Mientras los organismos internacionales alertan sobre la posibilidad de tener que afrontar una nueva crisis global en un horizonte no excesivamente lejano, las severas cicatrices resultantes de la anterior permanecen aún visibles en el Viejo Continente.
Sin duda, la prueba más evidente la hallamos en el dramático aumento de personas sin techo que se produjo durante la Gran Recesión en, prácticamente, todos los países de la Unión Europea. Si bien es cierto que los motivos por los que una persona puede sufrir una situación de indigencia son diversos y no meramente económicos, las soluciones a dicho problema no son tan dispares: se necesita una mayor apuesta por las políticas públicas.
Paradójicamente, y a pesar de que los servicios sociales son absolutamente esenciales para hacer frente a tan sobrecogedoras dificultades, las estadísticas aportadas por organismos oficiales no son del todo homogéneas.
Personas sin hogar en España
Este hecho, además de obstaculizar la comparación entre países, puede conducir a resultados peligrosamente alejados de la realidad. Sin ir más lejos, el último dato del INE sobre esta cuestión data de 2012, cuando estimaba en 23 000 las personas sin un techo bajo el que cobijarse en España.
Sin embargo, instituciones como Cáritas elevan la cifra hasta los 40 000. En el último informe de su fundación FOESSA (Fomento de Estudios Sociales y Sociología Aplicada), se concluye que 800 000 hogares padecen una coyuntura de extrema precariedad, lo que afecta a 2,1 millones de personas.
Desafortunadamente, la situación en los países de nuestro entorno no es mejor. Los desalentadores datos aportados en 2017 por FEANTSA (Fédération Européenne des Associations Nationales Travaillant avec les Sans-Abri) indican crecimientos sustanciales de la indigencia en casi todos los miembros de la Unión Europea. Quizás, los más espectaculares sean los de Francia, con un incremento del 50 % entre los años 2001 y 2012 (sumando un total de 141 500 personas sin techo), Alemania, con un aumento del 35 % entre 2012 y 2014 (con un total de 335 000) o Luxemburgo, con un crecimiento del 61 % entre 2012 y 2016 (un total de 2 144).
Además, otros porcentajes dignos de mención son el 28 % de Austria entre 2008 y 2014 (con un total de 14 600 personas sin techo), el 34 % de Bélgica entre 2010 y 2014 (con un total de 2 603), el 23 % de Dinamarca entre 2009 y 2015 (un total de 6 138) o el 24 % de Países Bajos entre 2013 y 2016 (sumando un total de 31 000, de las cuales 12 400 son personas de edades comprendidas entre los 18 y los 30 años).
Finlandia, la nota discordante
Sin embargo, a pesar de tan desoladora descripción, hay lugar para la esperanza. La nota discordante a esta tendencia negativa la protagoniza Finlandia, el único país europeo que no solo ha logrado impedir el aumento de la indigencia entre sus conciudadanos, sino que, incluso, ha conseguido reducirla.
Y es que, a pesar de que en el país nórdico aún permanecían 6 700 personas sin hogar en el año 2016, esta cifra representaba un nada desdeñable descenso del 10 % respecto a la de 2013.
La clave del éxito finlandés reside en la actuación temprana por parte de los organismos públicos, primando la intervención durante las primeras fases de esa nueva realidad que experimentan los sin techo para evitar que el problema se cronifique.
Problemas añadidos
De otra forma, una situación de indigencia prolongada podría derivar en una serie de problemas añadidos, tales como trastornos psicológicos (los más habituales son depresión, esquizofrenia o alcoholismo), consumo de sustancias tóxicas, mayor riesgo de contraer ciertos tipos de enfermedades o también una mayor propensión a realizar determinadas actividades ilegales, siendo todos ellos graves impedimentos para que las personas afectadas puedan reconducir sus vidas.
Por este motivo, el gobierno finlandés ha ofrecido, directamente, 16 300 apartamentos a personas sin hogar, servicio que, además, ha complementado con un cuerpo de trabajadores sociales que les ofrecen ayuda adicional en diversos aspectos.
Educación y prevención
Sin embargo, no cabe duda de que la mejor manera de combatir la indigencia es incidiendo en la prevención, destacando muy especialmente el papel que en ella desempeña la educación (una faceta en la cual Finlandia también puede servir de ejemplo).
En economía se conoce como “círculo vicioso de la pobreza” aquella situación en la que, como consecuencia de una serie de condicionantes que se retroalimentan, los ingresos obtenidos por una persona no son suficientes como para evitar un estado de inseguridad material.
En este caso, una pobre educación redundará en una baja productividad que, a su vez, conducirá a salarios bajos que no permitirán obtener un nivel de consumo suficiente y, menos aún, adecuadas tasas de ahorro que posibiliten la correspondiente inversión en capital humano.
Por ello, y en aras de impedir un agravamiento aún más doloroso de la cuestión, es especialmente relevante atender las necesidades de los 12,3 millones de españoles que, aún a día de hoy, se encuentran en riesgo de exclusión social (el 26,1 % de la población), de los cuales 4,1 millones la soportan de manera severa (el 8 %).
La situación de los niños
Si a ello le añadimos el dato sobre pobreza infantil, circunstancia que aflige a 1 de cada 3 niños en nuestro país, se completa una radiografía suficientemente preocupante como para que una mayor concienciación colectiva contribuya a socavar la invisibilidad de la que las personas sin hogar adolecen.
El crecimiento económico, por sí solo, no es suficiente para combatir la horadación que la indigencia provoca en el tejido social y, en consecuencia, resulta imprescindible una mayor implicación por parte de los entes administrativos correspondientes en sus diferentes niveles. Solo así podremos ser capaces de poner fin a todos los dramas personales que tan fríamente esconden las estadísticas.