo.

En suma, es una pena que visionar estas historias no haya servido para revertir esta cruda realidad .

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