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Inmenso mural que retrata a un hombre sosteniendo un engranaje rodeado de gente representando el capitalismo a un lado y el socialismo al otro.
Mural ‘El hombre en el cruce de caminos’ de Diego Rivera. AAP86, CC BY-SA

Cuando nació la inteligencia artificial, la filosofía en español tuvo mucho que decir

La inteligencia artificial (IA) se ha convertido, y no sin razón, en uno de los principales desafíos de nuestro tiempo. Sin embargo, algo que suele pasar muy desapercibido es que el mundo hispánico estuvo implicado de una manera muy directa en su nacimiento y desarrollo. O, mejor dicho, en el surgimiento de la cibernética: la ciencia de la que, a la postre, terminaría derivando la IA.

México: el espacio para una amistad fructífera

Concretamente, México fue el país que tuvo una vinculación más directa con el origen de la cibernética. Esta ciencia nació con la publicación por parte de Norbert Wiener, en 1948, del libro Cybernetics: or control and communication in the animal and the machine, escrito en una de las múltiples estancias que el matemático norteamericano realizó en México a raíz de su cercana amistad y colaboración científica con el fisiólogo Arturo Rosenblueth.

Ambos habían coincidido en Estados Unidos y allí habían empezado a colaborar fructíferamente. Sin embargo, el desarrollo de la II Guerra Mundial obligó a Rosenblueth a abandonar el país. Afortunadamente, este hecho no truncó la colaboración entre ambos intelectuales; más bien la incentivó.

Rosenblueth gozó de una excelente acogida en México, debido a la vigencia y auge de las políticas desarrollistas en ciencia y tecnología implementadas por el presidente Lázaro Cárdenas pocos años atrás. De esta manera, el científico mexicano no solo tuvo “carta blanca” para desarrollar sus proyectos sino también el liderazgo institucional para poner en marcha centros de investigación y de enseñanza superior en los que estos pudiesen ser transmitidos a la sociedad.

En este contexto, Wiener se convertiría en un visitante asiduo de México durante el tiempo que le restaba de vida, y trabajó activamente junto con Rosenblueth tanto en materia de investigación como en divulgación social. De hecho, Rosenblueth era miembro del Colegio Nacional, la más destacada institución de discusión científica y humanística de México. En ella expuso varias conferencias discutiendo trabajos en común con Wiener.

Todo esto muestra cómo la predecesora de la inteligencia artificial y sus fundadores gozaron de una importante acogida y apoyo institucional en México.

México: el espacio para el debate

Sin embargo, al igual que a día de hoy lo hace la IA, la cibernética también generó debate muy rápidamente. Y, en buena medida, un debate bastante bipolar. En este sentido, las críticas a la cibernética no tardaron en dejarse oír en el ámbito intelectual mexicano y, de una manera muy sonada, en el de la filosofía académica, en absoluto cercana en aquel momento a las cuestiones científicas y tecnológicas.

A ese respecto, José Gaos y Eduardo Nicol fueron quienes lideraron el discurso tecnófobo desde la filosofía. Ambos desarrollaron argumentos de gran hondura que han pasado desapercibidos frente a otras críticas mucho más conocidas y divulgadas como las de Heidegger o la escuela de Frankfurt, por citar algunos ejemplos.

Retrato de un hombre joven, con gafas y calvo.
Retrato de José Gaos. Editorial Renacimiento

Gaos y Nicol fueron dos pensadores españoles que se habían exiliado en México a raíz de la Guerra Civil y la posterior victoria franquista. Sus trayectorias son muy diferentes tanto en lo biográfico como en lo académico, pero estas diferencias parecen diluirse, precisamente, en lo que al análisis de la cibernética o inteligencia artificial se refiere, como hemos estudiado.

Ambos autores coinciden en una tesis central y de gran vigencia hoy día: que la cibernética y su aplicación a los procesos humanos y sociales oculta un potencial deshumanizador que puede poner en peligro tanto el desarrollo de las facetas íntimas de las personas como la propia esfera deliberativa de la política. Ahora bien, sus líneas argumentales son diferentes aunque igual de originales.

Gaos afronta la cuestión desde un análisis crítico de la cultura contemporánea. Entiende que la cibernética es el último coletazo de una tendencia a la mecanización, a sus ojos, inherente ya a la ciencia moderna que conduciría a una sustitución del orden de lo cualitativo por el de lo cuantitativo, reduciendo irremediablemente la dimensión social humana a una dimensión técnica. Este diagnóstico es muy parecido al desarrollado posteriormente por el filósofo y sociólogo Jürgen Habermas en su libro Ciencia y técnica como ideología (1968) o, en nuestros días, por la también socióloga Shoshana Zuboff, quien alerta de la amenaza que supone la ingeniería de datos para la voluntad y libertad humanas.

Nicol, por su parte, conecta la cibernética o inteligencia artificial con la cuestión de la amenaza ecológica. Por aquel entonces se comenzaba a poner sobre la mesa el peligro de desaparición de la especie humana. Esto se vio reflejado en el informe de 1972 encargado por el Club de Roma al Instituto de Tecnología de Massachusetts sobre los límites del crecimiento.

Retrato contrapicado de un hombre mayor con gafas y calvo, que fuma en pipa.
Retrato de Eduardo Nicol. John Simon Gunggenheim Memorial Foundation

A ese respecto, Nicol desarrolla el original concepto de “razón de fuerza mayor”. Esto sería una forma de racionalidad basada y enfocada exclusivamente en la gestión eficiente de los recursos y de las poblaciones de cara a una situación de colapso civilizatorio producida por el crecimiento exponencial del número de personas y del índice de consumo. La cibernética sería, para él, la manifestación más perfecta de dicha forma de racionalidad. Esta ya no dejaría espacio para aquellos ámbitos típicamente humanos como son el de lo ético, lo sapiencial, lo político, etc., quedando el ser humano sumido en una extraña mezcla de mecanicismo y animalidad de la que difícilmente podría escapar.

De esta manera, podemos ver cómo el mundo hispánico no solo tuvo un protagonismo olvidado en el desarrollo de lo que hoy conocemos como IA. También participó de manera directa y original de esa especie de esquizofrenia que, en muchas ocasiones, nos asalta ante el potencial de la ciencia y la técnica que “tenemos entre manos”.

Entre elogios tecnófilos y críticas tecnófobas, esto nos distrae de la más acuciante realidad: la necesidad de hacerse cargo humana y políticamente de sus avances, siendo capaces de calibrar de forma concreta los indudables pros y contras de sus múltiples aplicaciones.

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