Freddy Krueger, Norman Bates, Michael Myers, Hannibal Lecter o Ghostface son algunos ejemplos de los asesinos en serie más famosos que ha dado el mundo audiovisual. Todos ellos son hombres blancos estadounidenses. Sus crímenes en pantalla imitan los que realizan los asesinos reales.
La repetición de patrones ha servido para naturalizar al monstruo humano dentro de un marco discursivo en torno a la clase, el género o el origen geográfico. Así, el monstruo masculino es construido con un mayor poder de amenaza que el femenino. De hecho, escoger el momento para acechar y asesinar a una víctima desconocida a voluntad son dos ideas repetidas en estas historias. Al igual que hubo un Dios que creaba la vida, un asesino en serie puede destruirla.
En la actualidad, películas como Black Christmas o la trilogía de La calle del terror perpetúan la misma asociación aunque ofrezcan una mirada crítica que engarza con las luchas estadounidense. Pero ¿qué pasa con las asesinas en serie? ¿Es que las mujeres estamos condenadas únicamente a interpretar el papel de víctima?
La configuración audiovisual del mito tras la Segunda Guerra Mundial
El estreno de Psicosis en 1960 es, sin duda alguna, el punto de inflexión del retrato moderno del asesino en serie. La ruptura con el terror bipolar de la guerra fría situó la mirada en el propio corazón de la nación. El inofensivo Norman Bates, basado en Ed Gein, arrojó al público perversas imágenes que abrían una ventana a la locura y la perturbación humanas. De hecho, conectaba con el horror que se había perpetrado en las dos guerras mundiales.
No obstante, introdujo una serie de características que se repetirían constantemente en los relatos audiovisuales con una creciente crudeza y brutalidad. Crímenes aberrantes, extrema violencia, y superior capacidad de ocultamiento construyeron los relatos de los criminales reales y ficticios. Desde la década de 1970, los talk shows, el true crime fiction o el terror los elevaron a celebridades y sus víctimas relevaban su gran poder desestabilizador.
Junto con los asesinos reales, iconos pop del slasher como Freddy Krueger o Michael Myers reflejaron su mitificación en forma de inmortales máquinas de matar. A pesar de la exageración del fenómeno, las plataformas de streaming han seguido perpetuando dichos clichés.
Joven, adulto y preferiblemente urbano parecen ser los atributos fundamentales para ejercer este rol de poder y fascinación.
La asesina en serie como una rareza
La masculinidad como requisito para el asesinato en serie ha influido enormemente en la construcción de la contraparte femenina. La razón más evidente descansa en las diferencias cuantitativas. Mientras que en el hombre resulta sencillo encontrar ejemplos audiovisuales rápidamente, la dificultad aumenta al pensar en las asesinas.
Atendiendo a las razones, mientras que la desviación o la represión sexual y la cosificación sexual de las víctimas ha explicado la mayor parte de la brutalidades del asesino, la satisfacción de los deseos en las asesinas se ha originado a través de otras vías. A pesar del intento de Criminally Insane por construir una similitud (una mujer obesa recién salida del manicomio asesina a quien la ayuda a dejar de comer), la negación de los impulsos sexuales como explicación y, por tanto, de cosificación de las víctimas continuaba perpetuando la jerarquía del monstruo.
Hasta los noventa, la tendencia mayoritaria residía en justificarlo a través del cuidado de los otros, especialmente por la influencia de la misógina señora Bates. Algunos ejemplos son la Señora Tredoni en Alice, Sweet Alice o Pamela Voorhees en Viernes 13. La obsesión enfermiza por el cuidado ha servido para insistir en la especificidad femenina del monstruo. A pesar de la subversión de la pasividad, su peligrosidad no escapó al marco del rol secundario de género.
La ambición económica o la envidia eran otras de las razones principales que motivaban el homicidio. En ambos casos, siempre se ejercía contra los conocidos. Este es el caso de la antagonista en Blood Rites, cuya avaricia desencadena el asesinato de los otros herederos.
Otro rol común ha sido el de actuar como compañera en una pareja o miembro en un grupo. A pesar de ejercer una brutalidad similar o mayor a la de los otros, como es el caso de Sadie en La última casa a la izquierda, o compartir un mismo plan, como en The Honeymoon Killers, su posición raramente cuestiona la jerarquía patriarcal que opera también en la monstruosidad.
Llegan los 90
La ruptura con el monopolio masculino en el asesinato de extraños se produciría también en la década de los noventa. La peligrosidad de Aileen Wuornos residía en este aspecto. Cualquiera que reuniese un perfil característico podría ser objeto de su ira. Sin embargo, el deseo sexual como motor de la violencia continuó siendo una explicación ajena a la psicopatía femenina. Dicha imagen se trasladó al cine en Asesinos Natos. Mallory Knox adopta el rol de antagonista para defenderse del maltrato. Además, su papel como compañera de Mickey sigue relegándola a una posición secundaria. De hecho, es él quien la impulsa a cometer los crímenes y rebelarse contra su padre.
Catherine Tramell es otra de las asesinas en serie más mediáticas de la década. Instinto básico rompió con los cánones previos a través de una antagonista que es presentada como enormemente peligrosa. No solo el doctor Lamott insiste en su alta inteligencia y en su meticulosidad a la hora de planear sus asesinatos años antes, sino también las observaciones de otros agentes. Sin embargo, la especificidad femenina continúa impregnando su monstruosidad a través de la mezcla entre psicopatía y femme fatale.
Sexi, psicópata y tan peligrosa que puede corromper al protagonista. La asesina en serie tiene otras armas y las utiliza. Sin embargo, sigue necesitando de unas altas dosis de seducción para poder ser exitosa en el asesinato en serie.
Desde entonces, el siglo XXI ha traído una mayor variedad de asesinas en serie en el audiovisual, con Hannah McKay (Dexter), Delphine LaLaurie y Margaret Booth (American Horror Story), o Piper Shaw (Scream). Resulta evidente que los relatos son cada vez más complejos y comienzan a romper con algunos estereotipos. Este puede ser el caso de Jill Roberts en Scream 4, cuya búsqueda de popularidad le impulsa a ejercer la violencia sobre sus iguales. A diferencia de los ejemplos anteriores, ella adquiere el rol dominante de la pareja e, incluso, su deseo por ser exitosa le lleva a deshacerse de su fiel compañero.
A pesar de esta mayor presencia, el asesino en serie sigue siendo considerado masculino. En inglés, serial killer sigue asociándose a un hombre mientras que para referir a una mujer se debe añadir female. Por tanto, volviendo a la pregunta inicial, ¿la mayor presencia de asesinas en serie ha acabado con la mitificación del monstruo humano? La respuesta parece seguir siendo negativa.