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Datos geolocalizados, la moneda de la geotecnología

Vivimos en una época en la que la geografía no puede ser analizada sin la tecnología como herramienta de trabajo, de ahí nace la geotecnología, que se convierte así en una herramienta de la geografía dentro de la industria geoespacial, siendo los datos la moneda de cambio de este nuevo escenario.

En esta nueva geografía aparece un nuevo espacio de relación, el entorno digital, al que denominamos cibergeografía. No se trata de una nueva disciplina, sino de una evolución en lo que, quizás, sea el cambio más importante desde que Alexander Von Humboldt iniciara lo que se considera la geografía moderna.

Industria geoespacial

La industria espacial mueve anualmente millones de dólares en el mundo, con un valor de consumo de 500 000 millones de dólares (unos 442 702 millones de euros) y un impacto estimado de 720 000 millones de dólares (cerca de 637 620 millones de euros) para el 2020.

El sector engloba todos aquellos elementos que tienen que ver con la tecnología y con la variable espacial, como el posicionamiento y los sistemas de navegación por satélite, el análisis espacial y los Sistemas de Información Geográfica (SIG o GIS, por sus siglas en inglés) o la observación de la Tierra.

Paralelamente, vivimos en un mundo dominado por los datos. Tim Berners Lee dijo que eran la materia prima del siglo XXI. Recientemente, Amuda Goeli, primer ejecutivo de Destinia, indicaba que “la riqueza de un país (…) va a comenzar a medirse por la cantidad de datos que almacene”. Las grandes corporaciones los usan como moneda y los gobiernos como un recurso básico.

Se habla de grandes cantidades de datos (big data), de datos inteligentes (smart data), de datos abiertos (open data) y de datos cualitativos (thick data). Incluso Sharon Doyle, jefa global de productos de Travelport, indica que hemos pasado de la digitalización a la datificación, un término empleado “para describir que cada aspecto de nuestra vida digital se convierte en valiosos datos informatizados que pueden recopilarse y utilizarse”.

Los datos valen más cuanto más cualificados estén, es decir, cuantas más variables ofrezcan para definir a los individuos que los generan.

Pero hay tres datos indispensables: un contacto o lead (disponer de un medio para contactar con las personas, sea un correo, un teléfono o similar), una fecha (cuándo se mueve quien genera el dato o realiza acciones, diaria, mensual y anualmente) y una localización (dónde lo hace, bien a través de una dirección, un código postal o una coordenada geográfica). Se identifica el perfil de un individuo en una coordenada del espacio y en un momento concreto.

Diferentes enfoques de mapas y cartografías, geolocalización de información y seguimiento del individuo. Rafa Höhr/Telos

Autores como Del Río afirman que el dato es un recurso económico y hablan de factorías de datos que los crean y manipulan hasta lograr obtener información, incrementando su valor con el uso. El dato se convierte así en un producto, que se gestiona de forma industrial o se transforma en servicio en el momento en el que se le da un valor añadido. No se trata de disponer del dato, de la información en bruto que genera, sino del conocimiento asociado a ese dato.

En este sentido, se da una paradoja: el dato puede ser gestionado por una máquina a través de algoritmos, pero la interpretación de ese dato en su contexto, combinando variables cuantitativas y cualitativas, sigue siendo algo eminentemente humano. Al fin y al cabo, el conocimiento y el raciocinio es una construcción humana.

Autores como Marc Vidal afirman que “necesitaremos más filósofos y poetas para explicar a las máquinas quiénes somos”. Para Andy Stalman, “el componente emocional está creciendo proporcionalmente al aumento de la tecnología en nuestra vida”. Ambos confirman esta variable humanista con ambas afirmaciones. En la era de la geotecnología, la clave está en las personas y las personas son el equilibrio entre el conocimiento y las emociones.

De lo local a lo contextual

Hoy en día no se entiende la tecnología sin la información y la comunicación. La geotecnología se basa en las Tecnologías de la Información Geográfica (TIG), ya que el espacio es un elemento indispensable para su análisis, pero también en las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC). Las primeras nos hablan de información geográfica; las segundas, de cómo se comunica dicha información y ambas son inseparables.

Vivimos en un mundo social, local y móvil: nos movemos por el territorio compartiendo información sobre lugares concretos. La geolocalización es situar una persona, objeto o cosa en el espacio. Cuando nos localizamos —o localizan— con el móvil e interactuamos, estamos generando una comunicación entre el mundo físico y el mundo online, de modo que la geolocalización se convierte en una herramienta de comunicación.

Pero hoy en día este hecho está transformándose, de manera que la “l” de localización está cambiando a la “c” de contexto. No es tanto dónde se encuentre una persona u objeto sino el contexto geográfico que lo rodea y que le da sentido. No estamos aislados en el espacio, sino que somos causa y consecuencia del ámbito espacial que nos rodea.

Equilibrio

A partir de aquí surgen análisis vinculados con la información geolocalizada que se está transmitiendo en tiempo real. Uno es la Teoría del Mosaico, que analiza la geolocalización vinculada con la privacidad, no por saber dónde se encuentra un individuo, sino por ser capaces de conocer la trazabilidad de sus movimientos y, por tanto, de sus comportamientos y hábitos de consumo.

Dar a conocer nuestros movimientos permite que se personalicen las experiencias que recibimos, se supone que más adecuadas a lo que queremos. Se trata de una estrategia de marketing que busca la microsegmentación hasta llegar a una escala individual y se vale de algoritmos que clasifican a las personas y automatizan los procesos de información y comunicación.

En un mundo “infoxicado” o intoxicado de información, recibir la información estrictamente necesaria que se ajusta a nuestros intereses nos aporta un valor añadido.

Pero este hecho, desde el punto de vista individual y humano, nos lleva a hablar de privacidad. Es la cara B de las geotecnologías, no solo desde el punto de vista personal, sino también desde el punto de vista público y comercial: nuestros datos son objetos de consumo y nosotros una mera herramienta generadora de dichos datos. Cada vez más noticias hablan de la privacidad vinculada a la geolocalización y dan a conocer los problemas que supone, no solo desde el punto de vista físico, sino desde un punto de vista ético.

La legislación europea y, por ende, la española, están trabajando para dotar de herramientas a los individuos que los amparen a la hora de proteger su privacidad (véase el Reglamento General de Protección de Datos, que exige decir para qué se va a usar un dato geolocalizado y hace que el usuario dé un consentimiento expreso para dicho uso).

Pero no se trata de quién y cómo use nuestros datos geolocalizados, sino de la responsabilidad que tenemos como individuos de dar esa información de forma consciente o inconsciente, por ejemplo, en las redes sociales. Para ello es esencial la información y la formación, lo que supone un esfuerzo como individuos, pero también nos aporta la libertad para decidir qué datos damos, cómo, cuándo y a quién.

Inteligencia artificial

Una de las últimas tendencias es la inteligencia artificial, un término con unas consecuencias que aún no podemos conocer. No hay una implantación ni una perspectiva sobre la misma, pero corre el peligro de ser trivializada y mercantilizada, lo que le podría restar el impacto esperado.

La inteligencia artificial es la máquina que puede gobernar el mundo, un Matrix en el que los datos son su energía para funcionar. Actualmente se plantean los problemas éticos de las máquinas y se recurre a la ciencia ficción de Isaac Asimov y sus tres leyes de la robótica para plantear supuestos, tanto en lo referente a considerar a los robots como trabajadores, como al desarrollo de los coches autónomos.

Vamos a convivir en una sociedad híbrida, donde personas y robots convivimos y hemos de ser capaces de definir los límites de dicha convivencia en un nuevo acuerdo social.

Las dos caras

Tal y como afirma el título de este artículo, los datos geolocalizados son la moneda de la geotecnología, con sus dos caras: una que nos puede hacer evolucionar y la otra involucionar. Asistimos al desarrollo de un sistema de producción y comercialización de estos datos, generados por cada uno de nosotros en esa fábrica global, encadenados a nuestros dispositivos móviles y conectados en la aldea global.

Es esencial definir si la geotecnología sigue siendo una herramienta o un fin en sí misma. De nosotros depende que un dato sea la moneda de cambio de un algoritmo, objeto de producción y consumo, o un elemento de transformación social que derive en la mejora de las condiciones de vida en el planeta Tierra.


La versión original de este artículo fue publicada en la Revista Telos, de Fundación Telefónica.


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