Rony Cohen no recuerda en qué momento concreto fue consciente por primera vez del número que su abuela tenía tatuado en el brazo. Simplemente, siempre estuvo ahí.
Cohen asegura que, aunque nació bastante después del Holocausto, en cierto modo sintió como si ella misma lo hubiera vivido. Aparecía en sus sueños. Impregnaba la vida familiar, al igual que la prohibición autoimpuesta de hablar del pasado y de la ausencia de parientes, o la huella del hambre. En su familia, la comida jamás se desperdiciaba: su abuelo se acababa hasta la última miga de cada plato.
El impacto que el Holocausto ha tenido a través de las generaciones es profundo. Cohen forma parte de un pequeño pero creciente número de hijos y nietos de supervivientes del Holocausto que han reproducido el tatuaje del campo de exterminio de Auschwitz en su propio cuerpo.
Auschwitz, en la Polonia ocupada por los nazis, era el único campo en el que a los reclusos no seleccionados para la muerte inmediata se les tatuaba un número en la piel. Dado que ese número sustituía al nombre de la persona, deshumanizándola en cierto modo, se ha convertido en el símbolo visual de los crímenes de los nazis.
Para Cohen, tatuarse ese número implica grabar en su piel la historia de su abuela y su propia identidad como descendiente de supervivientes del Holocausto. Dice:
“El número es mi abuela. Es mi pasado, mis raíces, mi historia. Es lo que soy.”
Un gesto potente
Mi investigación ahonda en las historias de aquellos descendientes que, como Cohen, han decidido replicar el tatuaje de un padre o un abuelo en su propio cuerpo. De las 16 personas con las que he hablado, 13 son de Israel y tres de Estados Unidos.
A medida que disminuye el número de supervivientes de los campos de concentración nazis y el Holocausto desaparece de la memoria viva, replicar un tatuaje de Auschwitz se convierte en un gesto cada vez más potente de conmemoración encarnada y, sobre todo, de vínculos familiares y amor.
Las personas con las que he hablado han relatado complejos y variados procesos de toma de decisiones detrás de este potente gesto. Algunos esperaron a que muriera el padre o el abuelo superviviente. Los hubo que se tatuaron sin pedir permiso. Otros hablaron de ello con su familiar, de antemano.
Tatuajes en Auschwitz
Los tatuajes de números de serie con símbolos, formas o letras se introdujeron por primera vez para los prisioneros del complejo del campo de concentración de Auschwitz en octubre de 1941, donde se tatuó a más de 400 000 personas. Las excepciones eran alemanes étnicos, austriacos, prisioneros de la policía y prisioneros polacos deportados de Varsovia durante el levantamiento de 1944, además de prisioneros judíos retenidos durante un breve periodo de tiempo a la espera de ser trasladados a otros campos.
Antes de los tatuajes, los números de identificación se cosían a los uniformes de los internos. Los prisioneros de guerra soviéticos fueron el primer grupo en tatuarse después de que empezara a morir un gran número de ellos y los demás prisioneros se quedaran con la ropa de los fallecidos, lo que hacía imposible llevar un registro exacto.
Al principio, los tatuajes se colocaban en el lado izquierdo del pecho de cada prisionero. Quienes los hacían utilizaban un sello metálico con placas intercambiables provistas de agujas que formaban números y luego frotaban tinta azul en los orificios sangrantes. Esta técnica permitía a guardias y prisioneros tatuar el número en el cuerpo de un preso en un solo movimiento.
En la primavera de 1942, todos los prisioneros judíos seleccionados para realizar trabajos forzados en lugar de la muerte inmediata eran tatuados. En lugar de la placa metálica, los tatuadores empezaron a utilizar una sola aguja para perforar a mano el número en la piel del prisionero y luego frotaban la tinta.
Los números se tatuaban en el antebrazo izquierdo de los presos. A veces también se utilizaban formas y letras para diferenciar grupos de prisioneros. Algunos judíos llevaban tatuado un triángulo bajo su número. A los romaníes y sinti se les añadía la letra Z a su número, la primera letra de la palabra alemana (peyorativa) Zigeuner, utilizada en aquella época para referirse a estas comunidades.
Con la llegada cada vez más numerosa de judíos húngaros, en mayo de 1944 se introdujeron nuevas secuencias de dígitos. Comenzaban con el número 1 precedido por la letra A; después, cuando se necesitaban más, de la B.
Lo que parece indiscutible es que esta práctica era deshumanizadora. Como dice el escritor italiano y superviviente del Holocausto, Primo Levi, en su libro de 1986, Los ahogados y los salvados:
Su significado simbólico estaba claro para todos: ésta es una marca indeleble, nunca saldrás de aquí; éste es el sello con el que se marca a los esclavos y se envía al ganado al matadero, y eso es en lo que te has convertido. Ya no tenéis nombre: éste es vuestro nuevo nombre.
Experimentos con gemelos
El número de Auschwitz ha marcado a aquellos que sobrevivieron haciéndolos siempre reconocibles para los demás. Es este reconocimiento lo que le importó tanto a Rony Cohen al hacerse su propio tatuaje:
Estaba orgullosa de llevarme a mi abuela conmigo. Llevarme su infancia, que echara de menos a sus padres… esos momentos están en este número. Cuando alguien lo ve, sabe que esto es Auschwitz. Quiero que se note y se entienda. Que nadie dude de lo que es.
La abuela y el tío abuelo de Cohen pertenecían a la cohorte de hermanos que se ha dado en llamar “gemelos Mengele”. El nombre se refiere al médico nazi Josef Mengele, quien se interesó por la genética racial. Primero experimentó con gemelos romaníes en lo que se conocía como el “campo gitano” de Auschwitz-Birkenau. Después le tocó el turno con prisioneros judíos que escogió del campo-ghetto de Theresienstadt, en Terezín, en el Protectorado de Bohemia y Moravia.
A partir de mayo de 1944, los sujetos para los experimentos de Mengele también fueron escogidos de las rampas de descarga de Auschwitz. Cohen recordó la historia que le había contado su abuela, sobre cómo llegó a Auschwitz con su hermano gemelo, de ocho años, y su madre y sus tías y todos los demás niños de la familia:
Vieron el humo del crematorio. La familia iba caminando y alguien decía: “Gemelos, gemelos, gemelos, ¿dónde están los gemelos?”.
En lugar de esconderlos, su madre dijo a sus tías: “Vamos a darles los gemelos”. Sus tías pensaron que estaba loca por sugerir eso, pero su madre pensó que estaba salvando a sus hijos. “Ahora voy a salvaros la vida”, les dijo a sus hijos. “Dadle un abrazo a mamá y os vais ya”. Este fue el último momento que la abuela de Cohen pudo recordar con su madre.
Tras pasar la selección y ser tatuados a la fuerza, los gemelos recibían a veces alimentos adicionales que les ayudaban a mantenerse con vida. Relatos de primera mano describen cómo Mengele daba chocolate a sus víctimas antes de llevar a cabo los experimentos más horribles. Cosía las venas de los gemelos, inyectaba sustancias químicas en testículos y espinas dorsales e introducía grandes agujas en los cráneos.
Cómo ha cambiado la conmemoración del Holocausto
El tatuaje del número de Auschwitz no siempre fue venerado. Tras la Segunda Guerra Mundial, los supervivientes fueron a menudo estigmatizados. Las conmemoraciones públicas celebraban la resistencia y los levantamientos. Las víctimas y los supervivientes, por el contrario, eran retratados como débiles.
Esa estigmatización temprana seguiría a algunos supervivientes durante toda su vida, incluso cuando la percepción pública empezó a cambiar. A algunos, como al tío abuelo de Cohen, les quitaron el número. Otros lo cubrieron con mangas largas.
Desde principios de la década de 1960, como muestra la historiadora francesa Annette Wieviorka en La era del testigo (2006), las actitudes empezaron a cambiar, en parte debido a los testimonios escuchados durante el juicio de Adolf Eichmann en 1961-62. La autora Hannah Arendt informó desde el tribunal de distrito de Jerusalén para la revista New Yorker, dando así a las voces de los supervivientes una plataforma mundial. El trauma que surgió del juicio de Eichmann replanteó la supervivencia como algo heroico.
En 1967, Israel respondió a las amenazas de Egipto y otros países vecinos con una ofensiva que le permitió expandirse y ocupar la península del Sinaí, la franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este y los Altos del Golán. Más allá, el conflicto –conocido como la Guerra de los seis días– creó una afinidad entre las comunidades judías de Estados Unidos e Israel. Muchos judíos estadounidenses empezaron a abrazar sus raíces europeas y a apoyar el sionismo.
El libro de Wieviorka destaca la tercera (y actual) fase de la conmemoración del Holocausto, lo que ella denomina la “era de los testigos”, que surgió en la década de 1970. La gente empezó a recopilar testimonios de supervivientes, fotografías y documentación. A través de visitas a Polonia, a los campos y a los guetos, las familias empezaron a contar sus historias.
Para algunos, la visita a Polonia desencadenó la idea de reproducir el número de Auschwitz en su propio cuerpo. En el verano de 2022, hablé con Zeev Forkosh. Ahora, a sus 38 años, tiene varios tatuajes, pero la idea del primero surgió después de ir a Auschwitz.
Cuando el Holocausto desaparece de la memoria viva
Museos y monumentos conmemorativos de todo el mundo se dedican a contar la historia del Holocausto. Desde 2006, el 27 de enero de cada año se celebra el Día Internacional de Conmemoración del Holocausto.
Pero a pesar de la proliferación de arte y cultura relacionados con el Holocausto, a pesar de los libros que exponen los hechos, las investigaciones muestran que muchas personas ignoran lo que ocurrió. En 2021, la encuesta Global Holocaust Awareness descubrió grandes lagunas en los conocimientos de la gente.
En el Reino Unido, el 52 % de los encuestados no podía especificar que seis millones de judíos habían sido asesinados, cifra que ascendía al 56 % en Austria y al 57 % en Francia. De los adultos encuestados en EE.UU. y Canadá, el 45 % y el 49 %, respectivamente, fueron incapaces de nombrar un campo de concentración o un gueto. Entre los mileniales estadounidenses, solo el 49 % podía nombrar un campo de concentración o un gueto. El Holocausto está desapareciendo de la memoria viva.
Para aquellos cuya historia familiar está ligada al Holocausto, su conmemoración es a la vez pública y privada. El tatuaje que reproduce el número de Auschwitz es una forma de práctica conmemorativa que habla, visceralmente, de su propia historia familiar, pero también del imperativo de no olvidar nunca.
Los tatuajes conmemorativos son una forma de expresar la historia de una vida. Son una cicatriz externa que encarna una interna.
Al hacer estas entrevistas, he descubierto que reproducir el tatuaje de Auschwitz es una expresión del amor que se siente hacia el familiar superviviente, y una forma de mantener vivo el recuerdo del Holocausto. Es un acto de reivindicación de una dolorosa historia familiar. Y para algunos, se trata de conexiones con una identidad colectiva.
En este sentido, también se trata del futuro. Cuando ya no queden supervivientes que compartan sus historias, estos descendientes que llevan en sus cuerpos vivos los números que una vez se tatuaron a la fuerza en sus familiares serán un recordatorio vivo de a dónde pueden conducir el racismo y el odio.