Recientes informes indican que, aunque está disminuyendo, siguen existiendo prejuicios contra las mujeres que justifican las desigualdades de género, así como un reparto desigual de las tareas domésticas, tanto en los hogares españoles como en el resto del mundo.
La educación, tanto la formal en los colegios e institutos como la que se realiza en casa, debe continuar fomentando relaciones más igualitarias y sanas para todas las personas. ¿Cómo?
No valen solo discursos
El primer impulso cuando observamos que un joven tiene un comportamiento no igualitario o machista es explicarle y razonarle por qué eso que hizo no es correcto.
Por ejemplo, podemos pensar en un adolescente que no asume las tareas del hogar: colada, limpieza o la comida. Lo primero que haríamos es llamarle la atención y explicarle la necesidad y obligación de su colaboración en todo ello. Esto es necesario, pero no suficiente.
Desde estudios recientes encontramos, entre otras, dos cuestiones que son esenciales y que en muchas ocasiones están ausentes: límites y referentes masculinos.
La importancia de los límites
Un problema que se viene observando en las últimas décadas es la dificultad de establecer límites. Esta dificultad es comprensible dado el contexto histórico en que nos encontramos.
El modelo normativo de familia del siglo pasado es el patriarcal, donde el padre ostenta el poder e impone el orden en el hogar. La disolución progresiva y necesaria de este modelo nos deja a los educadores, y en especial a los padres, sin un referente claro al que agarrarnos y con el miedo de no querer replicar ese arquetipo.
Pero cuando se habla de la necesidad de límites no implica la imposición coactiva de estos, ni el continuo recurso de amenazas y castigos. Se trata de que los jóvenes puedan pensar en sus inquietudes, en qué pueden hacer y qué no. Porque no todo está permitido, ni existe alguien que sea capaz de todo.
Repercusiones y malestares
Debemos asumir que una vida sana pasa por la construcción de un proyecto vital que tenga en cuenta que no lo podemos todo, que nuestras acciones repercuten en otros y que, por tanto, solo es posible aquello que cuida y respeta también la vida de los demás.
Porque, además, lo que nos encontramos en la investigación es que cuando los jóvenes no encauzan sus deseos en los marcos de estos límites aparecen diferentes formas de malestares como, por ejemplo, las depresiones, autolesiones, la anorexia o las adicciones. Es decir, los límites no son un obstáculo al desarrollo sino justo lo contrario: son los cauces por los que transitar la vida sanamente.
Personalización y adaptación
Es necesario aclarar que estos límites no son universales, porque cada persona tiene unas capacidades diferentes, unos intereses singulares y unos contextos particulares.
Hay personas con más habilidad para la música, otras con más tiempo para ejercitarse en el arte que les apasiona, en unas familias gusta cenar juntos, en otras cada quien lo hace cuando vuelve hambriento del trabajo, unas casas necesitan una limpieza continua de las terrazas por el salitre que viene desde la playa, otras tienen que sacar al perro a pasear, o tienen familiares mayores a los que cuidar.
Por tanto, para construir unas relaciones igualitarias, en cada contexto es necesario pensar y actuar de forma diferente en relación con lo que cada quien desea y puede hacer.
Entonces, debemos enfocarnos no a la imposición de unas normas universales, sino a un modo de pensar y actuar sensible al entorno y a los demás.
Referentes masculinos
Lo que nos dice la investigación es que nuestros actos no se movilizan solo desde ideologías o discursos. Cuando actuamos se pone en juego, de forma automática e inconsciente, un complejo proceso que incluye nuestros conocimientos, habilidades, valores, actitudes y emociones.
En este engranaje los discursos que formulamos son una pequeña pieza, pero no la única. ¿Entonces, cómo podemos reconstruir nuestra posición subjetiva de manera que nos permita a la vez vivir nuestro deseo y siendo respetuosos con los demás?
Estudios recientes señalan a la necesidad de que, entre otros asuntos, profesionales de la educación y padres asumamos la responsabilidad de ser un referente para los jóvenes. Esto significa algo que resulta fácil decir, pero difícil hacer: pensar nuestro día a día, buscar errores y atrevernos a cambiarlos.
Significa pensar en nuestros malestares y encontrar vías para abordarlos, ya sea en terapia, con actividades artísticas o como cada quien necesite.
Y todo ello en diálogo con los jóvenes para que puedan estar presentes en este proceso en que nos pensamos y cambiamos, y el bienestar que todo ello nos reporta. De manera que esto se convertirá en una invitación para los jóvenes a pensarse y crecer en igualdad.
Una vida apasionada
En resumen, se trata no de ser un padre ejemplar, sino de un ejemplo de padre. Los jóvenes deben buscar sus formas propias de vivir y seguir sus deseos, no los de sus adultos de referencia. Por eso no hablamos de un padre ejemplar y modélico al que imitar: eso estaría en la línea de ese padre patriarcal que impone un modo de ser y relacionarse.
De lo que se trata es de asumir la responsabilidad de mostrar a los jóvenes, con nuestra propia experiencia, que hay formas sanas y apasionadas de vivir que son respetuosas y cuidadosas con los demás.