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Unos barcos cargan aparatos de defensa en medio de un jaleo de hombres y soldados.
‘El sitio de Siracusa’, de Thomas Ralph Spence. Wikiart

Cuando un matemático fue el encargado de la defensa de Siracusa

Viajar en el tiempo es el sueño de todo historiador. Qué invento más maravilloso una máquina que te permita ser testigo de grandes acontecimientos del pasado y poder conocer a sus protagonistas, como, por ejemplo, al sabio Solón de Atenas, al estadista Pericles o a Julio César cuando decidió cruzar el Rubicón.

Esa oportunidad se la han dado a Indiana Jones los guionistas de la quinta entrega de la saga de este James Bond de la arqueología. Gracias al “Dial del destino”, él y sus compañeros de aventuras viajan en el tiempo hasta el sitio de Siracusa (214 – 212 a. e. c.), contemplando en primera línea cómo los siracusanos batallaron contra los romanos gracias a los inventos de Arquímedes.

Como en todas las historias, hay una parte de ficción y una parte de realidad. El famoso Dial en torno al que gira la trama existió realmente, es el “Mecanismo de Anticitera”, un artilugio griego de 200 a. e. c. que fue hallado por unos buceadores en 1901 en las costas de esta isla del Egeo.

Por supuesto, el estado en el que se encontró tras tantos años bajo el mar hace muy difícil averiguar su uso, pero hoy en día se cree que servía para predecir las posiciones de los planetas y los eclipses, no para viajar en el tiempo.

Roma en Sicilia: el sitio de Siracusa

Pero hablemos de la otra parte de esta historia, la batalla naval ante las murallas de la ciudad siciliana de Siracusa.

Roma había sido la gran triunfadora de la primera guerra púnica (254–241 a. e. c.), apropiándose de las posesiones cartaginesas en el Mediterráneo central, entre las que Sicilia era la más importante. La isla se convirtió en una provincia romana, excepto su parte suroriental, que estaba bajo control del tirano Hierón de Siracusa, un aliado de Roma.

La estabilidad política que reinó en estos años concluyó cuando, a la muerte del viejo tirano, a finales de 216 o comienzos de 215, subió al trono su nieto Hierónimo. Este joven de quince años basculó hacia el sector procartaginés de Siracusa. En su reinado de apenas trece meses, negoció con Aníbal, y después con Cartago, para que una fuerza combinada de siracusanos y cartagineses expulsasen a los romanos de la isla y fuese él quien gobernase toda Sicilia.

El conflicto de intereses entre los que apoyaban a Roma, los que se inclinaban por Cartago y los que aprovechaban esta crisis para hacerse con el trono concluyó con el asesinato de Hierónimo y de toda la familia real. Cartago solucionó el vacío de poder sentando a dos nuevos tiranos en el trono: Hipócrates y Epicides, hijos de un siracusano que se había establecido en sus territorios. La nueva situación política hacía inevitable la guerra y el Senado romano puso al frente de tal empresa al cónsul Marco Claudio Marcelo.

¡Eureka, Eureka (εὕρηκα, εὕρηκα)!

A comienzos de la primavera de 213 a. e. c. se iniciaron los ataques a gran escala contra Siracusa, por tierra y por mar. Roma sufrió un estrepitoso fracaso, gracias a las excelentes murallas de la ciudad y a que los siracusanos contaban con las avanzadas máquinas contra asedios diseñadas por Arquímedes.

Si bien no hay constancia alguna de que el “Mecanismo de Anticitera” fuese una creación del inventor, sí que es cierto que Hierón le había puesto al frente de las tareas de ingeniería que fueron de mucha utilidad para resistir el asedio del ejército romano.

Dibujo de una mano gigante que agarra a un barco por la proa y lo hunde.
Detalle de una pintura mural de la Garra de Arquímedes hundiendo un barco. Uffici Gallery

Diseñó máquinas que lanzaban piedras enormes a una gran distancia y que hundían las naves romanas. Otras disparaban proyectiles más pequeños a una distancia menor, y estaban destinados a los soldados que se acercaban a las murallas. También se le considera el creador de unas manos de hierro que, gracias a un contrapeso de plomo, agarraban las naves romanas suspendiéndolas con la proa en el aire para después dejarlas caer de golpe, ocasionando daños irreparables a las embarcaciones.

Es controvertido el mecanismo de los “espejos incendiarios”, que le atribuye uno de los arquitectos de Santa Sofía, Antemio de Tales.

Según este arquitecto, Arquímedes consiguió hacer que las naves romanas ardiesen ayudándose de veinticuatro espejos que desviaban los rayos del sol hacia ellas. Es sospechoso que ni Polibio (Historias 8.3-7), ni Tito Livio (Desde la fundación de Roma, 24.34), ni tan siquiera Plutarco (Vida de Marcelo, 15), las principales fuentes para reconstruir la vida de este matemático e inventor griego, aludan a este “rayo de la muerte”.

Se ha comprobado que sí es posible incendiar un barco mediante el empleo de espejos, aunque claro, el barco no debe estar en movimiento.

Ilustración de cómo Arquímedes de Siracusa utilizó la luz solar para quemar barcos enemigos .
Ilustración de cómo Arquímedes de Siracusa utilizó la luz solar para quemar barcos enemigos en Ars Magna Lucis et Umbrae de Athanasius Kircher, 1 de enero de 1646. Wikimedia Commons

En cualquier caso, los artilugios de Arquímedes en el asedio de Siracusa fueron tan efectivos que cuando las tropas romanas en el ataque por tierra veían un cable o un madero que sobresalía por encima de la muralla (Plutarco, Vida de Marcelo, 17.4) gritaban que Arquímedes había puesto en marcha otro ingenio de los suyos y salían huyendo.

La victoria de Claudio Marcelo y la muerte de Arquímedes

A pesar de tanto artilugio, a comienzos del año 212 a. e. c. Claudio Marcelo consiguió entrar en Siracusa.

¿Y qué pasó entonces con Arquímedes? El inventor, indiferente a lo que estaba ocurriendo a su alrededor, estudiaba un diagrama matemático que había dibujado en la arena cuando un soldado se le acercó. Parece ser que al genio no le hizo ninguna gracia la interrupción del soldado y le dijo “no molestes a mis círculos”. Tras esto el soldado lo mató.

Ilustración en la que un hombre empuñando una espada y vestido de soldado se acerca a otro arrodillado en el suelo.
Ilustración que representa la muerte de Arquímedes, hecha por Giammaria Mazzucchelli en el siglo XVIII. Wikimedia Commons

A Claudio Marcelo le disgustó lo ocurrido, porque quería haber conocido al hombre que hizo de Siracusa una ciudad inexpugnable. Su admiración por Arquímedes le llevó a avisar a sus parientes para que le diesen una sepultura digna de un hombre tan notable.

Años después, en el 74 a. e. c., Cicerón fue destinado a Sicilia como magistrado de la ciudad de Lilibea (actual Marsala, Sicilia). Cerca de la puerta de Acradina (en Siracusa), entre matorrales y zarzas, descubrió una columna sepulcral. Y aunque su existencia era desconocida por los siracusanos, al ver representados en ella un cilindro con una esfera inscrita en él, dedujo que ese lugar bien podría indicar la tumba de Arquímedes (Cicerón, Tusculanas, 5.64-66).

Efectivamente, el propio matemático quiso que en su sepultura figurase la relación que había descubierto entre los volúmenes de ambas superficies. Había conseguido demostrar que el volumen de la esfera era igual a dos tercios del volumen del cilindro circunscrito a ella. Utilizó para ello el “método de exhaución”, un procedimiento geométrico que consiste en inscribir polígonos regulares en una circunferencia de manera que cuantos más lados tengan dicho polígonos, más se aproximan al perímetro o área de las figuras curvas.

Por estos y tantos otros descubrimientos, aunque Arquímedes no haya conseguido viajar en el tiempo, nunca ha pasado de moda.

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