Las dos preguntas más frecuentes que en este séptimo centenario nos están haciendo a quienes estudiamos a Dante son por qué se lee a Dante y por qué leer a Dante.
Las dos parten de la idea, sin duda correcta, de que la lectura de su obra, y especialmente de la Divina Comedia, es algo complejo que requiere un esfuerzo aparentemente contrario al superficial hedonismo que hoy en día debe tener, como parte del ocio y del consumo, la cultura.
Por eso asombra que una obra tan alejada de nuestra concepción del mundo, tan localista, tan intrincada filosóficamente y tan lingüísticamente difícil siga despertando una fascinación universal y teniendo millones de lectores urbi et orbe.
La Divina Comedia es cultura popular
A la primera pregunta respondería diciendo que la Divina comedia (y también, en menor medida, La vida nueva) es, en un primer nivel de construcción y de lectura, literatura popular.
Es decir, comparte elementos básicos con narraciones literarias, cinematográficas y de otros géneros (cómics, videojuegos, etc.) de la actual cultura popular, en las cuales, no por casualidad, está siendo abundantemente versionada en este siglo XXI: una potente creación de imágenes significativas (paisajes, gestos, escenas etc.); personajes de apabullante personalidad; conflictos psicológicos, éticos e ideológicos a la vez sencillos y complejos; momentos de intensa tensión narrativa; recursos de suspense, de perspectivismo, de reticencia…; esquemas narrativos arquetípicos (el viaje iniciático, la aventura, anábasis y catábasis, el retorno al paraíso, la función del maestro, etc.).
Nótese que los elementos que señalo son, ante todo, elementos narrativos y no líricos. Además, a todo ello, que influye sobre todo en quienes leen en traducción, hay que añadir una modulación sonora y rítmica variadísima e impresionante, y, sobre todo, un despliegue metafórico que a veces parece infinito.
Todas estas características hacen que quien lee y recrea la obra tenga un apoyo textual sólido para “colgar” en ella sus propias preocupaciones y obsesiones, de modo que tal implicación produzca un disfrute complejo, problemático, contradictorio y, por ello, más intenso.
¿Por qué leer a Dante?
La Divina comedia es un libro didáctico práctico, planteado, en un segundo nivel de construcción y de lectura, como un hondo ejercicio de conocimiento que obliga a quien lee a implicar, fusionadas, todas sus capacidades, desde las más sensitivas hasta las más intelectuales, con especial papel para la imaginación, porque en el periodo tardomedieval se la considera la parte del cuerpo que lo vincula a la mente y lo hace así capaz de pensar con conceptos abstractos.
Dante tiene la clara voluntad de producir efectos hoy diríamos sociales o psicosociales en el mundo, para mejorar a los individuos concretos y a la colectividad. Para eso crea un libro que nos plantea un viaje de estudios e iniciático como el del protagonista, un viaje de la lectura que nos irá no solo enseñando sino también transformando, liberándolo primero (llevándolo a la salud, rectitud y libertad de su albedrío) e impulsándolo en el Paraíso más allá de los límites de lo propiamente humano (a lo heroico, lo abnegado, lo sacrificial… lo que apunta a un bien que va más allá del bien relativo personal).
Este viaje posible se fundamenta, por tanto, en un principio radicalmente ajeno a nuestra concepción del mundo actual, lo que aporta otra excelente razón para leerlo: hay una Verdad y un Bien absolutos, que van más allá del bien y la verdad relativos e inmediatos del individuo (el beneficio), con los cuales el ser humano perdió en tiempo inmemorial el contacto intuitivo directo que tenía pero de los cuales aún conserva en lo hondo de su psique un residuo natural y vivo que, gracias a ejemplos radicalmente heroicos como el de Cristo, puede recuperar, regenerar y convertirlo en guía de vida y comportamiento. A esa capacidad, Dante la llama amor.
Ello implica algo también muy ajeno a nuestras concepciones: que el cosmos, la naturaleza y las comunidades humanas constituyen un orden universal que tiene una lógica, un sentido, una coherencia, pues refleja, de manera más o menos directa, esa Verdad y ese Bien que lo constituyen. Como se ve, es una visión enormemente optimista, lo cual, teniendo en cuenta la dificilísima vida que tuvo Dante, resulta aún más admirable.
Ese viaje del protagonista y del lector o lectora a través del orden universal –de la oscuridad a la luz, de la neurosis a la inspiración, del mal al bien, de la potencia al acto– supone, por tanto y ante todo, una enorme confianza en el ser humano, en su capacidad para amar, para reconectarse con el orden universal, con la Verdad y el Bien, sanándose, liberándose e incluso deificándose.
Creo que este es el mayor mensaje que Dante quiere transmitir con la Divina Comedia –con los contenidos de la obra pero también con el propio acto de su escritura y lectura–: a pesar de todo lo que vemos y experimentamos, a pesar de nuestra tendencia a dejarnos arrastrar por deseos parciales, confusos, dañinos, a pesar de que nuestro deseo natural de Verdad y Bien se deja arrastrar por bienes y verdades parciales y engañosos, de modo que el amor degenera fácilmente en codicia material, en destructivas relaciones con la naturaleza, en manipulaciones y traiciones a nuestros prójimos, etc., a pesar de todo ello, el ser humano es por su propia naturaleza capaz de superar este estado y alcanzar la perfección de su naturaleza sensitivo-intelectual y por tanto la felicidad personal y política.
Dante dice explícitamente que su misión heroica, obsesiva, es la de sembrar esperanza en el mundo, y la esperanza en Dante –en el cristianismo– consiste en esperar con plena confianza –movido por un amor interior incomprensible–, lo que parece absolutamente imposible: la sanación, enderezamiento, liberación y deificación utópicas del ser humano.
Y creo que en estos tiempos desesperanzados, con el racismo, el odio, el autoritarismo y el fanatismo desbordando todo límite racional, con la crisis climática y medioambiental producida por el ser humano amenazando la civilización e incluso la especie, la semilla de esperanza que Dante siembra y cultiva con su obra es más necesaria que nunca.