Menu Close
Fiesta judía en Tetúan (Alfred Dehodencq, 1865). Wikimedia Commons

El día que la lengua de los sefardíes fue tendencia en Twitter

Un tuit de la Embajada de España en Turquía hizo que el domingo 21 de febrero el #ladino se convirtiera en tendencia en la red social Twitter. Se trataba de un mensaje dirigido a la comunidad sefardí de Turquía con ocasión de la celebración del “Día del Ladino”:

Tal vez por las prisas, los lectores no repararon en la diptongación en el verbo pueder, en el género gramatical de una grande onor ni en que el sustantivo ambasada proviene del francés ambassade y no del español embajada.

Lo que más llamó la atención fue la extraña ortografía del tuit, que dio lugar a la mofa de muchos usuarios de esta red social, propiciando con ello los primeros retuiteos. Sin embargo, quienes conocen el ladino –también llamado judeoespañol– no tardaron en entrar en la discusión, arrojando luz sobre esta variedad lingüística que los sefardíes han conservado de generación en generación durante más de cinco siglos.

Como resultado, muchos de los primeros tuits ofensivos fueron borrados, aunque todavía permanecen muchos de estos mensajes que dan cuenta de lo ajeno que resulta el ladino para la mayor parte de los hispanohablantes.

Cinco siglos de historia

A pesar de que a menudo se habla del judeoespañol como una lengua de transmisión oral, lo cierto es que en sus más de cinco siglos de historia los sefardíes también han atesorado un valioso acervo cultural de literatura escrita. Sin embargo, la mayor parte de estos textos presenta una característica muy especial: están escritos en caracteres hebreos. Esto se conoce como aljamía hebraica. Y durante varios siglos se utilizó el alfabeto hebreo para representar, de forma casi unívoca, los sonidos de la lengua sefardí.

Con la modernización traída por las escuelas de la Alliance Israélite Universelle (fundada en París en 1860), el alfabeto latino empezó a ser conocido entre los sefardíes y, paulatinamente, fue ganando adeptos como síntoma de la vida moderna y de los nuevos aires que soplaban en las comunidades orientales. Sin embargo, este desarrollo quedó truncado en la Segunda Guerra Mundial, puesto que muchos de los hablantes de judeoespañol perecieron en los campos de concentración nazis.

Judeoespañol con caracteres latinos

Después de la Shoá, gran parte de los supervivientes sefardíes encontró refugio en el Estado de Israel. Al poco tiempo, comenzaron a publicar periódicos en judeoespañol, ya empleando los caracteres latinos, cuyo uso no fue sistemático, puesto que dependía en gran medida del conocimiento previo de otras lenguas. Así, por ejemplo, una palabra como chico podía ser escrita como tchico –con influencia del francés– o çiko –a la manera del turco–, aunque no había ninguna diferencia desde el punto de vista oral. Del mismo modo, el cambio gráfico a los caracteres latinos tampoco había supuesto ninguna diferencia con respecto a la pronunciación de ג'יקו, la misma palabra, pero en escritura aljamiada.

Estas alternancias gráficas aún se mantienen entre los sefardíes, ya que el ladino no es una lengua aprendida en la escuela y la mayor parte de su literatura no está escrita en caracteres latinos.

La grafía ‘oficial’ del ladino

No obstante, en 1979 Moshe Shaul, director de la emisión en ladino de la radio Kol Israel, funda la revista Aki Yerushalayim con la intención de difundir en judeoespañol contenido de interés sobre la cultura sefardí. Para poner un poco de orden entre tanta variedad de grafías, crea un sistema de escritura propio de la revista, que en la actualidad es el más seguido por quienes escriben en ladino.

De hecho, cuando en 2005 comienza a publicarse en Estambul el periódico El Amaneser, no se recurre a las tradicionales grafías de influencia turca, sino que –al igual que el tuit de la Embajada de España en Turquía– emplea el sistema de la revista Aki Yerushalayim. Esta es, asimismo, la grafía adoptada por la Autoridad Nasionala del Ladino (fundada en 1997) y la recién creada Akademia Nasionala del Ladino de Israel.

Puentes rotos, ¿reconstruibles?

Resulta curioso que, después de tantos siglos de historia desde la expulsión, el judeoespañol o ladino siga siendo tan ajeno a la cultura hispánica de la que partió. Cada cierto tiempo se produce un pequeño “redescubrimiento” de la cultura sefardí, como la conmemoración de la efemérides del quinto aniversario de la expulsión en 1992 y, más recientemente, la “Ley 12/2015, de 24 de junio, en materia de concesión de la nacionalidad española a los sefardíes originarios de España” o la “Convención académica del judeoespañol” que se celebró la sede de la Real Academia Española en 2018, con el objetivo de crear una academia nacional en Israel, recientemente constituida a finales de 2020.

Hechos así convierten de forma efímera en tendencia a los sefardíes, como ha vuelto a suceder a raíz del tuit de la Embajada de España en Turquía, pero también ponen de manifiesto la necesidad de reivindicar y divulgar este patrimonio cultural de origen hispánico al que no se le termina de conceder el lugar que por derecho histórico le corresponde.

Want to write?

Write an article and join a growing community of more than 181,800 academics and researchers from 4,938 institutions.

Register now